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Detalle de la escultura del Apóstol Santiago en el parteluz del Pórtico de la Gloria.

Santiago, un apóstol: la verdad y la leyenda del hijo del trueno

En el primer Año Xacobeo doble de la historia, seguimos las huellas del discípulo a través de «Santiago en el fin del mundo», donde su autor explica qué fue mito y qué realidad

Todos los caminos llevan a Compostela. Al sepulcro donde, según la tradición, reposan los restos de Santiago, el primero de los discípulos de Jesús en llegar hasta los confines del mundo conocido. Una vez eliminadas las restricciones sanitarias al Camino, y en pleno Año Xacobeo (por primera vez en la historia, se celebrará durante dos años, en 2021 y 2022), peregrinos de todo el mundo traspasan el Pórtico de la Gloria y «abrazan» a la estatua del Apóstol en la catedral. Pero, ¿quién fue Santiago, el Hijo del Trueno, al que todos buscan en Compostela? ¿Vino realmente a Hispania? ¿Son sus restos los que están en la cripta?

Santiago el Zebedeo, hermano del evangelista Juan, fue uno de los doce discípulos de Jesús. Según la tradición bíblica, uno de los tres elegidos, junto al propio Juan y a San Pedro, y que lo acompañaron en algunos de los momentos más relevantes relatados en el Evangelio, desde la curación de la hija de Jairo o la resurrección de Lázaro hasta la Transfiguración en el Monte Tabor o la oración de Cristo en el Huerto. Tras la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos se reparten por el mundo para llevar la Buena Noticia. Uno de ellos, tal y como relatan los Hechos de los Apóstoles, llegaría «hasta los confines de la Tierra». ¿Quién? La tradición, y el hallazgo, en el año 818 de sus restos en Galicia, llevan a pensar que fue Santiago. Su personalidad, arrolladora y extrema –era conocido como «El Hijo del Trueno»– bien pudieron hacerle realizar un viaje extremo para un judío del siglo I, recorriendo todo el Mediterráneo para alcanzar las costas de Hispania, seguramente por Cartagho Nova.

La presencia de Santiago apenas está documentada. Más allá de las fuentes bíblicas, Flavio Josefo se refiere al martirio del apóstol en sus Antigüedades judías, al igual que Eusebio de Cesarea, en 285. Fue el primer apóstol en ser asesinado, por Herodes, en 42, tras regresar de Hispania. Pero, ¿llegó a pisar nuestras tierras? Las primeras referencias a su presencia aparecen en el tratado Sobre la Trinidad de Dídimo el Ciego, en el siglo IV, que alude a que uno de los doce apóstoles predicó el Evangelio en España. Su discípulo San Jerónimo también habla de ello en su Comentario a Isaías. Después, el más absoluto silencio, hasta bien entrado el siglo VI, con la publicación del «Breviarum Apostolorum» y el libro «De Ortu et Obitu Patrum». Tras el hallazgo de sus restos, la documentación es abundante, pero más referida al traslado de su cadáver en barca de piedra hasta Galicia.

Los vestigios de su paso

Tanto el famoso Códice Calixtino como la «Historia del Apóstol de Iesus Christo Sanctiago Zebedeo, patrón y capitán general de las Españas», publicado por Mauro Castellá Ferrer en 1610, resultan fundamentales para trazar un posible primer Camino de Santiago, el que pudo recorrer el propio Apóstol. Ambos textos recogen leyendas, tradiciones y vestigios de cada una de sus supuestas presencias, y muestran cómo El Hijo del Trueno actuó fundamentalmente en la zona sur de Levante y a lo largo de la Vía Romana XVII, coincidente con el actual Camino Francés. La Vía de la Plata, que en el siglo I era uno de los caminos principales del Imperio, también mantiene vestigios de su paso.

«La Virgen María le ordena construir la primera iglesia dedicada a la Madre de Dios, donde hoy se yergue la Basílica del Pilar»

El «camino del Apóstol» arrancaría en Cartagena y llevaría a Santiago y a dos de sus discípulos, Atanasio y Teodoro (encargados, después, de trasladar sus restos a Compostela, donde también están sepultados), a las faldas de Granada donde, según la mística María Jesús de Ágreda, se apareció en carne mortal la Virgen María. La monja describió en «Vida de la Virgen» hasta tres encuentros de María con Santiago en nuestras tierras: además de Granada, Muxía (Finisterre) y Zaragoza. Málaga y Cádiz son otras de las primeras etapas de un viaje que, desde Sevilla, sigue la vía de la Plata hasta Mérida. Allí, recientes investigaciones han datado el que, hasta la fecha, es el vestigio más antiguo del enterramiento de Santiago, una piedra del siglo VII hallada en la antigua iglesia visigótica de la ciudad, principal sede del sur de Hispania antes de la invasión musulmana. ¿Pudo estar enterrado Santiago en Mérida y después ser trasladado, por temor al dominio árabe, hasta Compostela?

