Genética

La violencia altera nuestros genes durante generaciones

En respuesta al estrés u otros eventos, nuestras células pueden agregar pequeñas señales químicas a los genes que pueden calmarlos o alterar su comportamiento

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El estrés se transmite en nuestros genesPexels

Hay huellas físicas y rastros mentales que dejan los actos violentos en nuestra vida. Pero también hay otros más invisibles, pero cuyo impacto es igual de dañino: los daños genéticos. En 1982, el gobierno sirio sitió la ciudad de Hama y mató a decenas de miles de sus propios ciudadanos en una violencia sectaria. Cuatro décadas después, los rebeldes utilizaron el recuerdo de la masacre para inspirar el derrocamiento de la familia Assad que había supervisado la operación.

Uno de los efectos duraderos de estos ataques, quedó oculto en lo profundo de los genes de las familias sirias. Los nietos de las mujeres que estaban embarazadas durante el asedio (que nunca experimentaron esa violencia) llevan, no obstante, marcas de ella en sus genomas. Esta impronta genética, transmitida a través de sus madres, ofrece la primera evidencia humana de un fenómeno previamente documentado solo en animales: la transmisión genética del estrés a través de generaciones. Los hallazgos se han [[LINK:EXTERNO|||https://www.nature.com/srep/">publicado en ]].

“La idea de que el trauma y la violencia pueden tener repercusiones en las generaciones futuras debería ayudar a las personas a ser más empáticas y ayudar a los responsables políticos a prestar más atención al problema de la violencia – explica Connie Mulligan, profesora de Antropología y autora principal del estudio -. Incluso podría ayudar a explicar algunos de los ciclos intergeneracionales aparentemente inquebrantables de abuso, pobreza y trauma que vemos en todo el mundo”.

Si bien nuestros genes no se modifican por las experiencias de vida, se pueden ajustar a través de un sistema conocido como epigenética. En respuesta al estrés u otros eventos, nuestras células pueden agregar pequeñas señales químicas a los genes que pueden calmarlos o alterar su comportamiento. Estos cambios pueden ayudarnos a adaptarnos a entornos estresantes, aunque los efectos no se comprenden bien.

Son estas señales químicas las que el equipo de Mulligan buscaban en los genes de las familias sirias. Si bien los experimentos de laboratorio han demostrado que los animales pueden transmitir firmas epigenéticas de estrés a las generaciones futuras, probar lo mismo en las personas ha sido casi imposible.

Mulligan trabajó con Rana Dajani, bióloga molecular de la Universidad Hachemita de Jordania, y la antropóloga Catherine Panter-Brick, de la Universidad de Yale, para realizar estos hallazgos. La investigación se basó en el seguimiento de tres generaciones de inmigrantes sirios en el país. Algunas familias habían vivido el ataque de Hama antes de huir a Jordania. Otras familias evitaron Hama, pero sobrevivieron a la reciente guerra civil contra el régimen de Assad.

El equipo recopiló muestras de abuelas y madres que estaban embarazadas durante los dos conflictos, así como de sus hijos. Este diseño de estudio se aprovechó de que había abuelas, madres e hijos que habían experimentado violencia en diferentes etapas de desarrollo. Un tercer grupo de familias había emigrado a Jordania antes de 1980, evitando las décadas de violencia en Siria. Estos primeros inmigrantes sirvieron como un control crucial para comparar con las familias que sí habían experimentado el estrés de la guerra civil. Dajani, hija de refugiados, trabajó en estrecha colaboración con la comunidad de refugiados en Jordania para generar confianza e interés en participar en la historia. Finalmente, recolectó muestras de 138 personas de 48 familias.

El laboratorio de Mulligan analizó el ADN en busca de modificaciones epigenéticas y buscó cualquier relación con la experiencia de violencia de las familias. En los nietos de los sobrevivientes de Hama, los investigadores descubrieron 14 áreas en el genoma que habían sido modificadas en respuesta a la violencia que experimentaron sus abuelas. Estas 14 modificaciones demuestran que los cambios epigenéticos inducidos por el estrés pueden aparecer en generaciones futuras, al igual que en los animales.

El estudio también descubrió 21 sitios epigenéticos en los genomas de personas que habían experimentado directamente la violencia en Siria. Por si esto fuera poco, en un tercer hallazgo del equipo de Milligan, se informa que las personas expuestas a la violencia mientras estaban en el útero de sus madres mostraron evidencia de envejecimiento epigenético acelerado, un tipo de envejecimiento biológico que puede estar asociado con la susceptibilidad a las enfermedades relacionadas con la edad.

La mayoría de estos cambios epigenéticos mostraron el mismo patrón después de la exposición a la violencia, lo que sugiere un tipo de respuesta epigenética común al estrés, que no solo puede afectar a las personas directamente expuestas al estrés, sino también a las generaciones futuras.

“Creemos que nuestro trabajo es relevante para muchas formas de violencia, no solo a los refugiados. Violencia doméstica, violencia sexual, violencia con armas de fuego. – afirma Mulligan -. Deberíamos estudiarla. Deberíamos tomarla más en serio”.

No está claro qué efecto, si es que tienen alguno, tienen estos cambios epigenéticos en las vidas de las personas que los llevan dentro de sus genomas. Pero algunos estudios han encontrado un vínculo entre los cambios epigenéticos inducidos por el estrés y enfermedades como la diabetes. Un famoso estudio de sobrevivientes holandeses de la hambruna durante la Segunda Guerra Mundial sugirió que su descendencia portaba cambios epigenéticos que aumentaban sus probabilidades de tener sobrepeso más adelante en la vida. Si bien muchas de estas modificaciones probablemente no tengan efecto, es posible que algunas puedan afectar nuestra salud, señala el estudio.

“En medio de toda esta violencia todavía podemos celebrar su extraordinaria resiliencia. Están viviendo vidas plenas y productivas, tienen hijos, continúan con las tradiciones. Han perseverado – concluye Mulligan -. Esa resiliencia y perseverancia es posiblemente un rasgo exclusivamente humano”.