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Tenga mucho cuidado: su hijo puede ser un cretino digital

Michel Desmurget elabora una encendida denuncia sobre los peligros de la sobreexposición a las pantallas en niños y adolescentes

Tres niños con diferentes pantallas: tableta, móvil y un mando de videojuegos
Tres niños con diferentes pantallas: tableta, móvil y un mando de videojuegosDreamstimeLa Razón

Antes de cumplir los 18 años, un joven de nuestro siglo habrá pasado el equivalente a 30 cursos escolares, 16 años de un trabajo a tiempo completo o las horas que hubiera tardado en leer 3.000 libros del grosor de la «Peste» de Camus con la nariz pegada a una pantalla. Estos datos escalofriantes, y los efectos que tiene la sobreexposición tecnológica en el desarrollo cognitivo de niños y adolescentes, llevaron al doctor en Neurociencia Michel Desmurget a escribir este libro que ha arrasado en Francia y que alerta sobre lo que les estamos haciendo a las nuevas generaciones.

No se trata de un tratado agorero sobre peligros imaginados, a estas alturas está más que demostrado que el cociente intelectual de los menores decrece proporcionalmente al tiempo que dedican a la tecnología con fines recreativos. La saturación digital afecta negativamente a casi todo lo que merece la pena en el desarrollo cognitivo: el lenguaje, la memoria, la cultura, la capacidad de concentración, la calidad del sueño... Un desastre que desploma el rendimiento académico de los más jóvenes y que, además, les roba el tiempo de emprender actividades que les dejen algún poso más allá del subidón de dopamina del «like» de turno. Desmurget compara la adicción a los videojuegos, la televisión y las redes sociales con lo que ocurrió en el siglo XX con la industria del tabaco. Los que generan el producto, en este caso los gurús de Silicon Valley, protegen a los suyos de su consumo. Ellos conocen de primera mano unos efectos perniciosos que el resto de los mortales solo ahora comenzamos a atisbar: «Hace décadas ocurrió lo mismo con los grandes ejecutivos de la industria del tabaco. Mientras en público se desgañitaban defendiendo la seguridad del producto, en privado protegían a sus hijos».

La droga de las pantallas

No es casualidad que en la meca de las nuevas tecnologías de California los colegios hayan vuelto al lápiz y al papel y los súper creativos de Facebook, Google o Instagram se las apañen con un teléfono antiguo de esos Nokia sin internet. Los hay, incluso, que solamente reciben y efectúan llamadas a través de una línea fija, como si se hubieran quedado anclados en los años 90. A la manera de los capos arrepentidos del narco, en los últimos años se multiplican los testimonios de antiguos gurús que han dejado el lado oscuro y quieren dar la voz de alarma. Un ejemplo de ello es el reciente documental de Netflix «El dilema de las redes sociales», pero no es el único. El autor de «La fábrica de cretinos digitales» recuerda las declaraciones de Sean Parker, uno de los fundadores de Facebook, quien reconocía cómo en la industria de la que él formó parte «nos dedicábamos a explotar las vulnerabilidades de la psicología humana». En la misma línea se manifestaba en «The New York Times» Chris Anderson, ex editor de la revista «Wired»: «En una escala entre los caramelos y el crack, los perjuicios de las pantallas se acercan más a la droga».

El propio Desmurget es un converso. Su móvil es un viejo Nokia y en su casa rige la ley antitecnología: «No tenemos televisión, ni videoconsola, ni tableta. Ni yo ni mi hija de quince años estamos presentes en las redes sociales. Solo mi mujer tiene Facebook por motivos profesionales. Los dos ordenadores que hay en el salón son sobre todo para trabajo y deberes». Tienen prohibidas las pantallas 90 minutos antes de acostarse y solo ven series o películas los fines de semana. Una estricta dieta digital que a cualquier adolescente medio le habría vuelto un insumiso radical. Sin embargo, Desmurget confiesa a LA RAZÓN que los jóvenes lo entienden si se les explican debidamente las razones de la abstinencia tecnológica. «Hay que contarles en palabras que ellos puedan comprender que el uso recreativo de las pantallas daña su cerebro, les impide conciliar el sueño, interfiere en la adquisición de nuevo vocabulario, empeora sus resultados escolares, aumenta el riesgo de que se vuelvan obesos...», asegura.

Con tantos argumentos en contra, resulta inconcebible que los padres no se hayan levantado en armas para derribar una industria que destroza a sus hijos. En el libro, Desmurget defiende la tesis de que la confusión reinante se debe tanto a la falta de rigor de los medios como a las opiniones de supuestos «expertos» que, en realidad, son lobistas «que serían capaces hasta de negar que la Tierra es redonda si eso fuese útil para impulsar su carrera y engordar sus beneficios». Una tormenta perfecta que deja a los más pequeños a merced de un chaparrón que les empapa de ignorancia y les roba brillantez a un futuro, que, en el fondo, es el de todos nosotros.

LA GENERACIÓN SIN MEMORIA
El libro más vendido en Francia no es un texto «noir» ni una novela «polar». Tampoco lo firma un autor multipremiado sino un doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud del país vecino. En sus páginas nos alerta de los efectos devastadores del abuso de las pantallas en nuestros cerebros y, sobre todo, en los de nuestros hijos. Desmurget cifra las horas que los niños pasan ante tabletas, ordenadores y smartphones, y analiza los daños que causan en su desarrollo. Sí: existen daños. De entrada, porque calcula que, a los 18 años, hay jóvenes que han pasado ante una pantalla el equivalente a 30 cursos escolares, con más de cinco horas de pantalla todos los días del año.
Eso, en su opinión, arroja un resultado demoledor: la actual generación de «millennials» tiene un cociente intelectual medio que, por primera vez, es inferior a la que le antecede. Evidentemente, no existen datos precisos y detallados de todas las fases que caracterizan al hombre pero sí se conoce a ciencia cierta que la media ha crecido a fuerza de estímulo intelectual desde la aparición nada menos que del Homo sapiens hasta nuestro siglo XXI. Tiempo en el que parece que nos estamos volviendo más obtusos, no por una pandemia de virus estupidizante, sino por una única causa: las pantallas que nos rodean. Por ello, Desmurget está profundamente preocupado por la relación que encuentra entre tecnología y educación, al tiempo que nos avisa del peligro de la creciente inclinación de prescindir del profesorado o arrinconar los libros. Nuestros profesores de EGB nos enseñaron a razonar, discernir, empatizar, no a vivir en una realidad digital, que es el paisaje que se ha abierto ahora en nuestras sociedades. Si no queremos una generación de idiotas, leamos a este experto con atención... y desenchufemos a nuestros hijos a tiempo.
Ángeles LÓPEZ