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Por qué tienes que ver... “Ramy”: el camino hacia Dios está lleno de minas

Explora con brillantez las complejidades de ser joven y musulmán en Estados Unidos
HULULA RAZON

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Una de las mayores sorpresas que deparó la pasada ceremonia de entrega de los Globos de Oro 2020 ocurrió cuando Ramy Youssef ganó el premio al Mejor Actor en una Comedia Televisiva gracias a «Ramy»creada por él mismo inspirándose libremente en su propia experiencia–, imponiéndose así a nombres de la talla de Michael Douglas, Bill Hader y Paul Rudd. «Chicos, sé que ninguno de vosotros ha visto mi serie», comentó Youssef nada más subir a recoger el galardón, y tenía razón, aunque muchos espectadores decidieron verla tras aquella victoria. Si usted no es uno de ellos, ahora es un buen momento para remediarlo: acaba de estrenarse su segunda temporada, que sigue explorando con brillantez tanto las complejidades derivadas de ser joven y religioso como las dificultades que afrontan los musulmanes en América.

Un veinteañero en el Islam

Youssef interpreta a Ramy Hassan, un veinteañero que tras vivir como un crápula durante años decide dejar de pecar y comprometerse con el Islam. Y al inicio de la segunda temporada muestra una determinación aún más férrea al respecto, en parte impulsada por los sentimientos de culpa que le causan tanto haberse acostado con su prima al final de la primera como toda la pornografía que consume para quitarse aquel incidente de la mente. Para cumplir su objetivo, el joven ingresa en un Centro Sufi para someterse a la supervisión espiritual de su nuevo líder, el jeque Ali, con el tipo de devoción que un caniche dedica a su dueño, y, mientras lo contempla, Ramy deja clara de varias maneras su condición de ficción pionera. Después de todo, ¿cuántas otras series retratan de una forma matizada y compleja a una comunidad de musulmanes en Occidente? ¿Y cuántas otras hablan de asuntos espirituales en general, y logran abordarlos con respeto, pero sin privarse de hacer chistes sobre la masturbación?

La fe y el sentido de la vida

«Ramy» no es ni un drama ni una máquina expendedora de chistes sino todo lo contrario. Youssef, que coescribió todos los nuevos episodios y dirigió varios de ellos, los dota de un equilibrio tonal aún mayor del que la serie hizo gala en la primera temporada; hay escenas en las que comedia y tragedia convergen hasta hacerse indistinguibles –entre ellas, por ejemplo, el encuentro increíblemente extraño que Ramy experimenta con un anciano armado y senil en un angosto cuarto de baño–, y hasta en sus momentos más deliberadamente ridículos la serie ahonda en sus preguntas de cabecera sobre la fe y el sentido de la vida.

Fascinación

«Ramy» nos invita a comprender a su protagonista, pero no trata de justificar los errores que comete. De hecho, los nuevos episodios se muestran especialmente severos con sus meteduras de pata y sus excusas, con su costumbre de pedir perdón solo para sentirse mejor, pero sin hacer examen de conciencia, y con todas sus acciones presuntamente buenas que en realidad ocultan motivos egoístas. Ramy asume compromisos que no está dispuesto a respetar, y acaba causando daño físico y emocional a quienes confían en él. Al final de la temporada ha perdido a casi todos sus aliados, y resulta fascinante predecir qué hará para abrirse camino hacia la redención.

Diálogos

En su segunda temporada la serie se beneficia enormemente de la adición al reparto de Mahershala Ali, que en la piel del jeque añade gravedad a la historia al tiempo que saca punta al humor derivado de las desventuras de Ramy. Su personaje posee toda la disciplina y la paz interior de las que su pupilo carece, y eso en parte explica por qué hacen tan buena pareja mientras se buscan mutuamente las cosquillas con mala baba, pero también mucho afecto. Sus conversaciones componen los mejores momentos de los nuevos episodios.

Los daños colaterales

Si el empeño de Ramy por encontrar un propósito vital resulta tan hilarante y a la vez tan doloroso es en buena medida porque muchos de los espectadores atravesamos una crisis de identidad parecida -aunque, a diferencia de él, la mayoría de nosotros no trataríamos de superarla aliviando sexualmente a un amigo aquejado de distrofia muscular–. Por eso, al ver la serie resulta inevitable querer de corazón que el chaval llegue a ser capaz de vivir sin causar daños colaterales. Ojalá en la tercera temporada esté más cerca de lograrlo.

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