Fernando del Rey: “Las dos Españas es una falsedad. El 80 por ciento de la población fue arrastrada a tomar partido”
El historiador gana el Premio Nacional de Historia por su libro «Retaguardia roja», un exhaustivo estudio que analiza la represión que se llevó a cabo en el bando republicano y los mitos que la rodean
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Encontró su vocación de historiador escuchando el relato oral de sus mayores, sobre todo de los sucesos acaecidos en los años treinta y cuarenta. «Es lo que despertó mi gusanillo», reconoce Fernando del Rey. Después de la licenciatura y de diversos avatares, decidió comprobar si era verdad lo que había escuchado y cotejar esos relatos con la documentación que se conservaba. Ese estudio fue el germen de su libro «Retaguardia roja» (Galaxia Gutenberg), que ayer recibió el Premio Nacional de Historia y que viene a romper varios tópicos que conservamos en la memoria sobre la represión detrás de las líneas republicanas. «Una de las tesis que rebato es que fue una violencia incontrolada. Salvo en los primeros días, fue selectiva, ordenada y coordinada. No digo planificada, porque existe una amplia gama de poderes por la base, porque los revolucionarios se constituyeron en comités y milicias que, además, se ayudaban entre ellas a la hora de perseguir a los derechistas». ¿Por qué se procedió de esta manera? Para Fernando del Rey «las primeras semanas de una guerra son determinantes para fijar un territorio. La única manera de hacer eso es descabezando ese mundo, eliminando o encarcelando a los líderes sociales y políticos, en este caso de la derecha. Pero no fue un exterminio ni un genocidio. Fue una limpieza selectiva. Y es una violencia que se produce como reacción al golpe. Sin la sublevación no hubiera ocurrido».
Fernando del Rey, gracias a este volumen, ha dejado atrás varios tópicos que permanecen vivos y apunta las principales causas: «La cultura política imperante en la extrema derecha y la izquierda, que son las que se imponen en la Guerra Civil, lo que son los fascismos y la revolución bolchevique, y las quiebras que se producen entre 1931 y 1936, cuando se construye la democracia republicana, que se levanta con mucha resistencia, algo que capitalizan los golpistas, aunque yo considero que la guerra no era inevitable». Un matiz que introduce es que «los objetivos humanos eran gentes que habían tenido protagonismo público. No es una lucha de clases, sino desencuentros políticos. Son las personas marcadas durante el periodo anterior los que se exponen a que los maten a partir del verano del 36. Los que han tenido protagonismo público, como concejales, alcaldes...».
Matar a ricos
Uno de los puntos que desmiente es la influencia de las diferencias y la identidad de clase. «Eso puede explicar muchas cosas, pero es un elemento secundario para mí. Al rico no se le mata por ser rico, sino por haber sido dirigente de una patronal. Al resto no se les mata, lo que se les hace es desplumarlos, se les quitan las propiedades. Eso es un mito. Eso mismo sucede en las ciudades». Uno de los aspectos que ha descubierto, y que supone una de las grandes aportaciones de su monografía, es lo que él llama la «solidaridad vecinal». «Estudiar esto te quema, porque es brutal lo que te vas encontrando. Lo gratificante es que me encontré con mucha ayuda soterrada entre los vecinos de los dos bandos, incluso en la posguerra. En los tribunales hay pliegos de vecinos de cincuenta folios a favor de un rojo. Eso era jugarse mucho entonces. Pero está ahí. Durante la guerra, encontramos gente de izquierdas que protege y ayuda a la de derechas. De hecho, muchas personas se afiliaban a la CNT. Lo pueden hacer porque tenían amistad con un anarquista de verdad. No había anarquismo en esta zona. Y, de repente, crece. Eso de las dos Españas es mentira». Cuando se le pregunta por qué, Fernando del Rey lo argumenta: «Es una simplificación, porque los españoles se tuvieron que alinearse en dos bandos. Estas minorías arrastran al conjunto de la población a la fuerza a un bando o a otro. Cuando estalla una situación así, no te queda otra que definirte, pero ese alineamiento en dos bandos es ficticio. Lo de la tercera España no es una tontería. Existió esa tercera España aunque no se quiera saber. Es la que se exilia antes y durante la guerra, como Pío Baroja, al que intentaron fusilar los carlistas, o Chaves Nogales. Lo que no se ha querido reconocer en estos años es que esa gente no eran cuatro gatos. Representaban a la mayoría del electorado, como se demuestra en las elecciones de febrero de 1936, donde hubo listas abiertas. Lo más votado en Madrid, fue Besteiro, un socialista moderado. Y la derecha no vota a Calvo Sotelo. Después existe otra idea: que hay una cuarta España, que ahora asoma. Es esa masa anónima que no está ni con la derecha ni con la izquierda y ni siquiera con la tercera España. Solo aspira a sobrevivir y pasar desapercibida. Las dos Españas es una falsedad. El 80 por ciento de la población fue arrastrada a tomar partido».