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Historia

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«Se hará lo que decida la familia de Queipo de Llano»

Los descendientes del militar recalcan que la propuesta de llevar los restos a un columbario en la sacristía «es antigua». Desde la basílica de la Macarena niega el traslado, «sin fecha de inicio ni de finalización»

«Evidentemente, se hará lo que decida la familia». La tensión corta las ondas de sonido reconvertidas en impulsos eléctricos. Gonzalo Queipo de Llano, nieto del general golpista enterrado en la Macarena, ante la polémica por la exhumación, es parco en palabras –«Hemos decidido que no haya un portavoz y procurar no hablar para no decir cosas distintas»–, pero acota la situación ante las informaciones aparecidas que sitúan el cambio de lugar del enterramiento de su abuelo, pasando a un columbario, después de Semana Santa: «Eso es antiguo». La Hermandad de la Macarena remitió un comunicado sobre la supuesta exhumación de Queipo de Llano asegurando que «no existen contactos recientes con la familia» y que «el columbario –que estaría en la sacristía– no tiene fecha de inicio ni de finalización». Según confirmó este diario, la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta tampoco tiene constancia de que se vaya a exhumar a Queipo «ni de lo contrario», tampoco del traslado a un columbario. Oficialmente, la Junta siempre «estará dispuesta a mediar y apuesta por el diálogo para que entre las partes lleguen a un acuerdo y se cumpla la ley».

Dignificar la Basílica

Asímismo, ha podido saber este periódico, han existido conversaciones con la familia en busca de una solución para cumplir la Ley de Memoria Histórica. La solución del columbario, sin contentar a ninguna de las partes –ni familia ni asociaciones memorialistas–, pasaría por un punto intermedio. Las presiones de partidos como Adelante Andalucía, que ayer insistió en que los restos salgan de la Macarena porque «le dignifica estar en la Basílica», y del Ayuntamiento de Sevilla a raíz sobre todo de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos con el aval del Supremo, van en aumento. Así, en Málaga, la Comisión de Memoria Histórica del Ayuntamiento acordó pedir a la familia del aviador García Morato y a la Iglesia del Carmen el traslado de sus restos. «No hay motivo para exhumar a mi abuelo», señaló Gonzalo Queipo de Llano a este medio. «La historia está ahí, no tiene sentido cambiarla», dijo, recordando que el conocido como virrey de Andalucía fue hermano mayor honorario de la cofradía y «colaboró en levantar el nuevo templo», que se ubica en los terrenos de una antigua taberna anarquista llamada Casa Cornelio, símbolo de la «Sevilla roja». Para sus descendientes, según cartas enviadas a diferentes medios en defensa de su familiar, el militar sublevado «salvó a Sevilla» de «caer bajo el dominio rojo» y fue un benefactor de la infancia. La posible exhumación plantea vacíos jurídicos. Roberto Galán, profesor de Derecho Administrativo de la Universidad de Sevilla, afirma que la Ley estatal de Memoria Histórica, de 2007, no establece procedimientos relativos al Valle de los Caídos. La ley andaluza, de 2017, no es tan genérica como la estatal. Habla de la retirada de placas, insignias o nombres de calles. ¿Los restos mortales? «Es muy discutible desde el punto de vista jurídico» y serían «competencia del Estado».

La estrategia socialista de la memoria histórica

Steve Bannon, el gurú populista de los últimos tiempos, aconseja que la mejor manera para ocultar un error político es inundar al momento con noticias llamativas. La mente del votante diluirá así el impacto de la primera ante el fulgor de la cascada informativa. En eso consiste la aplicación de la Ley de Memoria Histórica: distracción para ocultar la ineptitud o los fracasos gubernamentales. Si el gobierno de Sánchez está atrapado bajo las maletas de Delcy Rodríguez, es conveniente sacar algo simbólico que desvíe la atención. Ocurrió con la exhumación de Franco, y ahora le ha tocado al general Queipo de Llano. La Prensa amiga del gobierno socialcomunista se ha apresurado a catalogar a Queipo de «franquista», «fascista» y «golpista». Realmente, solo acierta en lo último. Dio tres golpes de Estado en su vida: en 1926 para derribar la dictadura de Primo de Rivera; en 1930 para instaurar la República; y finalmente en 1936 para impedir el gobierno del Frente Popular. Tras los dos primeros golpes se hizo muy popular entre el republicanismo, siendo vitoreado por las calles en 1931. No en vano, Queipo había dirigido el Comité Militar vinculado al Pacto de San Sebastián para derribar la Monarquía. Su lealtad al régimen y su amistad con Niceto Alcalá-Zamora le llevaron a ser jefe del Cuartel Militar del presidente de la República. La llegada del Frente Popular al poder en febrero de 1936 y la destitución ilegal de Alcalá-Zamora en mayo decidieron a Queipo a sumarse a la conspiración que dirigía el general republicano Mola. La misión de Queipo fue tomar Sevilla, dominada por comunistas y anarquistas, quienes ya habían comenzado la liquidación social, los saqueos, y la quema de casas e iglesias. Desde la radio alentaba la sublevación y terminaba sus alocuciones diciendo «¡Viva España! ¡Viva la República!». La represión fue durísima y sangrienta, algo lamentablemente habitual en guerra, aunque menor, por ejemplo, que los asesinados por los chequistas de Companys, quien sí va a ser homenajeado por el gobierno Sánchez, tal y como prometió a Gabriel Rufián el 12 de febrero de 2020. Queipo fue muy crítico con Franco, con Falange –una «planta parásita», decía– y con los fascistas italianos, a quienes despreciaba públicamente. El dictador no le aguantó más y, después de intentar que marchara a Argentina, le envió a Roma desde 1939 a 1942. Volvió entonces a Sevilla y quedó aislado del régimen hasta su muerte en 1951.
Jorge VIlches