“La playa infinita”: Barcelona antes de que los balcones se llenaran de banderas
★★★★
Por Ángeles López
El escritor, periodista, director de la revista digital «Librújula», el narrador que voló con Saint-Exupery en «A cielo abierto» y autor de la soberbia novela –traducida a treinta lenguas– «La bibliotecaria de Auschwitz» nos regala esta nueva entrega que funciona como una brújula sentimental por la Barcelona de la última mitad de la pasada centuria. Así, conocemos a su alter ego , Iturbe, un joven de barrio que se convierte en reputado científico y vuelve a casa para ver el modo en que ha cambiado el paisaje de su infancia. Sobra decir que estas páginas están atravesadas por la propia biografía del autor, hijo de emigrantes que llegaron en los sesenta al arrabal de pequeñísimos inmuebles situado en La Barceloneta.
Su barrio, «el suyo y el mío» (retorciendo a Hernández), da igual que sea Madrid, Alicante, Sevilla o Zamora. Pero es Barcelona. El lugar perdido en un pliegue del espacio-tiempo de su memoria pero que sigue intacto en su ADN y el autor revisita como un pecado venial. Permite que nuestro protagonista transite por las callejuelas en las que su padre fue camarero, aquellas cuyas únicas banderas eran la ropa tendida en los balcones, el final de la dictadura, la llegada de la «progresía», la Transición, el «ja sóc aquó», la «gauche divine» o el recauchutaje de la ciudad para los Juegos Olímpicos.
El tiempo perdido
Unas páginas que no tienen interruptor, pues es imposible encontrarle el botón de apagado al «regreso» que no es otra cosa que una sana nostalgia del pasado, pues la memoria siempre juega en contra de nuestro equipo. Los Iturbe son listos: no nos ofrecen una imagen idílica de «le temp perdu» pues eran lugares duros, con falta de recursos, patatas y patatas, delincuencia, litronas, la llegada del «jaco»... los perversos códigos de esa escuela llamada calle. Gentes que querían vivir deprisa a golpes de nuevas «olas» o «punk» en radiocasetes estridentes. Pero el autor frena donde le da la gana y nos permite conocer la realidad de la fundación de la Escuela del Mar, en tiempos de la República, o la visita de Einstein a este proyecto educativo. Iturbe ha escrito estas páginas, que subliman las costuras de la nostalgia, para detener el tiempo. Ignoro si para él o para sus vástagos, pero sí sé que no es como los malos micrófonos que distorsionan un buen discurso. Este novelista es bueno, es honesto, y no solo sabe retratar el paso del imposible pasado a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero.
▲ Lo mejor
El viaje intimista por la Barceloneta de la niñez del autor y el contraste con el barrio actual
▼ Lo peor
Solamente podemos lamentar que este volumen no tenga algunas páginas más