Pau Donés: «Soy un buen amigo, regular amante y un pésimo novio»
Ha superado un cáncer y se enfrenta a la recaída, pero no encontrarán un ápice de autocompasión en sus palabras por más que quieran darle clases de prevalencia. Él ha escrito un libro, «50 palos», que no es una autobiografía porque ésas «huelen a muerto» y sigue en una larga gira antes de que anochezca.
Creada:
Última actualización:
Ha superado un cáncer y se enfrenta a la recaída, pero no encontrarán un ápice de autocompasión en sus palabras por más que quieran darle clases de prevalencia. Él ha escrito un libro, «50 palos», que no es una autobiografía porque ésas «huelen a muerto» y sigue en una larga gira antes de que anochezca.
Hay hechos en la vida de una persona que la definen para siempre. Asuntos como superar un cáncer y luchar contra el segundo. Ya puedes haber puesto un pie en la Luna, que tu vida se jibariza en vez de metastatizarse. Será porque es la muerte lo que da sentido y en algunos casos significado a todo el relato de una vida humana porque es el viaje del que no se regresa. Aunque algunos sí. Hay quien mira de frente al precipicio y tiene uñas para agarrarse a la vida. Es el caso de Pau Donés (Huesca, 1966), quien, en esta mañana de puro azufre en Madrid, se toma una pastilla y dice: «Ah, mi éxtasis de cada día». Levanta los brazos y se hace el loco drogado. Sandra, su manager, se parte de risa. Él se traga la vida así mientras celebra una gira (por Coruña, Gerona, Tarragona, Peralada, Barcelona, Palencia, Valladolid y Cartagena) con un disco y un libro, «50 palos» (Planeta), de una gran carrera.
–Hablamos de una trayectoria.
–Yo nací músico, porque de chico era hiperactivo. Mi madre se dio cuenta de que era la única manera de que me estuviera tranquilo. Mi primer recuerdo musical era un Phillips de tapa en el que yo ponía discos cuando era casi un bebé. Los rayaba todos, claro.
–La música fue su terapia.
–Sí. Todos nacemos con un talento, una capacidad para hacer las cosas con más facilidad que el resto de cosas. A los 10 años me regalaron una guitarra y aprendí a tocarla solo enseguida. Es como mi hija, que es una pasada.
–De casta le viene al galgo.
–Pero no quiero que sea músico.
–¿Por qué?
–Porque con uno en casa es suficiente. Y luego, lo de ser la hija de... pues mira, yo era hijo de un empleado de banca. Pero ser hijo «del de jarabe»...
–Le va a condicionar.
–Me gustaría que tuviera una vida más convencional, porque esta vida ya la ha visto.
–¿Cuántos años tiene?
–Trece. Pero es que toca la guitarra y el piano de maravilla. Afina de la hostia, toca fenomenal...
–Pues lo lleva claro, entonces.
–Ya. Pero tengo un punto a favor: la música, para ella, ha sido su enemigo. Porque la ha robado a su padre.
–El «bisnes» de la música.
–El año que nació estuve casi nueve meses fuera. Y los primeros diez, pues hemos tenido mucha calidad pero cantidad, no. La busco hago ahora.
–¿Está parando?
–Ya no hago giras de dos meses. Voy a EE UU en tres pases de 20 días, pero vuelvo a casa. El año que viene estaremos juntos mucho más.
–¿Pero un músico puede parar?
–Es que no me quiero perder los días que vienen, verla crecer.
–Esos días no se recuperan.
–Ni esos, ni niguno.
–Si hay alguien consciente del tiempo es usted.
–Ahora y siempre. Yo hice esa canción, «El tiempo».
–Me hablaba de su madre, ¿qué recuerda de su casa?
–Yo miro muy poco al pasado y mucho al futuro. Me gustan los recuerdos buenos, pero ocupo mi tiempo, que es limitado, como el tuyo, en el presente. Pierdes tiempo pensando en el futuro y desde que lo hago, porque lo he predicado siempre pero no siempre lo he hecho, lo vivo pegado a mi actividad. He vivido en la cresta de la ola con «La flaca», «Depende», hostiaaaaa... y me metí dentro de la ola y después volví a salir y a subir. Y llevo 20 años como un loco. Un día me di cuenta. Tenía conciencia de lo que me pasaba a semana vista. Me doy cuenta de que toqué en Madrid a la semana siguiente. Y eso no puede pasar.
–¿Y para eso hay que vivir más lento?
–Molaría. Eso ayuda, seguro.
–20 años así.
–Sí, arriba o dentro. Eso me ha dado la sabiduría.
–¿Cómo se digiere un éxito como aquél?
–A pelota pasada. Cuando tuve una semana libre, me di cuenta de que me habían dado un Grammy, había conocido a Pavarotti, y que no sé qué...
–Lo de «La flaca» fue un poco extraño, ¿cómo sucedió?
–Pues sacamos el tema en un disco y no se vendió nada. Creo que 4.000 copias en un año. Y un día tocamos en un bareto, y allí estaba un tío de una agencia de publicidad de Barcelona que quería hacer una campaña de publicidad para Ducados, pero como no podían hacer publicidad en televisión, se inventó una movida. Un disco de música latina, que pondría «Duca 2» y bueno, que se anunciase. Nos vio y le gustamos. Y de vender 4.000 al año a vender 70.000 a la semana. Que me llamaba la directora de la compañía y estaba enloquecida.
