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Una del Oeste con pocos tiros y mucha poesía

La directora Kelly Reichardt radiografía con delicadeza y sensibilidad el origen del sueño americano y ofrece un apasionante retrato de la amistad masculina
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En el Oregón de comienzos del XIX, décadas antes de que se le concediera la categoría de Estado, la hierba olía a oportunidad, desprendía vitola natural de mito fundacional de esa romantizada y en ocasionas idolatrada en exceso tierra prometida. Pero la vida en la frontera, lejos de parecer un campo infinito de pretensiones factibles, era profundamente hostil y árida. Entre mares frondosos de helechos cuyo aleteo casi se puede escuchar al entrar en contacto con el aire, diálogos silenciados de terrenos sin colonizar y reuniones sonoras en tabernas de pueblo de empresarios de poca monta transcurre “First Cow”, el séptimo largometraje de Kelly Reichardt y el quinto que vuelve a desarrollarse en el Pacífico Noroeste.
Sirviéndose de una melancolía frágil y distinguida tan alejada de los clásicos western testosterónicos en los que los protagonistas subrayan su hombría y el poder de sus armas a lomos de sus respectivos caballos antes que el misterioso proceder de sus sentimientos, la cineasta independiente cuestiona el origen del capitalismo estadounidense a través de una historia de amistad exenta de codicia entre un inmigrante chino con aspiraciones de comerciante y un introvertido y taciturno cocinero –cuyo apodo, “Cookie”, alerta de sus dotes para la repostería– que encuentra en la leche de la vaca de un terrateniente inglés, con unos enormes y expresivos ojos negros contorneados que parecen leer su pensamiento, el elixir necesario para llevar a cabo sus deliciosas recetas. La virginidad en términos de corruptela moral de la que goza esa naturaleza majestuosa que copa gran parte de los planos frente al ambicioso carácter de los hombres ávidos de propiedades y riquezas, salvaguarda la esperanza de los lugares puros y se traslada poéticamente al espíritu de los dos protagonistas. “Algunas personas no conciben la idea de que les roben. Son demasiado poderosas”, señala en un arrebato de lucidez King-Lu.
A lo largo de las dos bellísimas horas de un metraje significativamente reforzado por la fotografía de Christopher Blauvelt, la directora analiza la implacable lógica de la oferta y la demanda sin exaltarla y medita sobre la ambigüedad del tan célebre espíritu emprendedor del país. Una visión escéptica que ella misma explica de la siguiente manera: “La zona en la que se rodó la película se conoce como Lower Columbia: el tramo de río que va desde el océano hasta donde el río Willamette llega al Columbia, que en la actualidad se encuentra en Portland. Esa zona lleva al menos 12.000 años habitada por personas. El momento de la historia que estábamos investigando era francamente interesante. Había llegado mucha gente nueva gracias al comercio mundial de castores. Aún no había naciones, pero sí había empresas que empezaban a explotar recursos naturales. La zona era incluso bastante cosmopolita según algunos estándares. Había personas de Rusia, Sudamérica, Inglaterra, España, Hawái y China junto con las numerosas tribus y bandas que vivían a lo largo del río y que llevaban una eternidad usándolo como ruta comercial ”, asegura sobre el crisol cultural que se amalgamaba en las orillas de tan vasto paisaje.
Y añade: “Hay que tener en cuenta que se trata de un panorama primigenio de Estados Unidos hasta cierto punto, porque también se opone a nuestra forma habitual de entender la expansión hacia el oeste. En cierto modo, convierte el origen de Estados Unidos en una historia colonial corporativa, con gente de todas partes del mundo invadiendo el territorio”. Y es en mitad de esa invasión progresiva de la tierra, de esa germinación asfixiante del capitalismo y esa modernidad estética en donde las mujeres parisinas estaban dejando atrás los vestidos estilo Imperio para apostar por los corsés visibles, cuando dos hombres buenos sin nadie a quien renunciar se encuentran por casualidad con la mirada de una vaca que no exige nada y en cambio, es capaz de darlo todo.