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Las dos pandemias de la movida

Enrique Llamas publica «Todos estábamos vivos», una novela ambientada en el Madrid de la Movida que pone el foco en los ausentes por las dos plagas de la época: el VIH y la heroína
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Los años 80 en España siguen produciendo bastante fascinación. Tanto en la política como en la cultura son los años del eterno retorno. Por eso, Enrique Llamas (Zamora, 1989) no quería volver a contar lo de siempre, sino hacer un relato «poco complaciente» de aquellos años que pusiera el foco en los ausentes. De eso ya da pistas con el título de su novela, «Todos estábamos vivos» (AdN), que intenta contar, de forma «poco complaciente», como dice el autor, «la parte que nunca se cuenta de nuestro pasado reciente que ha sido mitificado. Tuvo cosas buenas, pero un lado tenebroso muy importante porque marcó a una generación, porque la hizo desaparecer en parte, y de esa gente no se habla».
En la historia de la novela están presentes, como dos seres invisibles, las dos pandemias. «La heroína y el VIH son los dos grandes fantasmas de la novela y los trato de una forma en que el lector sabe verlos, pero los protagonistas, no. El lector juega con ventaja en ese sentido porque tiene más información que la que tenían los contemporáneos de la Movida. Ambas son dos epidemias que van de la mano y que afectaron y estigmatizaron a quienes las sufrieron», explica el autor. En el caso de los homosexuales, por partida doble. «Los heroinómanos están en la calle y se ve a simple vista su situación. Pero con el VIH no se sabía bien cómo se contagiaba y qué pasaba y se generó casi una leyenda de castigo bíblico».
La visión de Llamas no sucumbe a la mitomanía. «Los supervivientes hablan maravillas de aquellos tiempos, con nostalgia. Incluso yo siento que me habría encantado estar. Pero luego te documentas y empiezas a mirar fotos y te das cuenta de que hay un porcentaje muy alto de gente que no está viva. Investigas y ves que murieron con 30 años y muchísimos no llegan a los años 90. Y no me podía explicar que el discurso dominante no fuera la gente que falta. Porque si yo hubiera vivido eso y hubiera sobrevivido no sé si hubiera sido capaz de hablar bien de una época en la que se han muerto tanta gente de tus amigos», explica el autor que cree que es lo normal: «Las ausencias se normalizan, la memoria se queda con lo bueno.
Pero para el que no estuvo allí no deja de sorprenderle». Para el escritor, «fallecieron artistas y músicos, pero sobre todo hubo una masa grande y talentosa que perdió la vida que no distinguió de clases sociales. Una generación». Resulta simbólico que el acto fundacional de la Movida fuese el concierto homenaje a Canito, fallecido en accidente de tráfico el día de Año Nuevo de 1980. «Sí, la verdad es que como metáfora es tan redonda, que resultaría poco creíble si no fuera porque es un hecho real. Pero toda aquella escena que se vendió como una fiesta en realidad comenzó con un funeral conectado a unos amplificadores», dice gráficamente el autor.
Los niños de papá
Hablando de hitos históricos, por la historia deambulan personajes reales con su nombre y otros que no cuesta trabajo adivinar de quién se trata. Algunos hechos reales, otros creíbles, y, por supuesto, ficción la mayor parte. «No quería caer en los hitos: en el concierto de Lou Reed de Usera, Warhol y demás. Tampoco hacer un libro de historia ni nada parecido, sino centrarme en los personajes y en lo que les sucede y no distraer con esas adivinanzas», apunta Llamas. Porque en la historia se cuenta también un choque generacional que se vivió especialmente por la mujeres en los años 80. Dos personajes que desafían las ideas de la generación anterior, el amanecer de una libertad de todo tipo pero especialmente sexual. «En la novela, existe una brecha muy grande. Y ambos personajes tratan de trascender a sus madres.
Eso es, en el fondo, lo que cuenta la historia». La trama se centra en dos personajes femeninos y algunos de ellos, de clase alta. «Ese es uno de los grandes debates, que si eran hijos de papá. A los de Mecano les acusaban de niños pijos y ellos contestaban: “¿Quién te lo dice, la hija del cónsul de México, el hijo del dentista del Rey o el hijo del director de cine?”. Hubo un desplazamiento de los niños pijos hacia ese sector más de la calle. Pero todo el mundo lo llevó bien, se dio un cruce de clases sociales interesante. La realidad es que las situaciones eran las mismas pero algunas consecuencias, no. Familias de clase alta que repudian a sus hijos heroinómanos pero tienen capacidad de pagarles un tratamiento de desintoxicación. En cambio, las obreras ni tienen el conocimiento de la adicción ni los medios», reconoce el autor.