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Berlinale: Rasoulof grita contra la pena de muerte

El festival de cine entrega el sábado sus premios con una cosecha de mayor calidad que otros años

70th Berlinale International Film Festival in Berlin
Actor Bardia Yadegari poses with an image of Director Mohammad Rasoulof on a cellphone as he arrives for the screening of the movie "There Is No Evil" during the 70th Berlinale International Film Festival in Berlin, Germany, February 28, 2020. REUTERS/Michele TantussiMICHELE TANTUSSIReuters

Es innegable que, bajo la dirección de Carlo Chatrian, la Berlinale ha remontado su descenso a los infiernos. Tal vez su apuesta por grandes nombres del cine de autor en la sección oficial no siempre ha dado los frutos esperados, pero es difícil recordar una edición reciente en la que hubiera tanto para escoger en el palmarés. La duda es si el presidente del jurado, Jeremy Irons, y su equipo serán lo suficientemente sensibles para detectar la grandeza de, por ejemplo, «Days» de Tsai Ming-Liang, o «Poor Cow», de Kelly Reichardt, para este crítico las dos mejores películas a concurso. Si Irons presiona para conceder un Oso de Oro que limpie su imagen de declaraciones políticamente incorrectas, «Never Rarely Sometimes Always», con su delicadísima aproximación al aborto, podría ser una opción de consenso, aunque su reciente premio en Sundance tal vez la perjudique.

En la orilla del cine más radical, la monumentalidad de la rusa «Dau: Natacha» podría dar alguna sorpresa. No sería nada raro que se colara en el palmarés la iraní «There is No Evil», uno de los dos títulos que ayer cerraron el concurso. Su director, Mohammad Rasoulof, no ha podido salir del país (sus siete filmes han sido censurados en Irán, y fue detenido, junto a Jafar Panahi, en 2010, pasando un año en la cárcel), pero las cuatro historias que componen la película, todo un alegato contra la pena de muerte, hablan por sí mismas. El punto de vista que adopta el cineasta no es el de las víctimas sino el de sus verdugos, a menudo obligados a cometer ejecuciones durante su servicio militar. La contundencia hanekiana del primer episodio no se corresponde con el lento desarrollo de los demás, articulados los tres alrededor de una sorpresa que tensa el relato pero que lo hace depender demasiado de un suspense moral. Con todo, «There is No Evil» articula una denuncia poderosa de la opresión del gobierno iraní, que limita las libertades individuales de los ciudadanos haciendo de la muerte una moneda de libre circulación, un valor de cambio que modela a gusto la vida cotidiana, las relaciones amorosas y los vínculos paternofiliales.

¿Y después del Holocausto?

En sintonía con la dimensión política del filme de Rasoulof, el camboyano Rithy Pahn hace un alegato antibélico en forma de ensayo poético a dos voces en «Irradiated». Pahn, que se ha pasado toda su carrera examinando el genocidio acometido por los jemeres rojos en su país de origen, con títulos tan valiosos como «S21: la máquina de matar» o «La imagen perdida», amplía su campo de visión en una película que también podría funcionar como instalación artística, y que reflexiona sobre el sinsentido de la guerra a través de un singular dispositivo –la pantalla partida en tres, cada uno de los cuadros repitiendo la misma imagen o poniendo en diálogo imágenes de archivo con imágenes rodadas ex profeso– que no siempre funciona. A veces da la impresión de estar ante un tríptico de arte religioso, sonorizado por un mantra lírico que Pahn parece haber escrito con Chris Marker (y no con Godard) en mente.

La cita literal a «Crónica de un verano», el documental sociológico de Jean Rouch y Edgar Morin, puede darnos una pista de las intenciones de Pahn: aún después de las atrocidades del Holocausto, de Hiroshima y Nagasaki, tenemos la obligación de preguntarnos si es posible ser felices, y serlo es nuestra última esperanza. Es una pena, sin embargo, que esa pantalla tripartita a menudo resulte gratuita, y que el discurso de la película dé vueltas sobre sí mismo sin aportar gran cosa a un género, el del filme-ensayo, que ha dado grandes alegrías a los que creen que hacer cine documental también es pensar sobre las imágenes.