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Madrid, capital de la soledad

Lara Moreno publica «La ciudad», retrato de tres mujeres que reflejan las esquinas más duras de nuestra sociedad: el maltrato, la inmigración y el desamparo humano
Alberto R. RoldánLa Razón

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Lara Moreno muestra en su último libro una escuadra diferente de Madrid, una que no es la habitual, que es la del tapeo, la farra nocturna y el «brunch» dominical. La escritora se aparta de la poesía, pero no de lo poético, que aflora en pasajes y párrafos, y con «La ciudad» (Lumen) regresa al selvático paisaje de la novela. Un texto de marcada dureza y hosca sinceridad que habla mucho de la condición humana y sus escorrentías aledañas.
A través de tres mujeres, Oliva, Damaris y Horía, que conviven en el mismo edificio, la autora indaga en las relaciones tóxicas, las condiciones de la inmigración, las familias ausentes y el abanico de añoranzas que arropan las existencias destempladas. Aquí está el Mercado de la Cebada, la Plaza de la Paja, Marqués de Vadillo, sí, es cierto, pero sobre todo suenan las voces de unas protagonistas que deberán desenvolverse en un mundo de marcadas ingratitudes y abusos. «Hay una soledad terrible en cada una de ellas a pesar de que son muy distintas. Oliva lucha con una soledad generada por el maltrato que está viviendo a manos de su pareja y que acaba por aislarla. A su alrededor siempre ha tenido mucha gente que ahora no puede ver. Ella ha disfrutado del Madrid afable donde puedes tejer una red personal y profesional, pero de pronto se encuentra fuera».

Abuso y sometimiento

La novelista representa en su retrato «la soledad de las mujeres maltratadas, que quedan siempre aisladas ante el peligro». Casi inmediatamente precisa que «muchas mujeres se reconocerán en ella, pero también muchos hombres que serán capaces de darse cuenta de que existen comportamientos naturalizados que son de abuso y sometimiento». La autora explica que «las relaciones de maltrato son todas exactamente iguales y cada una tiene un camino que puede terminar en el asesinato. Lo que sucede es que la sociedad solo se queda en los dos últimos capítulos: el del maltrato físico y el asesinato. Pero, ¿y los capítulos anteriores? Esos son los que hemos podido vivir todas».
Un motivo de que esto todavía suceda en el siglo XXI, aclara la escritora, es que tenemos «un desequilibro entre hombres y mujeres que tenemos enraizados en lo más profundo de nosotros. Existe una brecha histórica». Sin tomarse una pausa en la conversación, revela cuál ha sido la intención original que existe detrás de la historia de Oliva: «He intentado desmenuzar esta historia de los maltratos donde nadie pone la mano encima a nadie y donde nadie es asesinado precisamente para visibilizar que esas relaciones son también una cárcel y que puede afectar a cualquier mujer, no importa que tengas recursos culturales o económicos».
Junto a Oliva hay otros dos personajes que afrontan unas existencias estremecedoras y descabalgadas de optimismos, Horía y Damaris. Las dos proceden de otros países y reflejan sin paliativos ni concesiones las orfandades que acompañan a los inmigrantes obligados a abandonar sus países para prosperar en unos paraísos que, por supuesto, nunca son como los que sueñan en sus cabezas. Damaris convive con la desazón de cuidar los hijos de otra familia para mantener a los suyos propios. Cada día cruza esas calles patrón que hay en todas las ciudades y que marcan una divisoria entre las diferentes clases sociales. «Pasa todas las horas en un mundo que en realidad no le pertenece. Puede parecer que tiene una familia, porque trabaja sosteniendo a una familia, pero la contradicción es que no es la suya; parece que tiene una red de vínculos, pero a la hora de la verdad no es así. Cuando tiene problemas, sus patrones no le ayudan y sobrevive tomando grandes decisiones en circunstancias terribles». Damaris arrastra una maldición digna de Tántalo: estar rodeada de dinero, el que necesita para sacar adelante a sus hijos, pero, a pesar de la cercanía, no es suyo, aunque, eso sí, ella sabe muy bien que el dorado metal no siempre salva a los corazones de la amargura.
Pero Lara Moreno, sobre todo, ha depositado esfuerzos en Horía, un ejemplo de esas mujeres procedente de Marruecos que cruza la frontera española para trabajar de temporera. Aquí su escritura se impregna de una inteligente denuncia. «Viven aisladas, en un régimen casi de esclavitud, en barracones sin agua corriente, teniendo que pagar por todo. Es una forma de explotación durísima. Sus relatos son escalofriantes». Deja escapar una reflexión: «Las políticas sociales están por debajo de las económicas. Se ve en la crisis energética, el cambio climático... estamos forzando la máquina en el mundo. Es un sistema desequilibrado, crecen las tensiones por los mercados, la pandemia, la guerra, el sistema... parece que todo está hecho para quienes tienen dinero».