Alfonso Hernández-Catá, el escritor que nació el mismo día en dos ciudades
La publicación de «El alma de los muertos», a cargo de la Fundación Santander, recupera la figura olvidada del escritor y su vida desaforada
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Alfonso Hernández-Catá fue uno de esos novelistas que trató de conciliar la realidad con sus sueños. Pertenece, por tanto, a esos hombres que no conocen límites a su creatividad ni conocen el significado de la palabra imposible. Lo fue todo, porque se ve que los márgenes no estaban hechos para su personalidad desbordante. Así que fue español y cubano, periodista y cuentista, novelista y diplomático, formal y bohemio. Y como su existencia no aceptaba imitaciones ni calcos, y siempre se había deslizado por el filo de lo original, también decidió despedirse de una manera extraordinaria, con un accidente de avión. Una tragedia que el calendario y el paso del tiempo, como suele ocurrir, elevó a categoría de leyenda. Siempre observó la existencia como un buen habano al que había que apurar hasta el último hilo de humo y dejó detrás de sí una serie de ficciones que, con toda probabilidad, empezaron el día en que afirmó haber nacido en Santiago de Cuba cuando en realidad había venido al mundo en Aldeadávila de la Ribera, Salamanca. Ambos alumbramientos, el real y el recreado, eso sí, acontecieron el mismo día, el 24 de junio de 1885, algo que agradecieron mucho los libros de familia de la época. Él mismo contó esta extraordinaria disonancia con gracia. Su padre era un militar español y su madre, una mujer cubana, hija de un nacionalista que los españoles fusilaron. Eso no fue obstáculo para que unos meses después del ajusticiamiento, los padres de él contrajeran nupcias. Como se ve, en este caso, la guerra no era incompatible con el amor y quizá por eso la pareja tuvo una prole de diez cachorros, todos isleños americanos. Menos él, que, por diversos azares y compromisos, tomó su primer aliento en esta provincia española. Al poco, regresó a Cuba y se educó allí.
Pacifista beligerante y humanista
La publicación por parte de la Fundación Santander de «El alma de los muertos», un conjunto de 17 cuentos, más un bestiario, haikus y una semblanzas de trazas periodísticas, recuperan ahora la figura de este escritor que había quedado en el olvidado a pesar de su prolífica obra y de que hubiera abordado géneros literarios tan distantes como la novela y el teatro. Pacifista beligerante, periodista comprometido, defensor de la libertad y humanista, Alfonso Hernández-Catá es, en palabras del escritor José María Merino, «un descubrimiento. No pensaba que tuviéramos un cuentista tan excelente como éste y que no lo conociéramos todavía. Este es un libro perfectamente construido. Primero con el prólogo, que nos presenta el personaje, que es un poco novelesco, del que ahora se cumplen los 136 años de su nacimiento, por cierto. Él pertenece a aquel encontronazo que fue la Guerra de Cuba y él mismo tiene unas señales de ficción en su propia persona».
Juan Pérez de Ayala ha sido el encargado de recuperar este nombre de las letras y también parte de su obra. Este volumen solo supone un botón de muestra de una imaginación portentosa que redactó más de cien cuentos, muchos de ellos aún dispersos por revistas y periódicos. «Me gusta -insiste Merino- en cómo él entra en la psicología y el alma de los personajes para profundizar en la capacidad obsesiva y de alucinación del ser humano. Enlazo estos cuentos con la obra de Cervantes, por la alucinación, que siempre he considerado un sello muy español. Los 17 cuentos seleccionados son espléndidos, desde el primero». La naturaleza de estas historias es variada, pero comparten un denominador común: la muerte, el simbolismo y lo inesperado, que está presente en casi todos ellos, al igual que espacios como el mar o la selva.
El volumen se completa con una serie de haikus y unos perfiles literarios de grandes personajes de la época. Unas semblanzas de prosa ágil y periodística, siempre escritos con la excusa de un acontecimiento, que nos permiten conocer algunas de las obsesiones, preferencias y debilidades que Alfonso Hernánde-Catá tuvo a lo largo de su vida. Entre ellas, Benito Pérez-Galdós, un escritor que aceptó leer sus relatos e, incluso, corregirlos antes de que los publicara, o Valle-Inclán, por el que siempre sintió una enorme debilidad y confesó que era uno de los grandes escritores de todos los tiempos.