–Ganaría mucho dinero...
–Sí. Y eso que no tenía un buen trato.
–«Depende» fue el acabóse.
–Eso estuvo muy bien porque en España somos «exitistas» y nos decían que éramos los de la canción de un verano y ya está. Pero vendimos 200.000 discos en dos semanas. Siempre he pensado en el largo plazo. Yo nací músico. Y he hecho muchas cosas en la vida, pero esta la quería hacer bien: calidad, mensaje y emoción. Con cierta densidad intelectual y capacidad de seducir.
–¿Cómo se mantiene la ilusión?
–Porque somos músicos y hacemos lo que sentimos.
–¿Le han propuesto cosas raras?
–Sí, imagínate. Me decían que me fuese a vivir a Miami. Porque éramos una apuesta para la música latina. Pero yo vivo en la montaña y tengo esta cara de paleto. ¿Qué pinto allí? Imagínate, te quieren llevar a cualquier programa y hacer de ti una marioneta. Lo que pasa es que, como vendíamos, nos dejaban hacer. Fueron dos millones de «La Flaca» y 1,8 millones de «Depende». Y «De vuelta y vuelta», que no funcionó, vendió medio millón...
–¿Dónde vive?
–En el Pirineo, porque soy de pueblo. Soy parte de la naturaleza. También era mi sueño, mi ilusión.
–¿Qué sueño le queda?
–Mogollón. Cruzar el Atlántico en velero. Es una de mis aficiones. Y lo haré, el año que viene.
–Pida más.
–Casarme con la actriz Marion Cotillard. Estoy superenamorado de ella.
–¿Le mandaría un tuit?
–En sueños lo he hecho.
–¿Ha tenido muchos amores?
–Sí. Las mujeres me han gustado siempre un huevo. Soy muy enamoradizo. Y me ha ido muy bien. A ver, en el amor me ha ido bien, en la pareja, fatal. Soy un buen amigo, regular amante y un pésimo novio. Tengo muy buena relación con muchas ex novias. Y no he tenido relaciones de largo plazo, pero sí buenas amigas.
–¿La música era un problema?
–Pues lo era para convivir con mi gran amor, que es la madre de mi hija, con la que estuve ocho años. Era un mundo que no le gustaba nada. Y claro, no quería seguir así, sin verme, y le ofrecí quedarme en casa. Pero me dijo que entonces no sería yo. Así que no funcionó.
–Se cumple el tópico del músico con un amor en cada puerto.
–Es un tópico aplicable a todos los hombres que les gustan las mujeres. Porque no somos monógamos por naturaleza. Por religión, básicamente, seguimos un canon. Pero yo te lo digo de esta manera: tengo cuatro hermanos y los quiero por igual. Pues con las mujeres también quiero a cuatro o cinco a la vez, ¿por qué no? Estamos hablando de amor. ¿Qué pasa, que es una forma distinta de amar? No, aquí hay algo que no está bien programado.
–Los ateos también son fieles.
–Sí, bajo la influencia del catolicismo. El mundo sigue dominado por la religión. Bush justificó la guerra en su nombre. Y muchos siguen votando a corruptos por eso.
–¿La corrupción es un cáncer moral?
–Siempre. Lo que pasa ahora es de juzgado de guardia. Se han metido miles de millones en el bolsillo. Y aquí no pasa nada. Vamos mucho por el extranjero y nos preguntan de España.
–También le preguntarán de Cataluña, ¿qué piensa de la independencia?
–Yo soy nacionalista, aunque soy medio aragonés. Creo que hay una cultura diferente y una nacionalidad distinta. Aceptémoslo, no pasa nada. Yo defiendo eso. Ahora, el independentismo no, porque no creo en ese individualismo. Además, no me gusta nada ese punto chovinista que tienen algunas cosas. No me molan nada esos discursos. Y luego, que los más independentistas, los Pujol, los hayan pillado robando a los catalanes...
–Un par de cosas del bicho. ¿Se permite estar triste?
–La tristeza no tiene nada que ver con el bicho, es una actitud que te viene por causas justificadas, o no. Y es un derecho que tenemos, a estar tristes, tío. Pero es que vivimos en una sociedad en la que tienes que estar feliz. Es como los anuncios. Nadie está triste en Instagram. Eso la gente lo asocia a fracasar y está muy mal visto. Yo creo que estar triste o melancólico es cojonudo. Otra cosa es la pena. La pena, no.
–Es más profunda.
–La pena tiene que ver con un estado de ánimo en el que sufres. Es la diferencia entre la soledad o sentirse solo. Lo segundo es peor.
–¿Diría que vive más intensamente que el 99 por ciento de la gente por la prueba a la que está sometido?
–Diría que no. Primero, no estoy sometido a ninguna prueba. Y segundo, no me comparo con los demás. Yo vivo intensamente.
–Afirmo: yo creo que vive más intensamente y también creo que vive en una prueba.
–Bueno, te lo agradezco. Pero para mí la premisa es que vivir es urgente. Siempre lo he pensado. Es imperativo.