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Enrique Ochoa, la espía y las dos Españas

Una novela biográfica reivindica la figura del pintor y de un tiempo fascinante por el que desfilan poetas, agentes secretos, sacerdotes, políticos y artistas
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Acometer una biografía habría requerido más de un historiador: uno para las múltiples facetas de su creación artística, y al menos otro para seguir los pasos de Enrique Ochoa, pintor de vida peliculera que pedía, si no un filme, al menos una novela que plasme su peripecia sin quitarle emoción. Ochoa, nacido en el Puerto de Santa María en 1891, fue un pintor de gran reconocimiento y testigo de los grandes avatares de la Historia de España. Sin embargo, precisamente por esos avatares, la obra de este librepensador sufrió de la falta de reconocimiento. Así lo piensa José F. Estévez, nieto del creador, que ha plasmado en «Enrique Ochoa. El artista y la espía» (Vitrubio Ediciones), lo que la materia narrativa pedía: una novela con los cafés de los artistas de fondo, la inestabilidad política, y, por supuesto, el arte como hilos conductores.
Estévez no tuvo una relación convencional, marcada por el parentesco, con su abuelo, sino una basada en la admiración: «Estuvo separado de mi abuela y casi no tuvo relación con ella. Y con mi padre, su único hijo, tampoco. Pero yo sí que llegué a tratarle. Mantuve una relación epistolar. Le mandaba mis poemas y él me devolvía sus escritos. Fui a verle a Mallorca algunas veces y ni siquiera me presentaba como su nieto, sino como su discípulo. Y no me importaba, porque era un abuelo bohemio con una trayectoria increíble. Así que nuestra relación fue siempre muy especial». Quién no querría tener un abuelo que hubiese sido amigo de Lorca y de Picasso, de Blasco Ibáñez y de Miró. Conoció a Gabriele D’Annunzio y fue ilustrador de Rubén Darío. Su obra pictórica, que alcanza desde el realismo a las vanguardias, tiene al menos tres fases. Y todavía hoy es corriente toparse con alguna de sus ilustraciones para revistas y novelas cortas. «Perteneció a la generación posterior a la del 98, a la que admiraban muchísimo, y son los predecesores de la del 27, a la que enseñaron también. Pero tanto él como otros grandes creadores, dramaturgos, escritores, artistas y poetas, se quedaron en esa tierra de nadie que les restó reconocimiento», explica Estévez.
Celebrado en Francia
El generacional fue un lastre para la difusión de su trabajo. El otro, claro, el político. «Ochoa hacía ilustraciones para el ’'Blanco y negro’', que era conservador, y también para revistas liberales. Él no pertenecía a ningún bando político, pero tuvo problemas porque pintaba desnudos que se consideraban inmorales. También perteneció a círculos intelectuales donde había homosexuales. Durante el franquismo, fue respetado, pero no celebrado. La prueba es que hay muy pocos pintores que hayan sido nombrados Académicos de la Legión de Honor de la República Francesa durante el franquismo. Él fue uno, pero nadie lo aireó en España. Estamos hablando de la mayor condecoración que se daba en el país vecino. Y al final del franquismo, como no se significó de ser socialista ni comunista ni de izquierdas, pues tampoco. Ahí es donde está la clave de su poco proyección pública», cuenta el abogado y escritor.
Por si faltan ingredientes a esta historia, la vida personal de Ochoa no puede calificarse de aburrida. Ahí entra en juego la espía que da título a la novela y que, si bien tiene algo de licencia creativa, solo lo es a medias. «La espía existió, pero ella no fue la amante del pintor. Emy es una ferviente alemana que sigue las consignas del régimen y sobre todo debe fidelidad al almirante (Wilhelm) Canaris, que es otro de los personajes clave de la historia y que es poco conocido. Tuvo un papel decisivo en la información que le pasaba a la junta de generales del bando nacional y apoyó la no entrada de España, en la II Guerra Mundial”, explica el autor. «Emy es una de las mujeres que pintaba Ochoa, como la bailarina del ballet ruso Ida Rubinstein o la pintora Brooks. Y debieron de ser sus amantes, porque él nunca se deshacía de los cuadros de sus amantes. Y a algunas de ellas, si no fueron espías, les faltó poco», explica Estévez. Mujeres poderosas, enigmáticas, modernas. Porque si por algo se le conoció y fue registrado en las recensiones históricas fue por ser el pintor de la mujer y ellas son la puerta de la mayoría de las aventuras. Pero, por encima de todo, este libro es su atmósfera: el humo de los cafés, las tertulias y los silencios. Del Komintern al PNV y el Tercer Reich. Políticos, sacerdotes, poetas y artistas tratando de resolver la ecuación que lleva del pasado al presente y al futuro de un país en el alambre. Y cuál es el papel del arte en todo eso.

Una calle para él y otra para Alberti

En una ocasión, ofrecieron a Ochoa (en la imagen) ponerle una calle. «Yo estaba allí. Debía ser como el año 74, cuando le llamó el alcalde del Puerto de Santa María, que entonces era nombrado directamente por el Gobernador Civil», explica Estévez. «Era el mayor honor que le podían dar, hacerlo en vida. Le hacía mucha ilusión. Pero, esta es una prueba de su carácter, cuando ya casi habían terminado la conversación con el alcalde, le dijo: ‘‘¿Cuándo le van a poner una calle a Rafael Alberti?’’. Yo me quedé pálido. Pensé que se quedaba sin calle. Pero ahí sigue su calle todavía», rememora Estévez.