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Premios Goya

La reforma laboral y una gala de traca

Su lado reivindicativo, no impidió a Fernando León de Aranoa recoger el Goya a mejor película junto a Jaume Roures, responsable directo del ERE del diario “Público”

El actor Javier Bardem, el realizador Fernando León de Aranoa y el productor Jaume Roures posan en la alfombra roja
El actor Javier Bardem, el realizador Fernando León de Aranoa y el productor Jaume Roures posan en la alfombra rojaBiel AliñoAgencia EFE

La película de Fernando León de Aranoa, “El buen patrón”, había ya batido el récord de nominaciones, con sus veinte, en la historia de los Goya. Pero acabó llevándose tan solo seis, muy lejos de aquellos catorce de «Mar adentro» en 2004. Entre ellos, eso sí, el de mejor película, el de mejor director y el de mejor actor protagonista. Si la idea del guion, como explicaba León de Aranoa, arrancaba hace 11 años con la crisis económica, culminaba el trabajo al recoger el premio justo tras la aprobación, por los pelos y azarosamente, de la reforma laboral. Aprovechaba el cineasta ese momento para recordar las pasadas reformas laborales «que tanto daño hicieron a los trabajadores». Ese lado suyo, tan reivindicativo, no le impidió recoger el Goya a mejor película junto a Jaume Roures, directivo de la productora de la cinta y que, precisamente, gracias a la anterior reforma laboral pudo llevar a cabo el ERE del diario «Público», que supuso el despido de la casi totalidad de sus trabajadores.

Parecía una broma que precisamente él recogiese un premio por una película titulada «El buen patrón» y que es una crítica al capitalismo más feroz. Y casi lo parecía también que a León de Aranoa, tan solidario hacía unos minutos con los trabajadores y sus problemas laborales, no le importase salir en la foto con alguien que ejemplifica aquello que reprobaba antes en su discurso y en su filme. Para acabar de redondearlo todo, en una especie de triple tirabuzón de las paradojas, en la acera de enfrente del Palau de les Arts donde se celebraba la gala protestaban los trabajadores del propio Palau.

Una distancia notable, varios carriles de la avenida Profesor López Piñero y un considerable cordón policial impedían que la reivindicación de sus derechos laborales fuera a empañar la reivindicación por los derechos laborales de los demás del director de la reivindicativa película. Quizá haya sido esto lo más berlanguiano de una gala soporífera que no ha sido capaz de aprovechar precisamente que este fuera el año Berlanga, lo que daba carta blanca para el disparate y el alboroto, y ese estar en Valencia, tierra de fuego y de música, de las flores, de la luz y del amor.

Fue un espectáculo especialmente deslucido y tedioso en un año en el que debería haberse celebrado, no solo el nacimiento de Berlanga hace cien en su propia tierra, sino la vuelta a la presencialidad después de aquella otra gala sin público debido a la pandemia que, contra todo pronóstico, ha quedado muy por encima de esta. Aunque cualquier ceremonia, una elegida al azar, quedaría por encima de esta. Si hasta los fuegos artificiales fueron mediocres e insustanciales, cuando en Valencia se celebra incluso la Comunión del tercero de los hijos del vecino del cuarto con un espectáculo pirotécnico y una traca y una banda de música con su emocionante «per ofrenar»...