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Crítica de “Free Guy”: juego de niños ★★★☆☆

This image released by 20th Century Studios shows Jodie Comer, right, and Ryan Reynolds in a scene from "Free Guy." (20th Century Studios via AP)
This image released by 20th Century Studios shows Jodie Comer, right, and Ryan Reynolds in a scene from "Free Guy." (20th Century Studios via AP)larazonAP

Título: Free Guy. Dirección: Shawn Levy. Guion: Matt Lieberman y Zak Penn. Intérpretes: Ryan Reynolds, Jodie Comer, Taika Waikiki, Joe Keery. USA, 2021, 115 min. Género: Comedia fantástica.

Parece un lugar común que otro ‘blockbuster’ se una a las críticas feroces a la política de lavado de cerebros totalitaria de las grandes corporaciones cuando la distribuye, precisamente, una de las grandes corporaciones de la industria del entretenimiento mediático, sobre todo cuando la susodicha empresa tiene carta blanca, gracias a liderar el colonialismo cultural y económico que nos deja insomnes, para hacer ‘branded content’ -desde la Marvel hasta la saga de “Star Wars”- sin soltar un dólar por ello.

Si dejamos al margen las circunstancias extemporáneas al relato y estilo de “Free Guy”, difícil gesto cuando el filme está tan pendiente de su condición intertextual y transmediática, es innegable que esta versión videolúdica de “El show de Truman” tiene un cierto encanto. La historia de este Don Nadie en la ciudad virtual de Free City, juego en línea que evoca los gráficos de “Grand Theft Auto”, que se independiza de los algoritmos que lo resucitan una y otra vez para salvar a la realidad digital que habita de la actualización y borrado de sus singularidades, parece obedecer a la fórmula que justifica su existencia (otro algoritmo) sin sentirse excesivamente culpable por ello. La película exuda una ingenuidad contagiosa, en parte por la cálida, autoconsciente a la vez que empática, interpretación de Ryan Reynolds -a veces lastrada, como le ocurre a la notable “El escuadrón suicida”, por el encadenado de gags listillos-, en parte por un diseño de producción que, en su barroco deseo de conectar con su público ideal, construye un universo alternativo visualmente de lo más cautivador.

Lo mejor: el carisma de Reynolds y el lujo neobarroco de su diseño de producción.

Lo peor: los actos de contricción corporativa de cientos de millones de dólares empiezan a resultar cansinos.