Ricardo Arjona: “Me duele ver a artistas que admiro subirse al reguetón para entrar en las listas”
El músico se embarca en un proyecto en “streaming” llamado “A la antigua”: con la iluminación de 5.000 velas y en acústico para toda su audiencia en el mundo
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La larga carrera de Ricardo Arjona (Guatemala, 1964) se mueve a golpe de retos con corazón, necesita emociones que le lleven a arrancar un proyecto musical nuevo más allá de la actividad rutinaria de gira, más disco, más gira... Él mismo explica en esta entrevista, una de las pocas que concede últimamente, las razones que le han impulsado a realizar “Hecho a la antigua”, un proyecto de “streaming” desde la Antigua de Guatemala en el que se presenta rodeado de 5.000 velas, sin luz artificial y en acústico, para que las canciones y las emociones se puedan casi tocar. “No doy casi entrevistas porque hablé tanto de mí que me cansé de mí. Sigo siendo el mismo”, explica el artista.
-Este es un proyecto extraordinario en el sentido literal de la palabra.
-El “streaming” ya empezó a oler mal como formato, pero yo me he dejado llevar por la emoción. Esta carrera nos somete a la dictadura de tener que tener que sonreír sin ganas cuando uno empieza y hace un montón de cosas a las que no estás acostumbrado para poder defender un trabajo en el que crees. Para mí, este proyecto es mi reconciliación con las emociones y tratar de convertir algo que parecía muerto en vida. Los conciertos en “streaming”, con todo el respeto, se dividían en dos tipos. Uno pequeño, hecho en casa, o uno grande pero sin gente. Y yo creía que hay un espacio importante en el medio. Un lugar en el que pudiéramos tocar a la gente a través de la pantalla. Yo soy muy mal fan para estos eventos y por eso es difícil que me emocione algo así. Traté de reunir al equipo justo y me topé con la ruina de las Capuchinas en la Antigua, Guatemala. Y mi decisión llegó después de un año en el que estuvieron invitándome a hacerlo y no quise. Me decidí cuando ya nadie quería ligarse a ello, en el peor momento. Empresarios, marcas... mucha gente no estaba tan dispuesta a hacerlo. Fue muy complicado, ya nadie quería saber de ello.
-¿Qué le hizo cambiar de idea?
-Me topé con el lugar hace dos o tres meses y no me lo pude quitar de la cabeza. Hablé con un amigo, que es director de cine y le pareció demasiado pequeño. Pero yo contradije su observación porque era justo lo que andaba buscando. Después del ensayo, coincidimos en que era el lugar perfecto y había nichos que permitían justo la entrada de un músico y nos pudimos acomodar. En el ensayo había 3.000 velas y en el concierto final, 5.000. No va a haber luces artificiales y esto nos someta a una disciplina arriesgada pero entretenida.
-Esta manera de hacer las cosas, ¿de qué manera influye a la hora de interpretar?
-El formato de las canciones, que es con banda completa, será en acústico. Estamos en una etapa en la que la música latinoamericana se llenó de muchos sonidos. Iba a decir ruido, pero puede sonar a falta de respeto con lo que está pasando y yo siempre fui respetuoso con los géneros musicales. Creo que se ganan su espacio por algo bueno que están haciendo para tocar a la gente y por algo que dejaron de hacer los otros géneros para permitir el acceso a la competencia. Después de que hice el disco “Blanco” y “Negro” en Abbey Road, estoy abocado para reconciliarme con los instrumentos reales. Grabar allí en vivo fue un acercamiento y hacer este proyecto, y con la Orquesta Sinfónica de Guatemala, me reconcilia con eso. Alzo la bandera de decirle al mundo que la única manera de proteger los géneros es seguir haciendo lo que sabemos hacer. El rock haciendo rock, y el cantautor con lo suyo.
-Estamos hablando de la irrupción del reguetón, claro.
