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Masats, las fotografías del clásico salen del armario

Han aparecido en 1.500 negativos que permanecían escondidos al fondo de un armario y que ahora han salido a la luz
La RazónLa Razón

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Ramón Masats es un clásico involuntario. El talento le asoma hasta en el material desechado y dado por inválido o fallido. Su nueva exposición, en Tacabalera, en Madrid, que se inaugura mañana dentro de PhotoEspaña, reúne 145 imágenes y resulta que el 70 por ciento de las fotografías que se enseñan son inéditas y no se han visto nunca con anterioridad, lo que obligará a repensar al maestro y revisitar de nuevo su genialidad. Estas instantáneas salen del revelado que se acaba de hacer de 1.500 negativos que él mismo había abandonado en el fondo del armario y después había olvidado, como se suele hacer con las bufandas de la temporada pasada y con el jersey que te regalan por Reyes. Los había desestimado por aquellas razones imperiosas del oficio y de vanguardia que todavía se sostenían cuando salió a reportajear el país entre 1955 y 1965. Pero el tiempo ha ido barnizando esos clichés arrumbados, toda esa suma o acumulación de disparos luego esquinados, con un punto de actualidad y también de presentismo que las hacen vigentes y muy modernas, y que, si se apura, casi son oportunas para acercarnos a lo que fuimos en el pasado. «Él mismo me permitió escarbar entre esa colección de carretes a los que no había concedido importancia. Son una cantidad enorme y merecen mucho la pena. Según pasa el tiempo, el pasado tiene nuevas formas de verse y se descubren cosas que antes no se apreciaban. Estas fotos nos posibilitan ahora repasar cómo éramos entonces», comenta Chema Conesa, fotógrafo y comisario de la muestra.
En aquella década de pobrezas aldeanas y carestías sobrellevadas, Masats salió a fotografiar una España a la que se quería dar brillo, pero aún paseaba sus faldas por abundantes miserias y carestías. Este ha sido siempre su periodo más jaleado y aplaudido; una época marcada por la impronta monocroma del blanco y negro, que es el más reconocible y también el más alabado por sus admiradores, y que coincidió con la apertura de la dictadura, cuando el régimen de Franco trataba de abandonar los criterios que lo habían mantenido en las coordenadas de la autarquía y decidía abrirse al mundo, no llamado por la tolerancia o por una reflexión democrática, sino porque se necesitaban ingresos, divisas, o sea, dinero, con los que reflotar la mermada economía del mercado propio y proporcionarles unos cuantos efectivos y caudales al erario público, algo maltrecho, para que fuera más desahogado. El Ministerio de Información y Turismo se había creado en 1951 y el Plan Nacional de Turismo se había lanzado en 1953. Todavía quedaban unos años para que acuñaran el eslogan «Spain is different», pero los Einstein de entonces ya se desmarcaron con otra consigna publicitaria de semejante catadura y espíritu: «Visit Spain». Unos ocurrentes, vamos, pero es lo que había y, también, lo que le dio pie a Masats a tomar su cámara.
A la vanguardia
Para ilustrar las guías de viajes y dar cobertura en las revistas y publicaciones de cómo era la nación y tratar de seducir al turistaje extranjero para que se acercara a nuestras costas, Ramón Masats, junto a otros colegas de su misma generación, salieron a la carretera para dar fe de las distintas monumentalidades que teníamos dispersas por acá y a las que nadie prestaba demasiada atención. «Por encima del relato –explica Chema Conesa–, lo que procura es imponer una forma de encuadrar muy particular. Él es el primero que cuestiona las maneras que existía de mirar y de construir imágenes perfectas. Masats siempre señala lo que le interesa en su trabajo. Apuesta por la radicalidad de la composición y la geometría, le trata de dar poderío a la línea, como aprendió de los principios de la Bauhaus, y nos lleva a una visión más personalista en la manera de pensar y de concebir la fotografía. Con él nace la autoría, el personaje, la mirada propia del autor, que sobrepone a otras consideraciones. Se debe tener en cuenta que por entonces se aseguraba que las fotos para los reportajes debían ser cándidas y que en ningún momento podían ser opinativas. Se defendía el concepto de que esas fotos tenían que enseñarnos cómo era el mundo y que el fotógrafo no podía alterar nada de lo que veía. Solo debía colocarse en el sitio adecuado, en el lugar preciso y contar la realidad que había delante de él. Pero Masats demuestra que eso se altera simplemente con enfocar un objeto y no el que hay al lado. Solo con el énfasis que se pone en un personaje se está mediatizando. Frente a la foto documental y de prensa que se aseguraba que debían de ser neutrales, Masats dice que un fotógrafo tiene que ser, sobre todo, honesto y de esa manera es cómo empieza a reparar en España de una manera especial y distinta al resto».
