Anthony Hopkins ha perdido la cabeza
Florian Zeller debuta en el cine con “The Father”, la adaptación de su propia obra de teatro, y François Ozon vuelve a Donostia con una versión del libro de Aidam Chambers “Bailar sobre mi tumba”
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Hace cuatro años que Héctor Alterio se paseó en pijama por diferentes escenarios de España. Hacía de “Le père” (“El padre”), de Florian Zeller. Una función que, con apenas seis actores, casi superaba en número al elenco de la cinta que se puede ver estos días en San Sebastián, “The Father”, la adaptación que el propio dramaturgo francés ha hecho en su primera incursión en el cine. Debut en el que Zeller no titubea. Una ópera prima íntima donde sitúa don Anthony Hopkins en el centro de la trama junto a Olivia Colman como paciente hija del anciano. A sus 82 años, Anthony (comparte nombre con el actor porque el director, dice, escribió el guión con él en la cabeza: "Mis amigos se reían cuando se lo decía, pero si crees en un sueño, y luchas por él, se cumple) ya ha perdido el control de su vida. La demencia es un hecho y Anne, su hija, lucha por sacar adelante el nuevo papel de “madre de su padre”, dice Zeller: “Es un dilema doloroso que termina llegando y quería explicarlo de forma original, desde el interior”, comenta de una trama que no se cuenta desde fuera, sino desde el interior de la cabeza de su protagonista. Un laberinto de incoherencia en el que el tiempo no es lineal y el espacio muta constantemente. El habitual control de la situación de un veterano como Hopkins se convierte en una desorientación total con la que el joven director ha querido “jugar”, comenta.
Llega la cinta en un momento en el que, en boca de Zeller, “hemos experimentado la fragilidad de las personas y la dificultad de perder el vínculo con los nuestros sin siquiera poder despedirnos. La cinta habla de la solidaridad. De un momento en el que se cambia emocionalmente al ser responsables de nuestros padres”.
Bailar en tiempos de pandemia
Otra de las cintas que se presentaba ayer, esta ya sí en Sección Oficial, fue “Verano del 85”, de François Ozon (Concha de Oro en 2012 con “En la casa”). En esta ocasión, la versión de un libro, “Dance on my grave” (“Bailar sobre mi tumba”), de Aidam Chambers. El también francés volvió a enfrentarse a la novela décadas después de leerlo por primera vez en los ochenta y se decidió por llevar al cine un proyecto que, afirma, siempre tuvo en la cabeza: “Este tiempo ha aportado más dulzura a la película, ya que, de lo contrario probablemente habría sido más violenta y nostálgica”, comentaba desde la distancia, pues su presencia fue cancelada a última hora tras tener contacto con un paciente Covid. Cuestión que aprovechó el cineasta para destacar que en estos momentos de pandemia añoramos aún más los tiempos pasados por “poder sentir una época bendita en la que podíamos vivir la juventud, disfrutar y besarnos, vivir de otra manera”.
Lo que llamó la atención de Ozon de la obra de Chambers fue que “no problematizaba la homosexualidad”, únicamente contaba una la aventura de dos adolescentes, Alexis y David, que enfrentan sus dos concepciones de la relación amorosa. “Me conmovió porque en aquellos años lo normal era que las representaciones de la homosexualidad eran muy negativas, dolorosas, vinculadas a la culpabilidad, empezó a llegar el sida, representaba un problema”. La muerte el el segundo tema sobre el que pivota el drama, idealizada por Alexis y su fascinación por el mundo de las momias y los faraones, y sufrida en primera persona por David tras el fallecimiento de su padre.