Violeta Salama: “Quería hacer una película sobre las diferentes formas de entender la libertad”
En “Alegría”, la experimentada realizadora debuta como directora en el largometraje, de la mano de Cecilia Suárez, Laia Manzanares y Sarah Perles con la Melilla multicultural como telón de fondo
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La última vez que quien escribe estas líneas habló con Violeta Salama, todavía existían ciertas restricciones a la movilidad y la vacunación acaba de mutar desde quimera a Tourmalet. La directora, curtida en mil y una películas como ayudante de dirección o como responsable del equipo secundario de rodaje, debuta ahora en el largometraje con una de las óperas primas más elegantes del año en el panorama patrio: “Alegría”, desde el 10 de diciembre en cines de todo el país. “Cuando yo era pequeña, Melilla eran como tres ciudades propias dentro de la misma: el club de los militares, el barrio judío, la parte musulmana… Cada sector con sus pequeñas particularidades, pero al final una ciudad en la que podía participar todo el mundo, no había barreras fijas”, explicaba la realizadora antes de comenzar el proceso de montaje.
Unos meses después, y de la mano de una hierática Cecilia Suárez, la sorpresa de Laia Manzanares y el saber hacer de Sarah Perles, Salama se reencuentra con este diario en las últimas filas de los cines Renoir de Madrid, dispuesta a hablar de los equilibrios de su película, de los filtros y cuidados que tuvo a la hora de acercarse a las tradiciones y, también, de discutir una película sólida cuyo mayor virtud es el acertado tono desde el que está narrada, a fuego lento, y sin miedo a entrar en la comedia cuando la narrativa así lo permite.
Un debut que sabe a experiencia
-La última vez que hablamos, usted estaba a punto de entrar en la sala de montaje con “Alegría”. ¿Cómo está? ¿Cómo se encuentra antes del estreno de su primera película?
-Hoy, ya sí, de verdad, estoy empezando a sentir la emoción del estreno, de que la gente vea la película por fin. Al fin es una sensación real. Vengo de presentar la película en Melilla, donde yo creía que el público sería difícil porque iban a juzgar cómo les había retratado, pero funcionó muy bien. Llego al estreno en salas con la sensación de una prueba superada. No podía salirnos rana el homenaje, por así decirlo. Ahora estoy enfrentándome a que la vean mis amigos y mi familia, que son unos nervios a otro nivel. Son opiniones que sí me importan.
-En la campaña de la película, se explica que es una película “feel good” (”sentirse bien”). ¿Está de acuerdo con que se venda como una “feel good movie”?
-Ha sido muy difícil acotar los términos adecuados, la verdad. Pensábamos en comedia, en drama... Hasta en “dramedia”. A mí el tema del “feel good”, sinceramente, no me acababa de convencer. De primeras, me parece un poco hortera usar un anglicismo, pero bien pensado tiene mucha lógica. He escuchado a quienes sabían, y eso es lo que mejor creen que funcionará. Cuando estábamos levantando la película a nivel de producción, me preguntaban mucho por el tono que tendría y yo me preguntaba por qué no tenemos una palabra en español para ello cuando está bien desarrollado, a través de películas francesas o británicas que llegan a nuestra cartelera todo el rato. ¿Cuántas películas hemos visto últimamente que tratan el choque cultural desde el humor? Hace años existen. Si te fijas, se suele calificar a esas películas como “feel good”, entonces es una tradición en la que me gustaría y me honra insertarme.
-¿Cómo de difícil fue encontrar el tono de la película, en esa cocción a fuego lento?
-Creo que es una película sobre la familia, y esos equilibrios son siempre propios y asociados a la raíz misma de cada quien. Esos silencios y esa cámara centrada en la mirada vacía de Cecilia Suárez, de su personaje, era muy importante para saber qué estaba pasando dentro de ella. Hay un punto clave, cuando empezamos a escribir el guion junto a Isa Sánchez, que es el de las tradiciones. Ella no sabía si el espectador entendería las referencias, o si serían necesarias. Claro, en la película hablamos de la Mezuzá para arriba y para abajo, y hay quien no sabe qué es. Si nos ponemos a explicar cada pequeña cosa, terminamos en Wikipedia y con antetítulos: capítulo uno, el judaísmo. ¿Sabes? Teníamos que tomar decisiones firmes sobre lo que explicábamos y lo que no y, sobre todo, cómo lo hacíamos. La solución fue que por cada sermón explicativo que hubiera, teníamos que añadirle algo de comedia, que nos riéramos, para que no fuera pesado.
