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El arma secreta de Heraclio

El emperador bizantino, considerado en su momento como el primer cruzado, fue también pionero en el uso de reliquias como armas de guerra
La Razón
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Cuando, el 5 de abril de 622, Heraclio se presentó ante sus tropas dispuestas para el combate, bien pudo suponer que estas se hallaban por completo desmoralizadas. El Imperio bizantino llevaba varios años cosechando derrotas humillantes ante los persas, que se enseñoreaban por sus territorios y que, de hecho, les habían amputado ya varias provincias. Sin embargo, en esta ocasión el emperador traía consigo un arma secreta que, para asombro de la multitud, desplegó ante los ojos de miles de soldados. En palabras del poeta Jorge de Pisidia («De Expeditio Persica» I.78-120), el emperador alzó «el estremecedor icono con la imagen por dios trazada». Se trataba, con toda probabilidad, del «mandylion» o «tetradiplon» de Edesa, un lienzo sobre el que se habría impreso, de forma milagrosa, el rostro de Jesucristo. Es lo que las fuentes de la época describen como «imagen no pintada por mano humana», «por dios trazada», o «Cristopolia» («la más brillante»).
Se trataba, por tanto, de la Santa Faz, una de las reliquias más veneradas de toda la cristiandad y, posiblemente, la más popular en tiempos de Heraclio junto con el «lignum crucis» o madera sobre la que Jesús fue crucificado. La primera mención a esta reliquia la documentamos en la «Doctrina de Addai», texto apócrifo del Nuevo Testamento redactado en Siria en torno a finales del siglo IV o principios del V. En él se relata una historia bastante inverosímil según la cual el rey o príncipe Agbar de Edesa (ciudad del sureste de Turquía, tempranamente cristianizada) intercambió correspondencia con Jesucristo, en vida de Este, y cómo, a modo de respuesta, envió a uno de sus acólitos llamado Addai (nombre siríaco que se corresponde con Tadeo), que viajaría hasta la corte de Agbar para entregarle, a modo de regalo, la imagen del Mesías grabada sobre un lienzo, el «mandylion».
Pero la primera mención a la existencia de la reliquia en sí la hallamos en la obra de Evagrio Escolástico, quien, escribiendo en torno al año 593, menciona la presencia de una imagen de Cristo de origen divino («zeoteuctos») que auxilió milagrosamente en la defensa de la ciudad de Edesa durante el ataque persa del año 544.
Parece por tanto probable que fuera esta misma reliquia la que el emperador Heraclio mostró a sus tropas en el episodio antes mencionado, tanto por la cercanía de ambas fechas, como por el hecho de que la familia paterna y materna de Heraclio eran de origen armenio, y precisamente de la ciudad de Edesa en el caso paterno. Además, las fuentes acreditan que Heraclio devolvió la reliquia a Edesa en 628. Poco después, en el año 638, los musulmanes tomaron la ciudad y se hicieron con la reliquia, pero en el siglo X los bizantinos consiguieron que les fuera devuelta. A partir de esa fecha tenemos constancia de su presencia en Constantinopla, donde permaneció hasta 1204, cuando la ciudad fue saqueada por las huestes de la Cuarta Cruzada, momento a partir del cual se pierde su pista.
Una hipótesis sugerente
Sin embargo, puede que ese no fuese el final de su historia, ya que, según una hipótesis muy sugerente, el «mandylion» no sería un regalo de Cristo al príncipe de Edesa sino el propio sudario de Cristo que, según la creencia, había servido para envolver su cuerpo tras su muerte (Mateo 27:57–61, Marcos 15:42–47, Lucas 23:50–56), es decir, lo que se conoce como el Santo Sudario. Recordemos que uno de los nombres con el que era conocida esta reliquia era el de «tetradiplon», que en griego se traduce como «doblado cuatro veces», lo que ha hecho suponer que el lienzo era más grande y no solo mostraba el rostro del Mesías sino todo su cuerpo, aunque oculto en los dobleces que no se mostraban en público. Según esta misma hipótesis, lo que los antiguos bizantinos llamaban «mandylion» no sería otra cosa que lo que hoy se conoce con el nombre de Santo Sudario de Turín, asimismo doblado en cuatro pliegos.
Sea como fuere, fuera auténtica o no y se corresponda o no con la reliquia conservada a día de hoy en Turín, de lo que no cabe duda es de que al emperador Heraclio le trajo muy buena fortuna en su campaña contra Persia del año 622.

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