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Muere a los 103 años Kirk Douglas, la última leyenda de Hollywood

De origen ruso pero nacido en Nueva York, era uno de los intérpretes más longevos de la historia del cine

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Murió Issur Danielovitch, Kirk Douglas, a los 103 años, y Hollywood se antoja ya una guardería. Es muy posible que algunos de los ídolos contemporáneos, Brad Pitt o Leonardo DiCaprio, sean recordados en el futuro con los inevitables lamentos por la muerte del cine. Cada época tiene sus dioses y es condición del hombre despreciar el presente y añorar su infancia. Pero difícilmente ninguno de los actores actuales igualará en mitología y carisma al hijo del trapero. Por su talento descomunal, su carisma y su furia, por su asombrosa ductilidad, su inteligencia, sus ganas de picar piedra y buscar oro allí donde los otros desistieron, por su coraje ante la censura y su orgulloso, valiente desprecio por el qué dirán. Pero también porque el cine ha encogido.
Lo dijo hace pocos meses Martin Scorsese. Hollywood apenas dedica dinero a nada excepto aparatosas e infantilizadas historias de superhéroes. No hay dinero para proyectos adultos ni atención por los guiones y el espectador maduro. Tampoco parece posible que una estrella diga adiós a todo y, montando una productora bautizada con el nombre de su madre, logre triunfar a lo grande. Douglas lo hizo. En 1955 rompió con Warner Bross y puso en pie Bryna Productions, por Bryna “Bertha”, su madre, que llegó desde la Rusia zarista, al igual que el padre de Kirk, Herschel “Harry” Danielovitch, para establecerse en Amsterdam, Nueva York. Con Bryna el joven actor, ya consagrado pero hambriento de retos, pagó algunos de sus proyectos más arriesgados y fascinantes. Sólo con Senderos de gloria (1957) y Espartaco (1960) de un joven Stanley Kubrick, le habría sobrado para hacerse leyenda.
Hermano de seis niñas, hijo de hombre que sacó a su familia adelante vendiendo ropa vieja y chatarra, Douglas decidió ser actor en el instituto y no paró hasta lograr una beca. Trabajó de todo, pasó hambre y frío en Nueva York, Enloqueció a Lauren Bacall, con la que compartía escuela de interpretación. Bacall le prestó un abrigo, compartieron jergón y aventuras y poco más tarde Douglas acudió a la llamada del ejército, para combatir en la II Guerra Mundial. A su regreso tuvo un primer éxito, en 1946, con una cinta coprotagonizada junto a la igualmente maravillosa Barbara Stanwyck. A partir de ahí, la leyenda.
Empezando en 1949 por “Out of the past” (“Retorno al pasado”), de Jacques Tourneur, uno de los grandes noirs de todos los tiempos, una película misteriosa, sensual, fatalista, desesperada y romántica hasta el paroxismo, en la que compartía escenas con otro campeón de los pesados, Robert Mitchum. “Champion”, en el 49, lo consagró a nivel internacional. El resto es historia.
No menos de dos décadas de acaparar papeles soberbios, enriquecidos por su masculinidad atormentada e irónica, su personalidad encendida y esa sombra de quietud casi zen ante el destino que conjugaba con una potencia casi animal. Como hemos escrito en otras ocasiones, Kirk Douglas poseía lo que Keith Richards, gemelo en el difícil arte de desafiar a la muerte, llamaba en sus memorias como the shining, el brillo. Una cualidad que parece imposible de describir más allá de las descripciones esotéricas pero que todos, como espectadores, sabríamos señalar en cuanto aparece en la pantalla alguien bendecido por ella.
Trabajó con Michael Curtiz, en el papel de trompetista genial Bix Beiderbecke, y con Billy Wilder en la vitriólica y sensacional “Ace in the hole” (“El gran carnaval”), que sólo fue reconocida como la obra maestra que es muchas décadas más tarde, cuando el público y la crítica fueron capaces de admitir el retrato terrible que hace de todos nosotros. Fue Vincent Gogh en “Lust for life” (“El loco del pelo rojo”), en 1956, a las órdenes de Vincente Minnelli y demostró más coraje y dignidad que nadie cuando impuso que apareciera en los créditos el nombre de su insigne guionista en “Espartaco”, Dalton Trumbo, machado por las centurias puritanas y obsesionadas con Moscú de la caza de brujas. Trumbo abandonó al fin la lista negra, que saltó por los aires y con su implosión acaba la caza de brujas, el más infame episodio colectivo jamás vivido en Hollywood.
El histrión que rebosaba humor, el autor de unas memorias panorámicas y brillantes, padre de otra estrella, Michael Douglas, compañero de reparto en otros titanes como Burt Lancaster, hace mutis y el arte que mejor resumió el siglo XX, encogido para entrar en los móviles, llora desconsolado su ausencia.

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