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El Columpio Asesino: “Todas nuestras canciones sobrevuelan la misma vaca muerta"

Publican «Ataque celeste», un disco afilado y oscuro después de cinco años de silencio que presentarán en el festival Tomavistas en Madrid
larazon

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Querían hacer un disco luminoso pero les ha salido como siempre, oscuro y afilado. Tras cinco años sin publicar nuevo trabajo, El Columpio Asesino vuelven con «Ataque celeste», un título que responde a un síndrome de los países ricos, un problema del primer mundo que la banda de Pamplona describe así: «Angustia o asfixia que sienten algunas personas ante el azul absoluto del cielo». «Son esos días a los que la gente quiere sacarle partido, aprovecharlo al máximo, del disfrute casi obligado. Nosotros hablamos a veces que casi nos sentimos más a gusto en los días cerrados porque las expectativas son más bajas y es cuando ocurren las cosas. Esa presión por aprovechar el tiempo en esos días de felicidad obligada es una obsesión absurda», dice Albaro Arizaleta, batería y compositor del grupo, formado por Cristina Martínez (voz), Raúl Arizaleta (guitarra) y Dani Ulecia (bajista y productor), que lo presentan en el Warm Up de Murcia, Tomavistas en Madrid y, de momento, en Vitoria (16 de mayo).
El discurso del grupo, siempre crudo, es crítico con el espíritu hipercapitalista dominante. Por eso, el disco termina con una instrumental en la que se repite «Yes we can» en bucle, distorsionado: «Queríamos criticar el uso actual de la expresión, que en su origen tenía una connotación colectiva y ahora parece que es casi una consigna individual, de superación personal. Por eso la repetimos como parte de una voz robotizada, alienada, haciendo referencia a que se ha convertido en un mensaje de autoexplotación. Antes era otra cosa», dice Arizaleta.
Tiranía de la optimización
Ambas ideas van en conexión con otra de las definiciones que hacen del «ataque celeste» en su particular vademécum: «Obsesión por la perfección y el crecimiento constante que nos lleva a la enfermedad social». Y también con esta: «Tiranía de la optimización y la positividad». Ambas ideas, la del disfrute obligatorio y el gozo productivo van de la mano y chocan frontalmente con la experiencia de escuchar otro álbum incómodo fiel al estilo del grupo.
Porque estas ideas no son cháchara, sino que están en la actitud del grupo y en su forma de entender la música, opuesta a la mayoría. Resulta desesperante comprobar la cantidad de lugares comunes en los que incurren los músicos para hablar del trabajo de hacer canciones. La mayor parte de ellos poetizan sobre su oficio como si se tratara de los primeros que escriben de lo que les pasa. Por eso se agradece cuando Arizaleta da una definición de su oficio como ésta: «No queríamos hacer un disco conceptual, pero es que, en mi caso, casi todas las canciones sobrevuelan sobre la misma vaca muerta». El disco contiene un conflicto, una vaca muerta que es «el choque que tenemos dentro de nosotros entre las dos partes de nuestra personalidad. Ese conflicto que todos vivimos en un grado mayor o menor pero que tenemos ahí. No sé explicarlo, es ese cisne negro versus cisne blanco entre los que no se puede mediar. Hay que aceptarlo y por tanto conocer ambas partes de nuestro interior», dice Arizaleta.
¿Sufren los músicos ese síndrome de, horrible palabra, optimización del tiempo? «Pues la verdad es que sí. A mí me costó superar la sensación de que no estás trabajando. Me costó como músico respetar mi trabajo porque tenía la impresión de que no era un trabajo y tuve que cambiar el lenguaje. En vez de ir a la bajera o al local, lo llamo ir al estudio, porque parece que te lo crees más. No digo que ‘‘vamos a ensayar o a tocar’’, digo que voy a trabajar, porque, si no, parece que no se respeta el trabajo. Y eso te persigue. Yo he trabajado muchos años en la obra y en fábricas y lo bueno de aquello es que que salías del curro y te olvidabas de todo, pero en esta profesión arrastras fuera las cosas y es imposible evitarlo», cuenta el batería. Y la consecuencia es que «llega un momento que yo llamo de las lechuzas nocturnas, que es un símbolo de esos pensamientos, ese aquelarre de voces que están en el proceso creativo. Tienes una canción dentro y no la puedes sacar y se puede volver un infierno».