“Doctor Zhivago”: Así infiltró la CIA en la URSS la novela que censuró el comunismo
La escritora Lara Prescott descubre en su novela «Los secretos que guardamos» la operación que desarrolló la CIA para filtrar cientos de ejemplares de la obra de Pasternak en la URSS para desacreditar al régimen soviético
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Boris Pasternak quería contar una historia de amor y lo que le salió fue una disidencia. Existen libros que más que para leerse están hechos para explotar. Son como cócteles molotov: escritos para arrojarlos contra el «establishment». El poeta ruso, el más celebre de su generación, aspiraba a una gran obra, pero lo único que la URSS esperaba de él era un novelista conformista. Cuando envió el manuscrito a las editoriales, encontró como respuesta el rechazo. No tardó en comprender que aquella indiferencia no era un juicio literario, sino un dictamen político. «Doctor Zhivago» durmió en un cajón hasta que Sergio D’angelo, un periodista italiano que vagaba en busca de talento por el país, se presentó en la puerta de su dacha para pedirle un ejemplar. Se identificó con su nombre, pero sobre todo como emisario del célebre «signore Feltrinelli», el editor que acabaría convirtiendo aquel título en un «best seller».
Pasternak no dudó en entregárselo a pesar de la prohibición de las autoridades soviéticas de publicar cualquier trabajo en un país extranjero sin su previa autorización. Los hombres no están hechos solo de juicios racionales. También de valentías. Debió pensar. Así que siguió el impulso de su instinto. Eso sí, al despedirse de ese extranjero, pronunció una de esas frases para ser talladas en un dintel: «Están invitados a mi ejecución». Fue el origen de una leyenda que ahora recoge la escritora norteamericana Lara Prescott. «Los secretos que guardamos» (Seix Barral) es la crónica de cómo un libro calentó la Guerra Fría y puso en jaque a un régimen. No era nuevo. «La enciclopedia» de Diderot y D’Alambert fue la operación de zapa que socavó el absolutismo, aunque jamás supuso un cara a cara entre dos superpotencias. Y menos del calibre de Estados Unidos y la URSS, que más que dos países son dos continentes. «Los libros todavía son peligrosos en lugares bajo gobiernos totalitarios. Ahí siguen prohibiéndose hoy en día. Y encarcelándose autores. Los libros influyen en la mentalidad de las personas. Pueden cambiar muchas visiones. Son poderosos en ese sentido. Y en un sitio como la URSS, donde la literatura siempre ha tenido tanto peso y sienten un inmenso respeto hacia los que escriben, no me extrañó que una obra como esa tuviera un impacto en la sociedad como el que tuvo. La literatura sí que podía ser un arma en esa época», comenta Lara Prescott.
Operación de la CIA
La autora no narra únicamente las vicisitudes que desencadenó la publicación de «Doctor Zhivago» para su creador, su amante y su mujer. Lo que ella narra es la operación real que a partir de la difusión de esta obra en Occidente puso en marcha la CIA. Cuenta, a través de las voces de varias mujeres, cómo EEUU emprendió la tarea de infiltrar este libro en la URSS, donde estaba prohibido. No solo se preocupó de que se distribuyera allí. También se preocupó de imprimir ediciones de bolsillo que fueran fáciles de transportar y que pasaran desapercibidas en la frontera. Washington había iniciado una trama para desacreditar a su enemigo en su propia tierra y a través de una obra rusa y un escritor ruso. El destino le había puesto esa oportunidad en bandeja. «La CIA no consideraba que eso lograra desmantelar el régimen soviético de una semana para otra. Pero ellos apostaban por las partidas largas. Creían que, al final, los ciudadanos se cuestionarían a los hombres que los gobernaban. Realmente, lo que hacían era sembrar una semilla». Aunque la autora también destaca una contradicción en esta particular pelea de gallos entre los representantes del comunismo y el capitalismo: «Estados Unidos era muy hipócrita. Apelaba a la libertad y operaba amparándose en el principio de defender esa libertad, pero no la fomentaba en el interior. Todavía sigue hoy. Queremos ser libres, pero cerramos fronteras, recortamos libertades establecidas y estamos retrocediendo en conquistas que habíamos logrado. Ahora somos menos libres que en determinados momentos de nuestro inmediato pasado. Es una época peligrosa si eres de color, tienes cierta inclinación sexual o estás fuera de las normas que ciertos gobiernos desean». Para ilustrarlo, se refiere precisamente a la época en la que se desenvuelve su obra: los años cincuenta. «Entonces sufrimos el macartismo, el recorte de derechos, y podías tener problemas si se sospechaba que albergabas ideas izquierdistas. Muchos ciudadanos se sintieron oprimidos y a menudo pasaban a una lista negra o se los marginaba. A mi madre, sin ir más lejos, la enseñaron a esconderse debajo de una mesa en caso de amenaza nuclear. El peligro soviético sirvió para limitar las libertades».
Una mujer en el gulag
Lara Prescott describe en esta trama la relación que mantuvieron Boris Pasternak y su amante, Olga Vsévolodovna Ivinskaya. Como las autoridades rusas no podían encerrar y castigar al novelista, una acción que habría levantado un escándalo internacional, decidió vengarse de él enviándola al gulag. Allí, la mujer que inspiro a la Lara de su libro y que en la gran pantalla encarnó esa belleza entre delicada y salvaje que era Julie Christie, sufrió el pálido machitar de los campos de trabajo. Su pelo rubio perdió su brillo y color, el rostro se acartonó y su expresión se llenó de arrugas. Su cuerpo perdió la voluptuosidad que sedujo a su pareja (él tenía entonces 56 años y ella 23), y cuando la liberaron, después de tres años de cautiverio, los dos se reunieron entre titubeos. Él se preguntaba si ella querría al hombre de pelo ralo y cansado en el que había derivado, y ella si para el escritor continuaría siendo atractiva más allá de su belleza. Los dos continuaron juntos hasta que Pasternak murió y, como afirma Prescott, Olga cada vez resultó más fuerte y más decisiva para Pasternak.
Pero esta novela también es una reflexión sobre el papel que juega la literatura en la partida eterna por defender la democracia. «Es cierto que la Unión Soviética no existe en la actualidad, pero todavía están en auge los totalitarismos. Siguen existiendo en nuestros días. Esa guerra aún no está decidida. Los libros han tenido mucha influencia en esas naciones, pero su misión, en este sentido, no ha llegado al final. La guerra contra las dictaduras continúa. El auge de Putin ha vuelto a traer esta clase de problemas a la mente de muchas personas. Allí todavía los escritores, los periodistas, los homosexuales y las lesbianas siguen persiguiéndose. Y los libros continúan siendo censurados y prohibidos en esta clase de regímenes. Esto es algo que se debería conocer mucho mejor en Occidente». Para Prescott, los nacionalismos y los populismos basan sus políticas, y sus auges, en «alimentar la división entre los individuos de una sociedad. Ellos tratan de separarnos, de denigrar a algunos sectores de la población, como los inmigrantes. En cambio, la literatura tiende a borrar las diferencias, y trata que todos estemos en contacto. La esencia de Estados Unidos, lo que justamente nos hace más fuertes, es que proveníamos de diferentes lugares, que somos en la actualidad una sociedad variada». La autora comenta también algunos de sus temores actuales, como es el control de la sociedad por parte de las grandes tecnológicas: «Con estas empresas pueden llegar a controlar los libros. Entonces nos preguntaríamos qué tipo de ideas llegan al público».