Masats escapó hacia esa España de «ruralidades» y atavismos provisto con una cámara (la primera s ella había costeado sisando al padre) y una mirada desenfadada y burlona, como del estudiante travieso del aula, pero espabilado. Más que la realidad, con sus linealidades y geometrizaciones tan Cartier-Bresson, lo que atrapó su atención es justo el paisaje abstracto de la ironía, el lenguaje invertebrado de la contradicción, lo absurdo que yace detrás de cualquier hiperrealismo, como esa anciana que dibuja el esquinazo de una casa enjalbegada o ese sacerdote estirándose en una portería en plan Iker Casillas para detener un balón.
Este nuevo horizonte de fotos descubierto permite completar el puzle de su trabajo, redondearlo, pero también nos ayuda a encontrar los razonamientos artísticos que le condujeron a disparar el objetivo en un momento preciso y adivinar cuáles fueron los meandros que lo llevaron hasta sus obras maestras. También revelan que su inteligencia humorística le llevó a detenerse en las paradojas que esconde la normalidad, como ese niño que descansa en el hombro de un guardia civil con fusil; ese chaval, muy mozo, muy de su década, que contempla una corrida de toros bajo al sombra de ese tricornio que más que a un cuerpo del orden definía toda una época. «Con sus fotografías resalta aspectos, actitudes y costumbres que no eran para entregarlas a las publicaciones, como la gente pobre, los campesinos, los paisajes desolados que deja por lo general la pobreza. No lo hace con una vocación de denuncia o por un interés político, sino para constatar lo que existe, lo que sucede.
Fiestas y ritos
Repara en la ironía, en la contraposición que hay, por ejemplo, entre esas fuerzas del orden público, tan ordenadas y tan cuidadosas de la moral, de la fe y del buen hacer, junto a los campesinos y esas gentes increíbles que lo que hacen es vivir en el día a día. Puedes ver a esos guardias civiles que protegen la procesión de una Virgen y cómo el pueblo se junta con esa autoridad, con esos tricornios, esos símbolos del poder que eran. Masats es muy inteligente, saca la foto, pero deja que seas tú quien la interprete, con toda su carga y profundidad».
Masats se basa en los tópicos, las fiestas y los ritos religiosos para sacar el daguerrotipo de una nación que venía de la guerra y sobrevivía en una dictadura y en los escollos de una posguerra hecha de racionamientos. Es su particular acercamiento a España, de enseñarla, con sus lugares manidos, sus folclores vigentes o ya caducos y en declive, sus celebraciones multitudinarias o sus celebraciones más o menos alegres a pesar de esa faja de convencionalismos imperantes y las insuficiencias que padecían tantas familias. «Yo creo que si él hubiera nacido en Francia habría sido Henri Cartier-Bresson por su mirada y su forma de entender la composición, que es absolutamente novedosa y original. Él nos enseñó a cómo contar la realidad, lo que sucedía, lo que había ahí. Eso está en Masats y también cómo apoyar un relato periodístico», comenta Conesa.
Y continúa: «A través de esas imágenes lo que vemos es aquella España encogida que existía a finales de la autarquía. Él pertenece a la generación más importante de la fotografía española, que, de alguna forma, deseaba reflejar la nueva realidad. Esos creadores no deseaban a ensalzar la belleza de la piedra, de los grandes monumentos que conservábamos, sino que son las personas las que les merecen el mayor cuidado e interés. Ellos trabajaron para las primeras guías de turismo, es cierto, y también retrataron el turismo que nos comenzó a venir, pero, entre foto y foto, entre todo ese patrimonio que atestiguaban, tuvieron momentos para realizar grandes retratos de cómo era nuestra sociedad. Ellos son los que comprenden que existe gente alrededor de esos mismos sitios, que hay multitud de fiestas, que se organizan procesiones, que todavía se procede a hacer unos determinados ritos. Con esa actitud, además de surtir de instantáneas a las revistas y las editoriales preocupadas por atraer al turismo, fueron, aparte, cimentando un relato de quiénes éramos. Y lo hicieron de una manera atrevida y original. Lo que sucede es que, gracias a lo que ellos recogieron entonces, todos esos retazos increíbles, ahora nosotros tenemos acceso a una España que nunca hemos conocido, al menos, la mayoría de los españoles, pero que a ellos les tocó vivir».