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Por qué tienes que ver... “Central Park”: cantar y bailar contra el capitalismo

Trata de una excéntrica familia que lucha por salir adelante con una inconfundible ternura
La RazónLa Razón

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Los protagonistas de «Central Park» son los Tillerman, familia que reside en una vieja mansión ubicada dentro del parque neoyorquino. Su patriarca, Owen, trabaja como encargado del lugar, y vive obsesionado con el cumplimiento de las normas que rigen su funcionamiento. Su esposa, Paige, sueña con ser una periodista de investigación seria, pero se siente desaprovechada escribiendo artículos para «el periódico que más gente deja abandonado en el metro» de la ciudad. La hija de ambos, Molly, trata de aceptar su identidad birracial dibujando un cómic protagonizado por Fista Puffs, heroina dotada de superpoderes en el cabello; y el pequeño de la casa, Cole, derrocha amor por los animales, y eso resulta ser un problema cuando el chaval adopta a un perro que en realidad es propiedad de una anciana multimillonaria llamada Bitsy Brandenham. Bitsy, por cierto, planea apoderarse del parque y comercializarlo.

Irreverencia

El animador Loren Bouchard, creador de «Central Park» también lo es de las 10 temporadas de la magnífica comedia «Bob’s Burgers», sobre una prole llena de amor adorablemente disfuncional que lucha por mantener a flote su hamburguesería a pesar de los esfuerzos que los restaurantes competidores, algún vengativo inspector de sanidad y su nefasto casero dedican a sacarlos del negocio. Ambas series no solo se parecen en su elenco protagonista, una familia excéntrica que trata de salir adelante; las dos, asimismo, exhiben una fachada de irreverencia tras la que se esconde una inconfundible ternura.

Conflicto de clase

Además, tanto «Central Park» como esa ficción predecesora hablan del conflicto de clase que se libra de forma permanente en Estados Unidos. En concreto la nueva serie pone en cuestión la cultura multimillonaria, con muy buen humor, pero sin tapujos, y dejando claro que oponernos a la codicia de los ricos no sólo es nuestro derecho sino también nuestro deber. Una de las tramas principales a lo largo de la temporada, de hecho, se centra en la campaña subrepticia que Bitsy inicia para arrasar la enorme parcela que ocupa el parque y posteriormente construir en ella tiendas, complejos residenciales y otros monumentos al capitalismo, y en la lucha de los Tillerman para evitar que la vieja alimaña se salga con la suya.

Números musicales

La gran diferencia entre «Bob’s Burgers» y «Central Park» es que, si la primera usa las canciones tan sólo a modo de útil accesorio, para la segunda son un verdadero sello de identidad, el elemento narrativo que determina todos los demás y la razón que mejor explica la habilidad de la serie para dibujarnos una sonrisa en la cara. Cada episodio incluye una media de cuatro números musicales originales, que, además de aportar humor y estilo, nos ayudan a caracterizar a los personajes y a quitarles hierro a los pequeños dramas que afrontan a diario. El repertorio de melodías, que en general deja clara la influencia tanto del hip hop como de los musicales de Disney, es tan pegadizo que compensa con creces la insuficiente densidad cómica que «Central Park» por momentos aqueja.

Homenaje

El espectacular número musical con el que se inicia la serie, «Central in my heart», funciona como mapa de las diversas áreas que componen el parque y de los servicios que hay disponibles en él, como muestrario de la multitud de pasatiempos que los visitantes practican en su interior y como recordatorio de su condición de espacio público que mejor define la ciudad. Y, de ese modo, «Central Park» se reivindica desde el principio no sólo como homenaje a ese parque icónico sino, por extensión, a todos los parques del planeta y a las personas –y los perros, y las ardillas, y las ratas– que los comparten. Y eso inevitablemente la convierte en una de esas series que impactan de forma especial en estos tiempos de pandemia global, y en una de las poquísimas que lo hacen sin deprimirnos en el proceso. Cualquier ciudad necesita sus zonas verdes, siempre, pero nunca tanto como en la actualidad. Porque son espacios en los que compartir juegos, deportes, sol, descanso y algo de aire puro, y porque pensar en ellos nos recuerda que, incluso en tiempos de distanciamiento, estamos juntos en esto.

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