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Serie

“Industry”: oda a los hijos del capitalismo tardío

HBO estrena la nueva serie de Lena Dunham como directora en la que se mezclan “yuppies” modernos, “traders” y las pulsiones de una juventud que no tiene esperanzas de futuro

"Industry" está protagonizada por Myha'la Herrold
"Industry" está protagonizada por Myha'la HerroldLa Razón

Entrados con holgura en la segunda centuria de la ficción audiovisual y, explotados los recursos más obvios de cuanto nos permitimos imaginar, la otrora pesada mochila de la originalidad entre los creadores cada vez es más liviana. No es una opinión gratuita ni es la primera vez que ocurre: a los pintores, por influjo de cierto invento de inmortalización, les dio por dejar de imitar la realidad de una vez por todas. Como está todo inventado, la presión de la irreverencia pueril es menor y la academia ya no quiere mártires, solo teóricos. Por eso, la «copia de la copia de la copia» de la que se hablaba en «El club de la lucha» tuvo tanto eco; por eso, C. Tangana puede tomar prestado el«Son ilusiones» de Los Chichos y volver a salir por la puerta grande; por eso, cualquier serie moderna sobre el síndrome del impostor tiene que volver a la «Girls» de Lena Dunham y HBO.

El tándem dorado que mejor supo plasmar la decepción burguesa, esa de aquellos que no estaban preparados para vivir peor que sus padres, vuelve a brillar en «Industry». Aunque Dunham solo dirija y la historia se la debamos a unos casi desconocidos Mickey Down y Konrad Kay, la nueva serie de HBO se sirve de la «city» londinense para actualizar los terrores de lo que antes era Brooklyn. Ahí están la precariedad laboral, las ansias de la inocencia interrumpida y el sentir mismo del desvanecimiento de la esperanza, bien sea para formar una familia, para existir más allá del trabajo o bien sea para poder acceder a algo tan básico como un techo.

El precio de la libertad

Si convenimos en que «Industry» no inventa nada, sí es cierto que su actualización de lo que significa situarse en la veintena larga de primaveras y en la primera década de decepciones destila un manierismo gris que se vuelve gozoso por su huida del idealismo. Tan obvio es que los «yuppies» y «traders» del capitalismo tardío que refleja la serie no llevan un estilo de vida sostenible, como que el hambre que los mantiene vivos procede de ellos mismos y de sus ganas por trepar en la jungla de asfalto. Como en la película deFincher, no se trata tanto de quién se enfunda en el traje y la corbata, como de por qué lo hace y, también, contra quién lo hace.

Aunque la primera impresión pueda invitar a la apatía crítica, los capítulos de cuarenta minutos terminan en explosión agradable sobre la libertad individual, la colectiva y qué precio estamos dispuestos a pagar por ella. El grupo de chavales a los que dedica sus capítulos la serie tiene más en común con los de «Euphoria» o «Normal People» que con DiCaprio y los suyos en «El lobo de Wall Street», porque la industria del dinero solo es la excusa. También hay género negro, claro, y hasta las nuevas formas de entender el sexo y la sexualidad le dan una capa de diversidad de la que carecía el anterior trabajo en la dirección de Dunham, pero su verdadero mérito pasa por entender que las sucesivas crisis han dejado a una juventud dividida en dos: los que quieren ser Napoléon emperador y los que están más cómodos desterrados en una isla.