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Arte

Miquel Barceló: «Si no lees a Kafka y Cervantes no puedes ser un buen pintor»

El artista presenta sus últimas pinturas y cerámicas en la galería Elvira González

Miquel Barcelo en la Galeria Elvira Gonzalez David JarLa Razon

Miquel Barceló, un rebelde tímido. La mejor lección que extrajo de las aulas fue la desobediencia, la sana insurrección de una juventud febril y creadora. Su infancia basculó siempre entre el chaval con una fe indestructible en el autodidactismo y ese muchacho que de chico no tenía nada, salvo un tesoro: unas gafas de bucear. El artista, mientras culmina las cerámicas gigantes (se podrá caminar por su interior) que presentará en el Loira, ha traído a la Galería Elvira González de Madrid su última colección de acuarelas, pinturas y cerámicas. Unas piezas que pensó durante la pandemia entre las islas de Mallorca y Kiwayu y que, a pesar de su expresivo color, son su contestación a una crisis personal.

¿Le afectó mucho?

Estos momentos de crisis siempre me han alimentado. Pero no existe una correspondencia entre la pintura y la realidad. Por ejemplo, ahora estoy feliz y los trabajos actuales en los que estoy involucrado son en blanco y negro. Yo soy muy intuitivo con el color. El color es casi una cuestión física, algo instintivo.

¿Es importante el instinto?

Es conveniente tenerlo, es como el olfato para el perro de caza. Pero con el instinto también te equivocas. Yo en realidad vivo de las equivocaciones y los errores. Un cuadro no es más que una suma de errores. De lo que dudo es de lo exitoso, de las fórmulas. Mondrian, que me encanta, tenía una fórmula y Cézanne, también, pero en ellos vibra la emoción. Pero, para mí, lo importante es no tener una fórmula. Y si la encuentras, la tienes que abandonar. Para mí es importante es equivocarte. Los pintores vivimos en un error.

Eso no se enseña en ninguna escuela de Bellas Artes...

Yo aprendí pintura leyendo libros, viendo pintura, visitando museos. Si no lees a Cervantes o Kafka no puedes llegar a ser un buen pintor. Siempre se lo digo a los jóvenes artistas con los que converso. En la escuela de Bellas Artes enseñaban perspectiva y anatomía, pero yo no hice caso entonces de esos aprendizajes. Al final lo tuve que hacer, porque quería representar cuerpos, pero esta vez lo aprendí por mi propia cuenta. Asistí a clases durante un tiempo muy reducido, apenas unas semanas, pero me ha costado muchos años, casi cuarenta, desaprender todo lo que asumí en esas clases. Me di cuenta de que tienes que liberarte de todos los tics que intentan inculcarte, a aprender a desaprender y aprender a expresarte por ti y, sobre todo, jamás hacer lo que la gente espera de ti. Siempre hay que intentar evitar vender un producto.

Y la naturaleza es clave en su obra.

De pequeño solo tenía un radiocasete y unas gafas de buceo para nadar en el mar. No te creas que era poco. Era mucho. Yo siempre nado en el mar. Me viene bien, sobre todo cuando pintas cuadros de gran formato. Pero nadar es una de las cosas que he hecho de pequeño y que siempre hago.

Es muy poco. ¿Qué opina de la tecnología y los jóvenes?

Es muy triste ver a las parejas en los restaurantes sin despegar la mirada de las pantallas de su móvil. Eso me origina cierta melancolía. Yo tengo ordenador y un móvil, aunque el mío tiene manchas de pintura. No voy contra la tecnología, pero reconozco que se me hace difícil el arte digital.

Le gusta mancharse las manos con la pintura, con el barro...

Yo tengo la necesidad de la fisicidad. Me gusta sentir el papel, la materia, como dijo antes. La falta de este contacto me produce cierta melancolía. Y yo creo que la melancolía es una de las grandes enfermedades que existen en nuestro tiempo. Creo que nos falta el roce con las cosas, el contacto con las personas, los animales. Yo me llevo mejor con los animales que con las personas. En África les dejaba entrar en mi estudio para que bebieran agua en el váter. Pero hay que tener cuidado, porque es un estudio de pintura y si les das confianzas, te destrozan todo (risas).

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