Dos músicos registran todas las combinaciones de notas para luchar contra el plagio
Damien Riehl y Noah Rubin, expertos en leyes, programación y músicos aficionados, registran las combinaciones básicas de notas y las ofrecen en “creative commons” para que los músicos eviten demandas interesadas por copias de canciones
Creada:
Última actualización:
El pasado 31 de marzo, el programador, abogado y músico Damien Riehl se presentó en una charla Ted con un disco duro portátil en las manos. “En este disco duro están todas las melodías posibles y tenemos el copyright sobre ellas”, anunció ante el público. Él y su “cómplice” Noah Rubin habían registrado más de 300.000 combinaciones por segundo de notas posibles teniendo en cuenta las ocho notas por doce compases, es decir, “todas las combinaciones básicas” que, a continuación y tras registrarlas, ofrecieron en “Creative commons” para que fueran usadas libremente por cualquiera. Esta iniciativa responde a su interés en proteger a los artistas contra las demandas de plagio interesadas, algo que ha aumentado exponencialmente en los últimos tiempos.
Así lo relató el propio Riehl, que tiene experiencia en litigios por derechos de autor. “La música, en formato MIDI, no es más que secuencias de números y, según las leyes de propiedad intelectual, los números son una realidad. Y los tribunales se basan en realidades, en pruebas. Es lo que determina la posibilidad de un plagio, sea accidental o no", decía este experto. Cada año se publican unos 50 millones de canciones, y, sin embargo, las combinaciones de notas son limitadas. Y mucho más escasas son las combinaciones que dan lugar a canciones audibles, a progresiones de notas agradables al oído, en las que se basa el pop comercial. “Por eso estamos ante una situación en la que cada vez hay menos posibilidades y es más fácil pisar una mina melódica”, decía este experto sobre una realidad reciente: autores de canciones desconocidas que han ganado demandas millonarias a estrellas que han logrado un superéxito mundial por el parecido entre sus temas.
“Tenemos cada vez más la sensación de que una canción se parece a otra que ya hemos oído porque es normal, cada vez hay menos espacio para crear. El músico no se sienta ante una hoja en blanco, sino ante una hoja con caminos ya transitados y vetados. Es verdad que la originalidad de una canción no depende solo de la melodía. Pero la melodía son hechos y de eso es de lo que entienden más los tribunales”, dice este experto en la charla Ted celebrada en Minneápolis el pasado 31 de marzo (la charla completa, al final de la noticia).
Lo que este experto y su compañero Noah Rubin hicieron es programar un algoritmo que fuese registrando las posibles combinaciones de notas, de una manera similar a como los “hackers” los programan para descubrir las contraseñas probando todas las alternativas posibles. Una vez producidos, registraron el copyright de su contenido (ocupa 600 Gigas y se puede acceder al archivo y descargarlo aquí), con el objetivo de devolverlo al dominio público. El resultado de las combinaciones es la nada despreciable cifra de 68,7 mi millones de melodías. Los autores de este experimento eligieron la octava más popular en el pop y los 12 compases de duración porque es el tiempo que establecen los tribunales para determinar un plagio.
Sin embargo, el subterfugio no es perfecto. Todo el mundo que desee podría utilizar cualquier combinación de notas contenidas en el archivo... siempre y cuando no aspire a cobrar derechos de autor por el uso de las mismas. Además, esto no garantizaría salir indemne, porque la legislación sobre plagios es muy cambiante entre los países del mundo. Por otra parte, el dominio público no se consigue por la cesión en “creative commons” de una obra, sino que lo fija la legislación nacional tras la muerte de un artista y protege sus creaciones por un periodo que puede oscilar entre los 50 y los 100 años tras el fallecimiento. En cualquier caso, un tribunal que se enfrente a una melodía que se publicase hoy idéntica al “Ob-la-di Ob-la-da” de los Beatles determinaría que no es original, por mucho que ésta se base en un archivo bajo creative commons.
Legalmente, esta estratagema puede resultar bastante imperfecta, pero, al menos, este hecho simbólico ha ayudado a poner el foco en un problema al que se está enfrentando la industria discográfica estadounidense, paralizada tras los sonoros casos de plagio que han afectado a Kate Perry, Sam Mendes, o Robin Thicke y Pharrell Williams.
“Nuestro objetivo es contribuir a hacer mejor el mundo, no poseer esas melodías, sino entregarlas de vuelta. Y demostrar que el sistema de ''copyright'' está cerca del nivel de saturación”, dice Rubin en su charla. Muchos de los procesos judiciales por plagio abiertos en los últimos tiempos se deben a un parecido “involuntario” difícil de probar, mientras que la mera coincidencia de notas es un hecho unívoco que lleva a los tribunales a artistas y que puede costarles nada más comenzar el proceso judicial hasta dos millones de dólares en Estados Unidos.
Estos temas sobre protección de propiedad intelectual llegan a extremos un tanto absurdos, como lo que le sucedió al grupo británico The Planets, liderados por el músico Mike Blatt, terminaron pagando una suma de seis cifras a los herederos de John Cage por utilizar una pista muda en su disco “Classical Graffitti". La canción se llamaba “A One Minute Silence” y no incluía el menor sonido. En 1952, el artista John Cage había presentado su obra conceptual “4′43′'”, que se componía de 273 segundos de silencio.