Opinión
Construir una sociedad y territorio más resiliente
La mejor forma de honrar a los damnificados por las inundaciones de Valencia es abordar el futuro de la ciudad con seguridad
Los valencianos hemos vivido en un muy breve lapsus de tiempodos crisis de primera magnitud como la Covid y las recientes inundaciones que han generado mucho sufrimiento y zozobra, no solo respecto a la situación momentánea sino al futuro. Nos habíamos creído los occidentales que al vivir en países desarrollados existían medios para paliar cualquier amenaza alcanzando un nirvana de cuasi-absoluta seguridad cuando en un momento todo se viene abajo.
La única forma de responder a este reto es concienciarnos de que nuestra vulnerabilidad no ha cambiado gran cosa a lo largo de la Historia y apostar por la construcción de sociedades y territorios resilientes frente a los más variados riesgos como las inundaciones, los incendios urbanos y forestales, las enfermedades infecciosas, las crisis geopolíticas que pueden llevarnos a conflictos armados, entre otras. Pretender vivir como si no existieran o existiesen soluciones mágicas resulta una irresponsable y pueril respuesta.
Analicemos ante el caso concreto de las inundaciones las posibles respuestas. Nuestro territorio tiene por su ubicación y montañosidad, una considerable propensión a lluvias intensas -igual que sequías prolongadas- aspecto para nada nuevo pero que el cambio climático viene a exacerbar. El recurso agua deviene a veces destructor lo que nos obliga a desarrollar actuaciones bastante más finas de lo que estábamos acostumbrados y que combinen retener la mayor parte del agua lo más cerca de donde se precipita favoreciendo su infiltración mediante técnicas de restauración hidrológico-forestal consistentes en muros y diques en barrancos que retengan las avenidas y el suelo que arrastran a la vez que donde sea necesario se refuerza la presencia del arbolado. Por ejemplo, las dos cuencas más afectas (Magro y Poyo) se encuentran bastante desarboladas excepto el Magro superior. Todo el agua que retengamos en cotas superiores nos servirá para evitar depender de la costosa y contaminante desalación y disponer de suficiente agua en épocas de sequía.
La fachada oriental de la Península es predominantemente calcárea, roca que tiene una gran capacidad de percolación del agua de lluvia siempre que esta no supere un umbral de alta intensidad. Por ello muchas zonas carecen de cursos de ríos permanentes -por ejemplo, la mitad norte de la provincia de Castellón- pero cuando caen más de 150 litros/m2 en un día, las ramblas se convierten por muy poco tiempo en fugaces ríos. Esta bipolaridad hidrológica obliga a establecer a lo largo de los cauces barreras horizontales que aprendimos de los árabes como los azudes que retienen el caudal y retrasan la avenida y, en algunos lugares, embalses que pueden ser utilizados para el riego, pero cuya principal función es laminar la avalancha que arrasó muchos pueblos de l’Horta Nord. Y aquí topamos con la Iglesia debido a que la política europea asumiendo ciegamente los postulados del ecologismo, ha acordado que ahora la prioridad es derruir embalses y barreras existentes en nuestros ríos sin que España como principal país mediterráneo por extensión reclamase una excepción ibérica empezando por recordar que la mayoría de los cauces de la España mediterránea o son estacionales o meramente esporádicos como la Rambla delPoyo con lo que no existen perjuicios para la ictiofauna. Otro debate se centra en la vegetación de ribera. Mientras que es muy útil reconstruir donde no exista el bosque de ribera, conviene eliminar la vegetación y eventuales residuos dentro del cauce para evitar su acumulación en los ojos de los puentes y el colapso de los mismos que magnifica los daños, impide la llegada de ayuda y retrasa la vuelta a la normalidad.
Deberemos ser muy estrictos en no permitir ampliaciones urbanas en zonas inundables y que toda reconstrucción esté preparada para resistir las inundaciones.
Se podrían declarar los lugares más peligrosos fuera de ordenación y aplicar exenciones fiscales, créditos blandos y subvenciones para la reconstrucción resiliente en zonas menos peligrosas. Conviene rediseñar todas las zonas urbanas no construidas para minimizar el sellado del suelo, una obsesión muy nuestra que no considera un espacio urbano sino está asfaltado. Existen materiales porosos para parkings y aceras. Se pueden también construir garajes en edificios en altura que retiren los vehículos de las calles, los protejan en una eventual inundación ofreciendo una mayor calidad de vida y reverdecimiento urbano.
Por otro lado, resulta necesario que las autoridades competentes puedan declarar un confinamiento temporal limitado en caso de cualquier causa de riesgo y comunicarlo por todos los medios lo que requiere que se incluya en una ley a escala española. Por otro lado, cuando se supere un umbral de riesgo crítico, los principales actores (en inundaciones, la Agencia Estatal de Meteorología, las Confederaciones y los demás servicios de emergencias) deberían estar en reunión física permanente para monitorizar y declarar sin dilación alguna las medidas pertinentes superando la respuesta burocrática que cada una ha cumplido con su protocolo y publicado la información en web en tiempo real. Por ejemplo, los responsables de emergencias no tienen por qué saber calcular de los datos de caudal de un barranco cuando llega la ola crítica a la primera población o la capacidad de desagüe de un barranco en un lugar determinado. También debemos reforzar la formación en emergencias, la profesionalización y superar el minifundio imperante en el mundo de las emergencias.
Adicionalmente, se requiere asegurar una educación integral en colegios e institutos en autoprotección ante los principales riesgos que nos podemos encontrar y unas pautas básicas de comportamiento en cada caso y que hemos echado en falta y hubieran podido, junto al aviso a tiempo y confinamiento, prevenido muchas muertes.
Finalmente, dado que es imposible excluir que, pese a haber hecho los deberes no se produzca una situación pos-catástrofe complicada, necesitamos un sistema modular de respuesta a la emergencia que pueda llegar a la zona en muy pocas horas, aunque provenga de otras partes del país, asegurando un mando único y suficientemente elástico para supervisar y priorizar a los diferentes actores.
Que no exista el riesgo cero no puede convertirse en un pretexto para no abordar todas las medidas que permitan reducir los peores riesgos substantivamente. Valencia ciudad y Mislata gracias al nuevo cauce del Turia no han sufrido daño alguno pese a un caudal considerable gracias al nuevo cauce del Turia.
Es nuestra obligación hacia una comarca de una loable iniciativa empresarial y creatividad -L’Horta Sud- pero igualmente para cualquier parte de nuestro territorio, pensar en cómo reforzamos su resiliencia y nos preparamos mejor ante riesgos que, sin lugar a dudas, nos acecharán. No olvidemos tampoco la excepcional una ola de solidaridad a escala española e incluso europea que se ha despertado.
Eduardo Rojas Briales es profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, presidente de PEFC-Internacional y exsubdirector general de la FAO
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