El peligro de ser un artista en Cuba
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Después de dos semanas de detención, el pasado sábado fue liberado el artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara, acusado de «ultrajar los símbolos patrios» en una performance. La obra en cuestión –distribuida por algunos sitios de internet– consistía en una serie de «escenas» en las que Otero utilizaba la bandera cubana en diferentes situaciones cotidianas –como cobertor para dormir, como toalla de baño para la playa o apoyada en sus hombros mientras está sentado en su inodoro–. El viernes, Amnistía Internacional ya había pedido a Cuba que liberase «inmediata e incondicionalmente» a Otero, al cual se consideraba «prisionero de conciencia».
Uno de los iconos de la resistencia artística cubana, Ángel Garrido, mostró su alegría por la liberación de su compañero. Garrido fue detenido en 1990 por las autoridades cubanas tras una célebre performance titulada «la esperanza es lo último que se está perdiendo», en la que defecaba sobre un ejemplar del periódico oficial “Granma”. En su muro de Facebook, Garrido reflejaba cómo, frente al silencio del sector artístico hace treinta años, «esta vez la solidaridad y el sentimiento de justicia entre los artistas dentro y fuera de Cuba, funcionó (…) hoy ya sabemos que a los represores culturales no les será tan fácil condenar a un artista por ejercer su derecho a la libertad de expresión y creación».
Traidores a la patria
El caso de Luis Manuel Otero Alcántara constituye el enésimo ejemplo de las circunstancias lamentables en las que los artistas cubanos trabajan desde la década de los 80. En uno de los países como mayor talento y creatividad del panorama institucional, la praxis demuestra con hechos fehacientes cómo cualquier intento de articular una estructura crítica saludable y democrática es sistemáticamente abortada por unas autoridades que, en cualquier caso de disconformidad, creen descubrir un traidor a la patria y un colaborador del gobierno de los Estados Unidos.
Tras el encarcelamiento, hace años, de Tania Bruguera, la sombra de la represión vuelve a cernirse sobre el tejido cultural cubano. Sin crítica no hay democracia, y sin democracia toda la mística de la Revolución cubana se viene abajo por revelarse como un mero subterfugio para perpetuar una estructura de poder totalitaria.