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Por qué tienes que ver... “Betty”: hacia la adultez a bordo de un monopatín

Es una celebración de la adolescencia. Los problemas grandes quedan demasiado lejos como para pensar en ellos
HBOLa Razón

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Mientras contempla el día a día de un grupo de muchachas posmileniales que recorren las calles de Nueva York subidas a sus tablas y tratan de hacerse respetar en el viril mundillo del «skate», «Betty» funciona ante todo como una celebración de la adolescencia, una época en la que los problemas pequeños pueden parecer muy grandes y los grandes quedan demasiado lejanos como para pensar en ellos, en la que el tiempo es ilimitado y la ciudad un enorme parque de patinaje, y en la que lo único imprescindible para que un momento sea perfecto es que tus amigas lo compartan contigo.

The Skate Kitchen

Las principales protagonistas de «Betty» son miembros del colectivo femenino de monopatinaje The Skate Kitchen, y en la serie encarnan versiones ficticias de sí mismas. Fueron descubiertas por la documentalista Crystal Moselle en 2016; hechizada por su personalidad, la cineasta se acercó a dos de ellas durante un trayecto en el metro y en ese momento nació una fructífera colaboración que inmediatamente generó una campaña publicitaria para la marca Miu Miu y, poco después, el celebrado largometraje «Skate Kitchen» (2018). De hecho, «Betty» vendría a ser un «spin-off» de aquella ficción, o una secuela «sui generis»; la peripecia argumental y los nombres de algunos personajes son distintos, y las relaciones entre ellos han sido reconfiguradas. Eso significa que para sentarse frente a la serie no es necesario haber visto antes la película, aunque sí sea recomendable hacerlo –más que nada porque es estupenda–, y en cualquier caso el traslado al formato televisivo permite a Moselle no solo explorar más a fondo las vidas de las chicas protagonistas y las dinámicas afectivas entre ellas sino también reflexionar con detalle, pero sin aspavientos sobre asuntos como el racismo, la homofobia y la violencia de género.

Incidentes y oportunidades

Desde el principio de su primer episodio, «Betty» nos empuja al epicentro de su trama y nos sumerge en el insular mundo de las chicas. En todo caso, quizá «trama» no sea aquí la palabra correcta; lo que la serie nos ofrece es más bien una sucesión de incidentes, y de oportunidades para pasar el rato junto a ellas y la patulea de personajes masculinos que orbitan a su alrededor. A lo largo de su metraje, varias conexiones románticas surgen y alguna genera chispas, quienes parecían chicos buenos resultan no serlo tanto, y los que parecían chicos malos demuestran ser dulces y comprensivos. Hay experiencias ingratas en el mundo del modelaje, noches en el calabozo, porros en el interior de una furgoneta, peleas y reconciliaciones y, en general, muchos asuntos que quedan sin resolver porque, al fin y al cabo, la vida real no suele proporcionar conclusiones claras. «Betty» no es un documental, pero sí es la vida real.

Ficción feminista

«Betty» es una ficción perfectamente feminista, centrada en rendir homenaje a una nueva generación de mujeres que se empoderan a sí mismas y a otras mujeres, y que se muestran tan devotas por el monopatín como lo son la una para la otra. Las vemos irse de fiesta juntas, tener sexo juntas y enfrentarse juntas al sexismo, los abusos sexuales y los prejuicios misóginos, y mientras hacen todo eso exhiben una fiereza que, eso sí, no logra ocultar la ternura que sustenta su relación. Moselle, queda claro desde el primer momento, adora a sus protagonistas, y al contemplarlas desde el otro lado de la pantalla resulta francamente difícil no sentir lo mismo.

Subamos a la tabla

Como ya hizo en «Skate Kitchen», Moselle logra capturar no solo el esfuerzo y la preparación física necesarios para practicar el «skate» sino también la belleza que el ser humano es capaz de producir con un monopatín. Mientras las chicas avanzan sobre ruedas a través del tráfico y cruzan parques y puentes, y en el proceso escapan de problemas relacionados con la familia y la raza y la sexualidad, nosotros cruzamos junto a ellas y casi podemos sentir el viento acariciándonos la cara. Como consecuencia, contemplar «Betty» sin sentir en el proceso la imperiosa necesidad de subirse a una tabla se hace difícil incluso para los espectadores naturalmente inclinados a rompernos un brazo.

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