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Historia

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Viriato, el buen salvaje

Mito y realidad se entretejen en la historia del caudillo lusitano que en el siglo II a. C. puso en jaque la autoridad romana en Hispania

La muerte de Viriato pintada por Madrazo
La muerte de Viriato pintada por MadrazoMadrazoPainting

Tradicionalmente, se había dado crédito al testimonio de algunos historiadores, particularmente Diodoro Sículo quien, bebiendo de otra fuente más antigua (Posidonio de Apamea) afirmaba de Viriato que, en su juventud, había sido un humilde pastor. Este autor nos presenta a un personaje criado en plena naturaleza y, por ende, duro, austero y virtuoso. Y es que, conforme al ideal clásico del «buen salvaje», de enorme vigor entre los autores del periodo y derivado de la filosofía estoica de época helenística, la dureza y simplicidad de la vida en la naturaleza tenía como efecto la purificación moral del individuo, que se volvía virtuoso por el mero hecho de vivir una vida rústica y sencilla. Este mito, claramente infundado, ha mantenido no obstante su vitalidad a lo largo del tiempo, notablemente desde que Jean-Jacques Rousseau lo retomara y le diera nuevo vigor.

En todo caso, para los autores clásicos se trataba, claramente, de un mito moralizante que pretendía advertir acerca de los peligros de la vida urbana y, en concreto, de la corrupción moral que podía resultar de la vida en sociedad y de la exposición a los lujos, la ambición o la molicie. Y es que para los antiguos romanos siempre existió ese afán contradictorio, casi diríamos esquizofrénico, entre la admiración por la ciudad como fuente de civilización (una palabra deriva de la otra) –aunque también de corrupción–, y la admiración por el campo como fuente de virtud, rectitud moral y vida sencilla, comedida y digna. En consecuencia, el retorno a la vida sencilla –y supuestamente virtuosa– del campesino fue siempre encomiado y se convirtió en una forma muy común de “jubilación” para muchos estadistas, aunque, por supuesto, sin renunciar a las comodidades propias de su estatus social. Así, por ejemplo, el emperador Diocleciano, quien abandonó el trono para cultivar hortalizas, si bien en un huerto rodeado de un palacio construido ex profeso.

La crisis de crecimiento que experimentó la República de Roma en el último siglo y medio de su existencia (precisamente, desde la Guerra de Viriato en adelante) proporcionó el contexto perfecto para que la filosofía estoica hiciera dura crítica del modelo urbano, ambicioso y expansionista de Roma, y los peligros que ello entrañaba, la corrupción y relajación de costumbres propiamente romanas.

Bajo este paraguas ideológico, el personaje de Viriato encajaba perfectamente como el ideal estoico: un líder salvaje, sencillo, rudo, duro, austero y virtuoso que sirviera de modelo de contraste frente a aquello en lo que –por desgracia para algunos– se había convertido la aristocracia romana: sofisticada, urbanita, opulenta, ambiciosa y espantosamente corrupta. ¿Pero, era realmente Viriato como lo pintan?

Frente a la idea expuesta por Diodoro, la mayoría de los especialistas consideran, en cambio, que el líder lusitano no tendría un origen humilde sino que, más probablemente, pertenecería a las élites aristocráticas lusitanas. Su propio nombre, Viriathus, se traduce como «portador de viria», ornamento metálico con el que se decoraban el brazo algunos pueblos prerromanos, y que era atributo exclusivo de la aristocracia guerrera. Por otro lado, las fuentes mencionan que Viriato tomó como esposa a la hija de un personaje llamado Astolpas, acaudalado y perteneciente a la más alta clase social indígena. Este mantenía buenas relaciones con las autoridades romanas, como se deduce de la presencia de varias de ellas como invitados en los esponsales, todo lo cual es asimismo indicio de la probable calidad aristocrática del lusitano. Y es que, según los indicios, lo lusitanos habían alcanzado ya una estructura cuasi-estatal, a imitación de sus vecinos turdetanos, lo que les permitía reunir y mantener potentes ejércitos de hasta 25 000 hombres. No se trataba, por tanto, de bandas de salvajes indisciplinados.

Sin embargo, la unidad política no debía de ser la norma sino la excepción. Era solo cuando se veían amenazados cuando recurrían al líder unitario, al caudillo militar. Ese parece ser el caso de personajes mencionados por las fuentes con los nombres de Púnico, Césaro, Cauceno o el propio Viriato. Nos hallamos ante comandantes en jefe de una confederación de oppida (ciudades) o, si se prefiere, líderes circunstanciales de toda una comunidad cultural, la lusitana, electos por asambleas de guerreros –en las que sin duda tendrían mayor peso los elementos aristocráticos– en función de su veteranía, carisma y dotes de mando. Los sesgos y silencios de las fuentes nos impiden, sin embargo, conocer más detalles sobre los orígenes, filiación, carácter de su mando y autoridad de este misterioso personaje que condujo a las autoridades romanas en Hispania a una de las peores crisis militares de su historia.

En el año 150 a.C. el propretor de Hispania Ulterior, Servio Sulpicio Galba, ofreció a los lusitanos tierras en las que asentarse a cambio de paz, y unos treinta mil acudieron a la llamada. Pero las intenciones de Galba eran otras, y una vez los lusitanos estuvieron desarmados ordenó masacrar a muchos y reducir al resto a la más ignominiosa esclavitud. Este acto de extrema crueldad y barbarie –que a día de hoy sería considerado un crimen de guerra– no ahogó la libertad lusitana. Entre los pocos que lograron escapar de la matanza había uno llamado Viriato, que poco después se pondría al frente de los lusitanos y los conduciría a una revuelta de tales proporciones que su nombre entraría en las páginas de la historia. En él, icono en la lucha de los débiles frente a los poderosos, una suerte de David contra Goliat en versión peninsular, se ha querido ver un adalid del nacionalismo hispano −o luso− o a un socialista primitivo, pero el análisis de su tiempo y sus circunstancias evidencia que, como siempre, la historia es mucho más compleja y plural de lo que algunos maniqueos paradigmas contemporáneos querrían.

Viriato, el buen salvaje
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