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Fiestas casi paganas

La Razón
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Obras: Torres, Corelli, Seixas y Francés de Iribarren. María Espada y Lucía Caihuela (sopranos), Sonia Gancedo (mezzosoprano), Gabriel Díaz y Jorge Enrique García (contratenores), Víctor Sordo (tenor), Víctor Cruz (barítono) y Javier Jiménez Cuevas (bajo). Al Ayre Español. Dirección musical y órgano: Eduardo López Banzo. Ciclo Universo Barroco. Auditorio Nacional. 3-XII-2020.
Se agradece lo festivo, a qué nos vamos a engañar. Y más cuando al tono jacarandoso se suma un repertorio que necesita de reivindicación y una interpretación vigorosa que respalde una labor de recuperación musicológica que se extiende por décadas, como la que viene llevando a cabo Eduardo López Banzo desde finales de los ochenta. El Ciclo Universo Barroco del CNDM echó el cierre por este año con una fiesta preparada para la ocasión por el conjunto barroco Al Ayre Español, titulada «¡Ay, bello esplendor!». Grandes villancicos barrocos y que traía de vuelta villancicos a varias voces del siglo XVIII de compositores como José de Torres o Juan Francés Iribarren. Son músicas con diversidad de tonos, agudas en sus textos, extrovertidas en su planteamiento musical, que contaron con la complicidad de los cantantes y un público entregado.
Lo más destacable del concierto, más allá del en ocasiones sorprendente desparpajo de algunas de estas músicas, fue María Espada, que mantiene esa maravillosa madurez vocal y versatilidad que la hace adecuada para cualquier formación con independencia del repertorio. Sus intervenciones en grupo fueron idóneas, sin monopolizar por volumen y fraseo al conjunto y reservando para sus intervenciones a solo en las arias la expresividad y el terciopelo de su timbre. Del resto del conjunto, Víctor Sordo fue quien propuso mejores ideas dentro de la discreción de su papel. Se echó en falta una mayor claridad en la dicción del texto, repleto de requiebros y falsos encabalgamientos que en ocasiones no llegaban al público.
Al Ayre Español tiró un poco por la calle de en medio en el plano interpretativo, con lecturas vigorosas que no entraron demasiado en matices o exquisiteces tímbricas en el continuo pero que aportaban la sangre que pedía a gritos el programa. Buenas intervenciones instrumentales, con especial atención al oboe de Jacobo Díez y a la rítmica dúctil de la guitarra y archilaúd de Juan Carlos de Mulder. El concierto acabó con un remedo de battaglia interpretativa a ritmo de jácara (“Digo, que no he de cantarla”, jácara de Navidad, a cinco con violines, de Iribarren) donde los cantantes supieron dar salida a toda la vis cómica que a priori pudiera parecer extemporánea a este tipo de piezas. Tras las ovaciones, López Banzo trasladó al público con sentido del humor algunas claves contextuales de estos villancicos y se repitieron los compases finales de Luciente, vagante estrella, donde se cantaban los versos que daban título al programa, “¡Ay, qué bello esplendor!”. Qué alegría tan necesaria…