El Cid: cien años de su entierro en la catedral de Burgos
El 21 de julio de 1921, Alfonso XIII acompañó la comitiva de este entierro desde el Ayuntamiento, que custodiaba sus restos, hasta su sepultura actual, situada entre el altar y el coro de este templo. Un centenario que coincide ahora con el estreno de la segunda temporada de la serie dedicada al guerrero castellano en Amazon
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En la mañana del 21 de julio de 1921, hace cien años, los restos de Rodrigo Díaz de Vivar, «El Cid», y su mujer, Doña Jimena, fueron enterrados en la catedral de Burgos, donde ahora mismo se encuentran. Se situaron en el lugar más noble, bajo la bóveda, en el camino que va del coro al altar. Un lugar de privilegio con el que se intentó honrar los restos del que fue uno de los mayores héroes de la Edad Media española y, también, un personaje literario y mitológico gracias a la difusión del «Cantar de Mio Cid», uno de los principales libros de nuestra lengua y una obra de relevancia internacional al ser uno de los primeros poemas épicos de aquella Europa.
Su sepultura había estado hasta entonces en San Pedro de Cardeña, un monasterio a las afueras de Burgos. Un cenobio que se ligó al poema y al exilio del caballero, aunque la historia ha demostrado después que no fue así. Ni el Cid dejó allí a sus hijas ni a su mujer, ni él pasó por ese lugar con la pretensión de entregarlas a su cobijo. Eso fue un invento posterior de un monje de esta clausura. En cambio, la tradición todavía lo sostiene hoy e, incluso, al lado de sus muros hay una lápida que recuerda el lugar en el que también están enterrados los restos de Babieca, la leal montura que llevó consigo Díaz de Vivar. Todos estos datos han salido ahora, después de que su figura, denostada durante mucho tiempo, fuera recuperada y rehabilitada por un libro del novelista Arturo Pérez-Reverte, “Sidi”, la biografía firmada por el historiador David Porrinas editada en Desperta Ferro y una serie en Amazon de la que acaba de estrenarse su segunda temporada.
Sus huesos solo se depositaron allí después de que se abandonara la ciudad de Valencia, la plaza en la que él murió. Y en San Pedro de Cardeña, de hecho, todavía se conservan los sepulcros, de alto estilo y muy nobles, nada de una piedra sencilla y sin labrar, los que se depositaron y descansaron sus cuerpos hasta la invasión de España por las tropas de Napoleón. Los soldados franceses saquearon el cenobio, como solía suceder, y profanaron entonces las tumbas. Pero un oficial de esta tropa se dio cuenta de a quién pertenecían. Hay que tener en cuenta que la figura del Cid trascendió más allá de España, su fama cruzó los Pirineos y era admirado en el resto del continente. Por eso mismo, exigió a sus hombres que recogieran los huesos y mostraran respeto.
Una comitiva real
Desgraciadamente, los restos del Cid y su mujer no se repusieron de ese asalto. Lo que quedó de ellos, se supone, está ahora en la catedral de Burgos, pero, la realidad es que hay un montón de lugares que exhiben huesos del héroe castellano. No solo en el extranjero, sino también la Real Academia Española, que conserva una reliquia en una de sus vitrinas. Para restaurar su memoria y darle mayor relevancia se decidió en esa época depositar lo que quedaba de él y su esposa en un lugar noble de la Catedral. Según las fuentes, este acto se ofició con un inmenso respeto.
La celebración estuvo presidida por Alfonso XIII, que acompañó la urna que contenía los restos y que se custodiaba en la Casa Consistorial. La comitiva estaba cerrada por diferentes unidades del ejército, que, según recogen las fuentes, disparó salvas en su honor. La coyuntura política era muy débil. La guerra de Marruecos no era nada popular, de hecho, este sería el verano de la derrota de Annual, de la que se culparía después al monarca. Además, aunque España se había mantenido al margen de la Primera Guerra Mundial, estaba azotada por una fuerte crisis económica, había muchas revueltas y bastante descontento entre la gente, que, además de sus problemas, veía cómo sus hijos tenían que partir al Norte de África para una contienda que no comprendían. Quizá esto explicara el acercamiento por parte de las autoridades a un guerrero con una impronta tan grande en el inconsciente español. Lo mismo que ha sucedido siempre con Inglaterra que, cada vez que pasa por momentos difíciles, apela al rey Arturo y sus caballeros, y le dedica películas o anuncia descubrimientos alrededor de su figura.
El Cid, desde entonces, descansa en Burgos. Sobre la sepultura aparecen las fechas, los nombres de Rodrigo y Doña Jimena en Latín y, también, unas líneas extraídas del «Cantar del Mio Cid»: «A todos alcança ondra por el que buen ora nacto». Estos versos fueron escogidos por Menéndez Pidal, uno de los mayores expertos que hubo sobre el poema y la figura de este héroe.