Cerebro

Científicos diseñan moscas cocainómanas mediante edición genética (y tienen buenas razones)

Estas moscas de la fruta ya no rechazan el amargor de la cocaína y esto permitirá analizar los mecanismos de adicción y fármacos que los contrarresten

Adrian Rothenfluh, PhD (izquierda) y Pearl Cummins-Beebee (derecha, también autora del artículo) inspeccionan una botella con moscas de la fruta en el laboratorio.
Adrian Rothenfluh, PhD (izquierda) y Pearl Cummins-Beebee (derecha, también autora del artículo) inspeccionan una botella con moscas de la fruta en el laboratorio.Caitlyn Harris / University of Utah HealthEurekalert

Habrá voces algo cínicas que digan “al fin, los científicos han logrado lo que tanto ansía la humanidad, ni la energía ilimitada ni la cura del cáncer: MOSCAS COCAINÓMANAS”. Es una forma divertida de exponerlo, pero pasa por alto el contexto: las moscas en cuestión no son la meta última de estos investigadores, son solo un paso intermedio, una avance clave para seguir progresando en nuestra comprensión de la adicción y, así, mejorar nuestros tratamientos y estrategias de prevención. Cierto es que, tal vez, podamos alcanzar el mismo éxito sin volver adictos a millones de artrópodos, pero estos resultados intermedios son una buena estrategia para identificar y descartar hipótesis, acelerando el trabajo de los científicos.

Así es como justificamos, grosso modo, la experimentación en animales (dejando a un lado las cuestiones éticas) y, aunque normalmente existen especies de animales modelo que encajan con las necesidades de cualquier estudio, no siempre es el caso. Los gatos tienen una corteza visual en su cerebro suficientemente grande como para experimentar con ella, por ejemplo. Aunque, por lo general, lo que buscan los investigadores es más sencillo: una especie barata de mantener, que procree mucho y rápido para poder analizar varias generaciones durante el estudio y, por supuesto, que se parezca a nosotros tanto como el resto de las restricciones lo permitan (entre las cuales, está que, si podemos obtener los mismos resultados con moscas, no tiene sentido utilizar seres con una cognición superior).

Moscas sibaritas

Y es que, aunque parezca mentira, si queremos analizar las bases genéticas de algunas patologías, las moscas son más que suficientes, porque tienen aproximadamente el 75% de los genes humanos que se sabe están involucrados en enfermedades. De hecho, los insectos han sido fundamentales para descubrir la biología subyacente de otras dependencias a sustancias, pero aquí llega el problema: a las moscas no les gusta la coca. Esto no sería un problema si quisiéramos analizar los cambios “físicos” que produce el consumo de cocaína, porque podríamos administrarles la sustancia “contra su voluntad”. Sin embargo, complica estudios donde queramos analizar la propia relación de dependencia. Los investigadores necesitaban que las moscas consumieran la cocaína por “elección” propia.

Por suerte, los investigadores sabían de dónde podía venir el problema. Las moscas de la fruta y otros artrópodos son muy vulnerables a algunas sustancias tóxicas producidas por las plantas y, por lo tanto, se han vuelto muy buenas evitándolos. En sus patas hay receptores gustativos capaces de detectar el amargor de los alcaloides y, así, evitar su ingestión. Cuando a las moscas de la fruta normales se les ofrecían dos recipientes con agua azucarada, una con cocaína y otra sin, preferían siempre la sin. En las socarronas palabras de la nota de prensa: “Pero hay […] una diferencia muy significativa entre moscas y humanos […] a las moscas no les gusta nada la cocaína.” La buena noticia es que los investigadores sabían bastante bien cómo resolver este problema.

GATTACA de Wall Street

La solución pasaba por editar genéticamente a las moscas para suprimir la actividad de los nervios que conducen el gusto de las patas hasta el cerebro. Sin ese estímulo, las moscas eran incapaces de percibir el amargor y consumían indistintamente el agua azucarada con o sin cocaína. Sin embargo, pasadas 16 horas sus “elecciones” se escoraron de forma muy marcada y empezaron a mostrar predilección por el agua azucarada con cocaína. El estudio, publicado en la revista Journal of Neuroscience, ha concluido que las moscas desarrollaron cierta adicción.

Por otro lado, pudieron observar que las consecuencias de este consumo “voluntario” era sorprendentemente similar al que observamos en humanos, en palabras del coautor del estudio, el doctor y profesor asociado de psiquiatría en la Universidad de Utah Adrian Rothenfluh: “A dosis bajas, comienzan a correr, igual que las personas […] A dosis muy altas, quedan incapacitados, lo que también ocurre en humanos.”

“Podemos escalar la investigación muy rápido con moscas”, dice Travis Philyaw, otro de los autores de la investigación. “Podemos identificar genes de riesgo que podrían ser difíciles de descubrir en organismos más complejos, y luego transferimos esa información a investigadores que trabajan con modelos mamíferos. Ellos pueden descubrir objetivos terapéuticos que faciliten el salto del estudio del comportamiento animal al desarrollo de terapias humanas.”

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Aunque la investigación animal puede ser más ética de lo que ahora es, lo es mucho más que hace unas décadas. Los expertos siguen poniendo bajo lupa esta práctica para intentar minimizar el daño para otras especies y, en el caso de las moscas, no está claro que tengan consciencia como tal, ni siquiera en un grado inferior al nuestro. Es posible que su cognición sea enteramente inconsciente pero lo cierto es que todavía no lo sabemos con certeza.

REFERENCIAS (MLA):

  • Philyaw, Travis, et al. “Bitter Sensing Protects Drosophila from Developing Experience-Dependent Cocaine Consumption Preference.” Journal of Neuroscience, 2 June 2025.