Desde Mérida, la tradición lleva a Santiago y a sus discípulos hasta Braga. Durante siglos, la sede lusitana compitió con Padrón-Compostela por la primacía de la Iglesia del fin del mundo. Fue allí cuando, en pleno siglo XII, el obispo Gelmírez robó casi un centenar de reliquias. Los portugueses reaccionaron sustrayendo la cabeza de Santiago que se veneraba en Jerusalén, hasta que doña Urraca se la arrebató, pasando a formar parte del tesoro compostelano. En realidad, aquella cabeza era la de Santiago Alfeo, otro discípulo de Jesús. Las reliquias robadas por Gelmírez fueron devueltas a Braga en 1994… pero en Santiago sigue habiendo dos cabezas. Desde allí, Santiago llegaría hasta Padrón, donde la tradición ubica el pedrón en el que desembarcaron los discípulos del Zebedeo con su cuerpo tras su muerte; Muxía, en el fin del mundo, en cuyas piedras se venera la famosa «barca de piedra» que pudo trasladar al apóstol, y donde también se le apareció la Virgen y hoy se ubica la catedral compostelana. Ya de regreso, el apóstol habría hecho el camino contrario del que hoy recorren millones de peregrinos, pasando por Astorga (cruce entre la Vía de la Plata y el Camino Francés), Carrión, Briviesca, Logroño, Palencia, Cala-horra y, finalmente, Zaragoza. A las orillas del Ebro, la Virgen vuelve a aparecerse a Santiago junto a una columna de jaspe. María –que seguía en Jerusalén– le ordena construir la primera iglesia dedicada a la Madre de Dios del mundo en el mismo lugar donde hoy se yergue la basílica del Pilar. Esa tradición es la que convierte a Santiago en patrón de España, y a la Virgen, en patrona de la Hispanidad.

¿Quién ocupa el sarcófago?

Desde Zaragoza, Santiago habría viajado hasta Tarraco, emprendiendo camino a Jerusalén, para ser decapitado, y sus restos tirados al desierto. Sus discípulos lograron robar su cuerpo y trasladarlo, en un viaje mítico, hasta las costas gallegas y enterrarlo en Compostela. Allí se olvidó durante siglos, hasta que el obispo Teodomiro volvió a hallarlo en el año 818, un siglo después de la invasión musulmana. Durante la Reconquista se inauguró el mito de Santiago Matamoros, con capítulos como su presencia en la batalla de Clavijo, a lomos de un caballo blanco, o el temor de Almanzor a invadir Compostela. También, la supuesta peregrinación de Carlomagno, que marca el itinerario del Camino Francés.

En el siglo XII, con el arzobispo Gelmírez, comienzan las peregrinaciones, pero la leyenda jacobea fue nuevamente olvidada tras la Reconquista, y no fue hasta finales del siglo XIX cuando el sepulcro del Apóstol vuelve a tomar protagonismo. En 1884, una bula del Papa León XIII autentificaba los restos hallados por el obispo de Padrón, Teodomiro, en 818, como los del Apóstol Santiago tras el análisis de un hueso de la mandíbula conservada en la diócesis italiana de Pistoya. Nunca se han hecho pruebas directas a los restos de Compostela. De hecho, desde los tiempos de Gelmírez, las reliquias no han vuelto a aparecer en público, salvo en 1886, tras la Bula papal, y en agosto de 1936, para pedir la victoria de Franco en la Guerra Civil. En 1993 se habló de una investigación cuyos resultados no han trascendido. La Iglesia afirma que nunca fueron sometidos a la prueba del carbono 14. ¿Y si no fuera Santiago? Las interpretaciones han sido variadas, desde los mitos sobre la reina Lupa al mismo Lutero, quien aseguró que lo que estaba enterrado en Compostela era un perro.

Solo una teoría, junto a Santiago, ha logrado pervivir al paso del tiempo, la del obispo Prisciliano, un reformador gallego del siglo IV que defendía una mayor espiritualidad en la Iglesia y fue ejecutado por el emperador. Sus discípulos también robaron el cuerpo y también lo enterraron en Galicia, en lugar secreto. ¿Es Prisciliano, y no Santiago, quien ocupa el sarcófago de Compostela? Sea como fuere, todos los caminos siguen, y seguirán, llegando a la misteriosa tumba de Compostela.

«SANTIAGO EN EL FIN DEL MUNDO», Jesús Bastante. LA ESFERA DE LOS LIBROS. 408 páginas, 19,90 euros.