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Cine

Obituario

Verónica Forqué, la sonrisa y la hamartia

La actriz fallecía ayer a los 66 años tras más de noventa películas y cuatro Premios Goya, dos de ellos ganados en la misma y célebre noche de 1987

Verónica Forqué en una foto de archivo de LA RAZÓN
Verónica Forqué en una foto de archivo de LA RAZÓNAlberto R. RoldánLa Razón

Dejó escrito el filósofo Henri Bergson, quizá la persona más triste de los que dedicaron su vida a la risa, que lo que nos hacía humanos no era reír, algo que tenemos en común con los primates, sino hacer reír a nuestros semejantes. A ello se dedicó con vehemencia la actriz y dama de nuestra escena, Verónica Forqué, fallecida ayer a los 66 años. Como si fuera un símbolo, sumida en una depresión clínica y pública pero con una sonrisa radiante y eterna pegada a la comisura de los labios, el rostro de Forqué se transfigurará, para la memoria colectiva, en el de la ambivalencia teatral: poco hay más dramático que la vida misma del artista.

Hija de un titán, casada con un guerrero y madre de una deidad, hay mucho en la vida de la Forqué de tragedia griega. La hamartia de su mirada esmeralda, esa que se volvió empática de la mano de Fernando Colomo y simpática cuando la trató Pedro Almodóvar, es también la del relato del rapto de la alegría o la que convirtió en piedra el horizonte, helándonos el corazón o transportándonos a sus mundos fantásticos, evasivos quizá, antojando un final desolador que nos deja huérfanos.

Cuando Stanley Kubrick, alérgico a la alegría, descubrió su talento recién inaugurados los ochenta, no solo pidió que chillara como Shelley Duvall en «El resplandor», sino que apostó contra la propia Warner para que ella ejerciera como actriz de doblaje. Poco o nada sabía de su estirpe el director, y menos aún imaginaba la audiencia que aquellos gritos, luego en «Kika», fueran capaces de hacer que un país entero, para bien o para mal, hablara de una película. Quizá el último regalo de la actriz sea de corte parecido, ahora envuelto en la salud mental. La sonrisa de Verónica Forqué, esa misma que nos deja ahora un legado de más de noventa películas, la mitad de obras de teatro y hasta cuatro Premios Goya (ganó los dos que se entregan a las actrices en 1987, estableciendo un récord inigualable), se apaga para que su memoria, por fin en paz, pueda proyectarse en el duelo compartido.

Forqué, a la que tristemente tocó compartir destino con el más aventajado de los alumnos de Bergson, Gilles Deleuze, es quizá una última lección de la teoría de la sonrisa: no se trata de una máscara, es un gesto de la más humilde, profunda y sincera humanidad. El llanto por la actriz, a la que todavía podremos celebrar revisitando «La vida alegre» o en las tres películas que dejó pendientes, no puede ser por su último gesto, mas por lo que con él hemos dejado de poder sonreír.