-¿Y cómo encajó eso con tradiciones como la musulmana, que no conoce en primera persona?
-Fue complicado. Domino la cultura judía porque es en la que me he criado, pero mi conocimiento de la cultura musulmana no es ni mínimamente parecido. Tuve que trabajar desde experiencias ajenas, y eso implicaba no entrar con la misma condescendencia. No me podía reír de algo que no conozco y que no es mío, por así decirlo. Lo hablaba con uno de los actores, judío, y decíamos “vale, siendo judíos nos podemos reír hasta del Holocausto”, pero las prebendas cambian si estamos hablando de una cultura que, ciertamente, nos es ajena. Por eso el personaje de Dunia, aunque impregnado de esa cultura, está ajeno a lo estrictamente religioso, para poder jugar con más libertad.
-¿Es el machismo lo peor que tienen en común las tres culturas que se encuentran en la película?
-Totalmente. A mí me interesaba hablar de la subversión, la capacidad de todas estas mujeres para ser libres, a su manera, en culturas donde no se puede saber que lo son. Han encontrado un huequito en el sistema. Y eso es algo que yo aprendí de mi abuela judía, que era muy religiosa, al contrario que mi abuelo. Él le decía que estaba cansado de tantos ritos y tonterías en casa, entonces ella hacía todo por su cuenta. Ayunaba a escondidas, por ejemplo, aunque yo me enterara igual.
-Así llegan todas a esa escena de la playa, tan elegante, tan bella...
-Era importante esa escena de la playa, y de la casa en Marruecos, donde todas las mujeres comparten casa y están solas. Y pueden, realmente ser ellas mismas, sin miradas masculinas que las juzguen o las aprecien desde lo obsceno. No tienen que cumplir ningún requisito ante nadie más que ellas mismas. Y también me gustaba el juego de transición entre ambas formas de entender la libertad, la de mi abuela siendo libre a escondidas y las de estas nuevas mujeres que quieren serlo en todos los ámbitos, con su parte negativa y sus contradicciones, pero con una carga emocional casi generacional. Quizá mi hija no sea de ninguna de las dos corrientes, que sería lo ideal.
-¿Cómo fue el trabajo con Cecilia Suárez y Laia Manzanares? Las dos parecen haber construido sus personajes desde el silencio.
-Han sido, a nivel de dirección de actrices, dos procesos muy distintos. Con Cecilia, que tiene mucha experiencia, fue particular porque yo no había podido ver nada de lo que ella había hecho antes. Y mira que ha trabajado en películas y series, más en México, claro. ¡En España no vemos nada de cine mexicano! Ella me consiguió mucho material para ver, quizá a cambio de ensayar menos, que no le gusta nada (ríe). Quiere que todo sea genuino. Le gusta el trabajo de mesa eso sí, el preparar las escenas y las motivaciones antes de ponerse a rodar. Laia, por otro lado, está empezando por así decirlo y tiene muchas tablas, pero en teatro o televisión. Nunca había evolucionado tanto a un personaje en tan poco tiempo, así que tuvimos que ir más al grano. Hicimos muchísimo trabajo cultural con ella, para que entendiera qué es ser judía y qué es casarse en la tradición. Le di mucha información de mi familia, de cómo me había criado y de cómo era crecer con esa idea de Israel en mente. Le llegamos a poner incluso una “coach” sefardí para que entendiera la perspectiva espiritual de cada rito, que al final es un gesto y está en su trabajo de actriz. Yo quería que de verdad supiera por qué hacía cada cosa.
-Eso queda plasmado en secuencias como la de la ceremonia antes de la boda...
-La secuencia del mikve, por ejemplo, la rodé como si fuera sexo. No había nadie en el set que no fuera absolutamente imprescindible, porque quería crear ese clima sacro en la película y en la escena. Es una despedida, y una metáfora del fin de la niñez. Hacer que alguien entienda eso, criado en otra tradición, es complicado, pero ella lo hizo de forma maravillosa. Fue una carrera de fondo, pero ambas fueron muy generosas.
-¿Cómo valora la experiencia ahora que el bebé, en forma de película, es completamente tuyo, como directora?
-Es muy “heavy”, pero estoy haciendo el ejercicio de intentar disfrutarlo. Tengo a mis amigas hoy mandándome mensajes de “It’s all happening”, como en la película “Casi famosos”, a modo de referencia interna. Está pasando y todo llega. Tampoco engaño a nadie, yo siempre quise encaminarme a la dirección y ha sido muy bonito ver cómo, llegada la oportunidad, mis compañeros de otros proyectos se quisieron sumar a este.