Opinión

La panadería de la esquina y la gigafactoría de Volkswagen en Sagunt

¿Cómo cuadra las cuentas un pequeño negocio que ha pasado de pagar 1.500 euros de luz al mes a 4.000?

Tengo la suerte de tener unapanadería de barrio en mi misma calle. Ni es «cool»- no tiene pegatinas de Mr. Wonderful que te desean ser «happy» todo el día con tu «muffin»- ni se ha apuntado a la moda de servir cafés con leche (de soja, semidesnatada o de avena) con cremita por encima. Nada de eso. Tiene vitrinas de cristal, todavía apuntan los encargos en una libreta de gusanillo con un boli BIC y venden unas palmeras de chocolate que deberían estar reservadas a maratonianos.

Cada mañana despierta a los vecinos con el aroma del pan recién horneado, algo que a mí me parece un lujo del que solo podemos disfrutar unos pocos.

Como la mayoría de estos establecimientos son un negocio familiar y aunque tienen una sucursal a dos calles de distancia, es una empresa que no tiene más de diez trabajadores.

Pasaron toda la pandemia abiertos, se convirtieron en las pocas personas con las que nos podíamos relacionar en aquellos meses en los que estaba prohibido salir de casa, y ahora, hacen cuentas para ver cómo pueden llegar a final de mes.

Sus costes energéticos han aumentado hasta un 300 por ciento y las materias primas han subido tanto que solo han tenido una alternativa: subir el precio del pan. Un indicativo de que algo no va del todo bien.

24 horas después de que la Generalitat valenciana respirase aliviada porque Volkswagen no había consumado su amenaza y mantenía el proyecto de instalar su gigafactoría en Sagunt, los panaderos salían a la calle pidiendo auxilio al Gobierno. La Administración, denuncian, no se ha parado a pensar en que necesitan una solución para que las cuentas les sigan saliendo aunque hayan pasado de pagar 1.500 euros de luz al mes a 4.000.

Nadie duda de que la factoría beneficiará a la economía valenciana, pero alguien debería admitir que hoy hay muchos negocios que están sufriendo las consecuencias de una crisis de la que es mejor no hablar, no vaya a ser que entremos en una psicosis que nos haga darnos de bruces con la realidad.