-Sí, porque algunos géneros nuevos, para levantar la mano y decir que existen, tuvieron que unirse a otros de fuera, lo cual a mí me parece que es un poco raro, porque es renunciar a la pelea de tu propio estilo para sacar la cabeza. Por eso, en mi caso, esta es la manera personal que tengo de defender mi género. No sé cuánta gente lo va a escuchar, pero puede que sea uno de los lujos más grandes que puedo darme después de tantos años de carrera.
-¿Se siente el último representante de un estilo?
-No quisiera verme así. Me gusta más la idea de pensar que lo defiendo pero no sé cómo lo hacen los demás. Pero sí puedo decir que me duele ver a artistas a los que admiro intentar subirse al carro de otro género para estar en las listas. Tenemos que decir las cosas mejor que nunca, no para competir, sino para reivindicar nuestra historia propia. La música siempre tuvo muchos géneros y por primera vez el reguetón abarca mucho y hay que ser consciente de que logró en la industria lo que no había logrado nadie. Eso hay que tenerlo claro. Hay gente que se vuelve enemiga del reguetón y yo no lo soy, yo soy amigo de lo que vengo haciendo desde que empecé.
-Uno de los méritos del reguetón es algo que usted mismo cantó. “Usar el castellano para pagar la renta” y el reguetón ha hecho millonario a gente haciendo canciones en español.
-Yo tengo mucho respeto, porque el reguetón es un gueto en el que se han unido todos como una familia. Y eso hay que respetarlo y admirarlo. Colaboran entre sí y tuvieron la amabilidad de abrirle la puerta a artistas de otro lado para participar de la explosión. ¿Qué hubiese pasado al revés? Un baladista le habría cerrado la puerta a un reguetonero hace 20 años. Así que son amables en ese sentido. Yo sigo respetando todo eso, pero trato de serle fiel. No quiero ser abanderado de un movimiento, todo lo contrario. Hago lo que me gusta hacer y lo que mejor me sale.
-Ya quisiera el reguetón escribir como usted.
-Bueno, yo creo que todos hacemos un trabajo. Usar las palabras abre las fronteras. Debemos de ser consciente de que ya mucha gente pasó por aquí y hay que intentar hacerlo de la mejor manera. Cada quien lo hace a su manera. Me acuerdo que Camilo José Cela decía que le perdonaba a los escritores jóvenes de todo, menos la posibilidad de tocar, de afectar. Que aceptaba la falta de talento, pero no la capacidad de golpear. Hay músicos extraordinarios pero que no llegan al otro. El ejercicio nuestro es conmover y afectar a los demás.
-En cualquier caso, las lecturas influyen.
-Me gustó mucho de siempre. En “El amor que me tenía” del disco “Blanco” es prácticamente un viaje al encuentro de la literatura. Esa canción narra la inmensa admiración por García Márquez y que un día el destino me llevó a ser vecino suyo a un par de cuadras y la decisión personal mía fue ir a Aracataca (Colombia). Me subí a una avioneta que estuvo a punto de caerse para ir a conocerlo. Porque es Macondo y pasamos por un río y me di cuenta de que todo lo que había leído estaba allí. Y fui a descubrir a Gabo allí cuando le tenía al lado, pero es que nunca quise conocerlo. Rigoberta Menchú me invitó muchas veces a su casa y me inventaba algo para no ir. Era tanta la admiración que tenía que no quería conocerle realmente. Ese amor idílico a su trabajo.
-Todo mi respeto por alguien que elige los libros y también el baloncesto como deporte en la infancia.
-Yo medía apenas un metro sesenta y mis hermanas le pedían al cielo que creciese. Pero a los 15 años pegué un estirón que nadie entendió y llegué al 1,94 en apenas un año y medio. Y me convertí en basquetbolista. Y cuando la gente me preguntaba que por qué era tan alto, yo decía: “Lo que pasa es que a mi mamá se le entraron los mormones”, algo que a ella no le gustaba (ríe). Pero es que venían los gringos altos puerta por puerta convenciendo a la gente, tocando a las puertas...