El desierto del exilio
Canal acoge «Paloma negra», una pieza en la que Conejero, inspirado en Chéjov, aborda el exilio español en México
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«El desierto me interesa, más que en su realidad geográfica, en su dimensión poética, de disparador existencialista, porque nos habla de nuestra pequeñez, nos asoma a nuestros propios fantasmas, es un lugar de espejismos, de fantasmagoría y soledad, pero también de resistencia, y de pervivencia, y de adaptación, una intemperie que nos desnuda de cosas que a veces no nos dejan vernos, en el desierto no puedes huir de ti mismo, no hay lugar donde descansar de uno mismo. Y esta obra, como tantas, sitúa a los personajes en un desierto que es un lugar de intemperie y, a la vez, de supervivencia», con estas palabras explica Alberto Conejero el lugar donde ha situado su última obra «Paloma negra (Tragicomedia del desierto)», cuyo estreno absoluto será el 2 de febrero en los Teatros del Canal, dirigida por él mismo.
Una pieza atravesada por el exilio republicano a México, que, aun siendo importante en ella, «no es el tema central –explica Conejero–. Me ocupo tanto de la primera, como de la segunda generación de exiliados, de los hijos de los primeros españoles llegados a México por la Guerra Civil, muchos nacidos en tierra de nadie –como el personaje de Lázaro, que nació de camino en el barco– y que vivieron toda su vida atravesados por España, un país que muchos no llegaron ni a conocer. Creo que el exilio español no ha tenido en el teatro una presencia o una voz como debiera –lamenta el autor–. Aquí me acompañan las voces de Max Aub, Cernuda, María Zambrano o Concha Méndez, entre otros».
Detrás de ella hay una conexión directa con el teatro de Chéjov. «No es una versión de “La gaviota”, aunque ésta y Chéjov están en el corazón de la pieza –afirma–, dialogo con el material chejoviano desde el mismo título y su gaviota que mata a Tréplev se convierte aquí en una paloma negra en el desierto que mata a Lázaro. Yo diría que es una reescritura o refundición amorosa, no solo de ella, sino del espíritu de Chéjov, de su modo de mirar el mundo que me sirvió con esos hombres y mujeres que vivían con el recuerdo de un país que no terminaba de desaparecer de su memoria y de su corazón».
Por otro lado, la música es parte fundamental de la poética de la obra. «Toda la ella –compuesta por Mariano Marín– sale de un piano en directo y recuerda canciones españolas de los cincuenta y sesenta y rancheras mexicanas, como “Paloma negra” o sones de “La Llorona, pero no como canciones al uso, sino como una evocación poética que acompaña al texto, la música de un piano de cola enterrado en la arena del desierto con una fuerza y una elocuencia que hace que, aquí, menos es más», concluye.