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Las respuestas de Adam Mckay sobre “No mires arriba”, la película de moda en Netflix

El director y guionista más ácido de Hollywood contesta a las preguntas sobre su nueva critica al “trumpismo” con reparto estelar: DiCaprio, Lawrence, Streep, Blanchett y Chalamet
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En la cresta de la primera ola pandémica, con las urgencias colapsadas y el planeta entero sufriendo pérdidas irreparables, hay quien preguntó, totalmente en serio: ¿Y cómo va a afectar este parón a la economía? La idiotez humana, la más inmediata y de infame recuerdo, es el combustible de «No mires arriba» (”Don’t Look Up”), la nueva película de Adam McKay («Vice», «La gran apuesta»), en la que los personajes de Jennifer Lawrence y Leonardo DiCaprio descubren que un meteorito se dirige a la Tierra con pronóstico apocalíptico. La metáfora, a medio camino entre la lección sobre el cambio climático, la crítica a los medios de comunicación y el análisis del panorama post-Trump en Estados Unidos, sirve al más ácido de los directores americanos para firmar una excelente sátira sobre el tiempo que nos ha tocado vivir y a la que rostros como los de Meryl Streep, Timothée Chalamet o Jonah Hill terminan de dar entidad.
El cine de los cínicos
«Siempre quise hacer una película sobre el cambio climático, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Así que acudí a mi amigo David Sirota, periodista, que me explicó que era muy frustrante informar sobre la crisis ecológica porque era como contar que un asteroide gigante impactaría contra la Tierra y, sin embargo, nos daba un poco igual a todos. Ahí nació la idea. Simple y, para mí, muy divertida. Justo cuando estábamos buscando localizaciones, llegó la pandemia», explica McKay en conversación telefónica con LA RAZÓN. Y sigue, sobre ese carácter cínico que a veces se le achaca a su comedia: «Sé por qué se dice, pero no estoy de acuerdo. La energía de mis películas, creo, es la de la excitación por explicar problemas que aparentemente son complicados pero en realidad tienen solución. No fácil, pero tienen solución. ¿Por qué contar la crisis de las hipotecas? ¿Por qué hablar del cambio climático? ¿Quién coño es Dick Cheney? ¿A quién le importa? Lo hago para despertar interés e inquietudes en los espectadores. No creo que haya cinismo o desesperanza, solo hay cine. Quiero que la gente, cuando vea esta película, sienta la frustración de mis personajes y pueda sentirse exhortada a hacer algo», explica con vehemencia.
Mckay, que, gracias a la colaboración en la película con más rostros conocidos como Ariana Grande o Cate Blanchett, da forma a la primera gran película sobre el post-trumpismo, es consciente de las capas de su filme y de las lecturas que puede arrojar: «Mi intención con la película parte de esa extraña y casi irreal experiencia de estar vivo en este preciso instante en un país como Estados Unidos. Y eso incluye el clima que ha creado la derrota de Trump, por supuesto. De hecho, si pensamos en el post-trumpismo, creo que el nivel de influencia es tan grande que no puedes hablar solo de Estados Unidos, es algo más global, extensible a otros territorios como Brasil», opina antes de continuar: «La clave es que en realidad esa cultura de lo reaccionario es un síntoma, no la enfermedad, que es mucho más grave y profunda. La enfermedad es la desesperanza, el desapego por lo comunitario y la desigualdad de un sistema económico roto. Y lo mismo ocurre con los medios de comunicación, síntoma de esa manera de entender el mundo que tienen los mega-ricos», añade.
El mega-rico de «No mires arriba», quizá la película con más chistes por minuto de la filmografía de McKay y la más auto-consciente, es todo un ganador del Oscar como Mark Rylance, que se pone una dentadura postiza que «él mismo propuso», según el director, para distanciarse de los Bezos y los Branson en su plan de “aprovechar el meteorito” para sacarle partido económico, aunque ponga en jaque a la Humanidad: «Los dientes fueron idea suya. Cuando le conté cómo sería su personaje, comenzamos a planearlo, a darle forma. Ahí se le ocurrió que este tipo de ricos excéntricos no querrían dientes postizos, si no que los tomarían directamente de un cadáver, como si fuera un implante de órganos. De un fallecido en un accidente, por ejemplo. Es un personaje difícil de hacer, porque ya estamos acostumbrados a este tipo de rico y no es fácil sorprender a la audiencia. Y si encima, lo puedes contar gracias a uno de los mejores actores vivos del mundo… No puedo pedir más», confiesa McKay.
En ese reparto estelar, en el que Meryl Streep es la Presidenta de Estados Unidos, Cate Blanchett es la reina de las mañanas y Ron Perlman es un héroe de guerra al que le falta un hervor, Leonardo DiCaprio brilla y casi hace de sí mismo: «Es tan bueno como lo pintaban. ¿Tiene pelotas la cosa, eh? Eres consciente de los bueno que es desde el momento en el que lee el guion, en el que intenta entender todos los matices, aunque estemos en una comedia. Y es un preguntón. Analiza todas las aristas, todos los ángulos de su personaje y te pregunta cada rato por qué hace X o Z. Y para mí, y para el equipo, ese trabajo de las preguntas es maravilloso, extraordinario, porque nos ayuda a trabajar siempre en la misma dirección. Con la misma energía. Permite, a su manera, que no te puedas tomar ni un respiro de relajación como director, que siempre quieras sacarle el máximo partido al día de rodaje. Es un líder, y lo transmite a las dinámicas de todo el set de rodaje» , añade exaltado del director.
Antes de despedirse, y de volverse a rodar con Jennifer Lawrence una película sobre la estafa de Elizabeth Holmes o estrenar la serie que ha producido para HBO sobre los Lakers de Magic Johnson, McKay se despide mucho más esperanzado que su cine en la lectura de los nuevos tiempos que traerá por delante el post-trumpismo y también la post-pandemia, en lo que ya podríamos denominar post-post-modernidad: «Cuando estás ahogado por las deudas, creo que es más fácil dejarse llevar por soluciones fáciles, o alternativas a la compleja, y ese es el caldo de cultivo de las teorías conspirativas, por ejemplo. No puedes pretender que la gente escuche un sesudo discurso sobre el futuro si se está muriendo de hambre. Para que la gente de verdad se enganche y se comprometa, primero, tendrías que garantizarles un ingreso mínimo, una renta básica, y reformar la presión fiscal sobre las grandes fortunas. Ojalá tuviera la solución completa, pero no me parece una mala forma de empezar a arreglar este puto desastre de mundo que tenemos».