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Libros

Así manipulan nuestras emociones: desde la felicidad hasta el odio o la empatía

Richard Firth-Godbehere publica «Homo Emoticus», donde advierte cómo la política, el mercado y las multinacionales tecnológicas influyen en nuestros sentimientos

El escritor Richard Firth-Godbehere, que ha contado en su obra la historia de la Humanidad a través de las emociones
El escritor Richard Firth-Godbehere, que ha contado en su obra la historia de la Humanidad a través de las emocionesAlberto R. RoldánLa Razón

Muchos partirán de la creencia de que las emociones y las formas de sentir son inherentes a su propia naturaleza y forman parte indeleble del bagaje de su identidad individual. Pero el historiador británico Richard Firth-Godbehere no suscribe esa idea y en su libro «Homo Emoticus» (Salamandra) explica cómo la cultura y las sociedades han influido, y todavía influyen, en la percepción que albergamos de la tristeza, la alegría, la frustración, el odio, la compasión, la añoranza, la melancolía o la ira. Para él, «los regímenes emocionales son de naturaleza jerárquica, nos vienen impuestos por algún tipo de autoridad superior, con frecuencia el Estado, pero a veces también las religiones, las creencias filosóficas o los códigos morales a los que nos adherimos en virtud de nuestra educación».

En nuestra época, los ciudadanos están expuestos desde los albores del día a infinidad de estímulos y mensajes que tratan de influir en su voluntad con distintos propósitos: alentar sus deseos, incrementar sus necesidades de manera artificial, provocar su indignación o despertar su empatía. La manipulación de nuestras emociones no es algo que ocurra en las páginas de un libro de ciencia-ficción o en una distopía cinematográfica. Es un hecho corriente, aunque pocas voces recalcan esta realidad. «Si me pregunta si estamos manipulados emocionalmente por los políticos, la respuesta es sí, con toda claridad. Cuando en el Reino Unido tuvimos el referéndum del Brexit, se encargó a una empresa analizar las emociones de los ingleses para desarrollar anuncios específicos para que, en el día de las elecciones, votaran salir de la Unión Europea. Por desgracia, funcionó. Esto ocurre todo el tiempo y cada vez con mayor frecuencia. Sucede a través de las noticias de la radio o la televisión, en las redes sociales... Los políticos son muy buenos en manipular las emociones de la población. En lugar de recurrir a una explicación, por ejemplo, acuden a un eslogan con tres o cuatro palabras que, si uno examina con cuidado, no dicen nada, pero que son capaces de provocar distintas reacciones emocionales en nosotros. Sin duda, estamos siendo manipulados».

La influencia de la tecnología

Richard Firth-Godbehere, que este viernes reflexiona sobre este problema en un debate del Hay Festival de Segovia, comenta que recibe a diario docenas de correos electrónicos. La mayoría son artículos de académicos, pero muchos provienen de tiendas, online. «Se está invirtiendo mucho dinero en influir en las emociones de las personas de manera artificial. Una de las innovaciones está dirigida a que los ordenadores entiendan nuestros sentimientos y, así, desarrollar patrones de voz que reaccionen a ellos consecuentemente. Un ejemplo: si no te sientes feliz puedes hablar con Alexa. Googlegasta millones en este campo. Incluso Tesla aspira a controlar las emociones de los conductores cuando se sienten al volante de sus vehículos. Si el ordenador del coche percibe que está enfadado o presiente alguna clase de euforia, decidirá tomar el control y aparcar el automóvil, porque, concluirá, esa persona no está en disposición de circular. De momento esto no funciona demasiado bien, es cierto, pero ya se está trabajando en esa dirección y, en algún momento del futuro, llegará. Esto, por supuesto, no tiene que ver con la salud, sino con las ventas. Se trata de inculcar en sus potenciales clientes el concepto de seguridad. Esa idea de que pueden estar tranquilo en sus coches. Pero, en realidad, solo se trata de vender un coche».

El historiador no duda en señalar el momento emocional en que se encuentra la sociedad actual y asegura que la impresión que prevalece es la «vergüenza como efecto de la irrupción de internet. Hoy, ciertas transgresiones, conllevan de manera inmediata una cancelación, pero a la vez vemos cómo alguien que tenga sobrepeso puede ser avergonzado. Esto subyace en la generación de los llamados milennials. De hecho, los jóvenes están desarrollando una manera de comportarse, unos códigos que respeten algunas líneas y que marcan la conducta. Pero tardaremos todavía algo de tiempo en alcanzar eso».

Refugios emocionales

Para Firth-Godbehere una de las grandes plagas que existen en la actualidad es la llamada «felicidad tóxica»: «Es la idea de que todos deberían estar felices durante todo el tiempo. Si no estás feliz parece que algo va mal y, con sinceridad, no necesitas estar feliz todo el rato. Es normal también estar triste o sentir miedo. Tenemos la impresión de que tenemos que estar felices cada minuto y no creo que eso sea bueno. Es estresante y puede que eso nos conduzca a algo malo».

Quizá por esos motivos ha introducido en su libro un concepto revolucionario: «el refugio emocional». Un sitio en el que las personas pueden suspender por un breve momento los corsés sociales y deshacerse de las normas que imperan en los espacios públicos. Para él, uno de esos sitios son los estadios de fútbol. «La última vez que fui a ver un partido, un hombre repleto de tatuajes, de esos que, si ves en la calle te cruzas de acera, estaba justo detrás de mí. Cuando mi equipo marcó, me dio el abrazo más grande que te puedas imaginar. Es una emoción estar juntos en una comunidad. Es una liberación. La gente no se comporta como en una oficina. Estos lugares tienen esta función. Si no los permites, se producen problemas. Por ejemplo, cuando se cerraron los lugares de reunión en Francia en el siglo XVIII lo que sobrevino fue la Revolución Francesa. Muchas revoluciones provienen de la represión de los refugios emocionales. La Revolución Rusa, también. El nuevo hombre soviético, también explotó al final y la URSS terminó por venirse abajo».

Para Firth-Godbehere la historia no está condicionada solo por la razón lógica, sino también por la irracionalidad y los sentimientos, que están detrás de las decisiones de los más importantes estadistas o políticos. Siempre existe un componente sentimental: orgullo, amor, rabia. El odio a los otros ha provocado muchas guerras. Muchos científicos han demostrado que no existe la posibilidad de adoptar una decisión sin implicarte con alguna clase de emoción».

En el horizonte, no obstante, existe un peligro de otra clase en el que muy pocos han reparado: la uniformidad de los sentimientos. Las diferencias culturales entre Occidente y Oriente son evidentes y eso enriquece y favorece la diversidad de pensamiento y de ideas. Pero ha aparecido un elemento que abolirá esta distancia cultural y en el que pocos han fijado la atención: los emojis. El diseño de estas caras que representan sorpresa, tristeza o buen humor está igualando lo que en Japón o en España se entiende por sorpresa, tristeza o buen humor al ser aceptados estos iconos por todos los usuarios de estos dos lados del planeta. «A lo largo de los próximos cincuenta años, vamos a ver cómo todo el mundo va a empezar a expresarse de igual manera debido a la tecnología. No creo que sea algo positivo, porque si cambian las emociones, cambian las culturas». Por eso, Firth-Godbehere alerta sobre dos puntos cruciales: que «la tecnología acabe por influenciado en nuestras formas de expresión de una manera determinada y cómo en ocasiones se azuza el reparo, el asco o el odio hacia otros seres humanos. El desagrado hacia el otro. Algo que ya explotó el nazismo».