Buscar Iniciar sesión

Sabina el facha: la estrategia del antagonismo

Ya le pasó a Savater, Edu Galán, Escohotado, El Niño de Elche y otros tantos; cualquiera con cierta relevancia pública que ose criticar a esta nueva izquierda reaccionaria se convierte, de inmediato e independientemente de que la réplica sea más o menos leve, en enemigo
Eduardo ParraEuropa Press

Creada:

Última actualización:

Todo el mundo es facha. Sabina es facha. Esther Palomera es facha. También lo es La Ser, que además es machista. Y eldiario.es, facha y machista también (Echenique se ha dado de baja, indignado). Raphael, que define a Sabina como un tío inteligente y apunta que algo pasará, algún culpable habrá, por aquello de que la deriva de la izquierda le ha traído el desafecto al músico, debe estar a punto de ser facha también. Y es que, esta semana, el hecho de que cada vez se sienta menos de izquierdas Joaquín, porque tiene ojos y oídos y lo diga en una entrevista y se desate la tormenta en redes condenándole al foso oscuro de los desterrados (los fachas), es todo uno. Como a tantos otros les pasó antes que a él. Como a Savater, como a Escohotado, como a Jiménez Losantos. Como Edu Galán, El Niño de Elche, Soto Ivars, Ana Iris Simón. Como cualquiera con cierta relevancia pública, independientemente de su trayectoria, sus ideas y sus convicciones, que ose criticar en público lo más mínimo a esta nueva izquierda, tan reaccionaria ella.
No importa el argumento
Da igual lo moderada o leve que pueda ser esa crítica, da igual el argumento esgrimido, los hechos y las razones que lo provocan: ya es el enemigo. Que convivan actualmente en el espacio y en el tiempo una corriente identitaria que permite autodeterminar el sexo a voluntad, independientemente de la biología y de cualquier otra consideración más allá del propio y particular convencimiento, y otra, procedente del mismo espectro ideológico, que decide, por ti y a pesar de la realidad, la naturaleza de tu ideario no deja de ser, cuando menos, inaudito. Es más fácil hoy autopercibirse mujer teniendo pene que como «de izquierdas» convencido absolutamente de ello, bebiendo de las fuentes clásicas y defendiendo los preceptos tradicionales que han identificado siempre a esta corriente de pensamiento.
Más allá de disquisiciones sobre lo pertinente o no de seguir hablando a estas alturas de derechas e izquierdas (en un momento histórico en el que parece que la disyuntiva es, más bien, la defensa o no de las libertades) hay una, llamémosle para entendernos, nueva izquierda, esa que etiqueta a placer y conveniencia sin razón ni reflexión, a la que Félix Ovejero (otro exsocialista a la fuerza) ha denominado con acierto «izquierda antiilustrada». «No entiendo qué es lo que fastidia tanto de las manifestaciones de Joaquín Sabina, como de tantos otros, la verdad», comenta el escritor y articulista. «Si es que rectifique, que corrija su punto de vista, que tome su tiempo para llegar a determinadas conclusiones... Que no haga ni caso a la Cofradía del Santo Reproche. Yo, que sigo siendo de izquierdas, tampoco me reconozco en esta banda de déspotas que nos gobierna».
Pero el populismo es lo que tiene y Alfonso García Figueroa, doctor en Derecho y profesor titular de Filosofía del Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de Toledo, apunta en su artículo «La génesis populista del feminismo punitivo» las estrategias de este: «El populismo sigue típicamente tres estrategias fundamentales: la “colonización” del poder, el clientelismo en masa y la legislación discriminatoria. Y, efectivamente, dentro de la legislación discriminatoria, el populismo se sirve a su vez de su división dicotómica del pueblo entre amigos y enemigos para desarrollar una legislación [en sentido amplio, puesto que tiene también aspiraciones constitucionales, administrativas y jurisdiccionales] que, acorde con ese espíritu, legisla bajo la concepción de lo político que distingue entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda». El recurso de agudizar el antagonismo entre ellos (el pueblo verdadero) y el enemigo (todos los demás, o sea, los críticos con sus políticas y sus ideas, por leve que sea esa crítica), no es, por lo tanto, algo casual o anecdótico. Responde a un método.
Deriva reaccionaria
A propósito de esta deriva reaccionaria de la izquierda (de una parte de la izquierda) parafraseando de nuevo al profesor Ovejero, la también profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Pompeu Fabra, Jahel Queralt, editora del imprescindible «Razones Públicas», apunta: «Peter Strawson, filósofo de Oxford, en una ocasión dijo: “Soy de gustos conservadores, socialista en mis convicciones políticas, pero daría mi vida por el liberalismo”. Esta reflexión suscita a su vez dos más muy interesantes. La primera es que para la mayoría de la gente sería chocante esa actitud porque esperamos que los demás sean bloques de creencias monolíticos. Tenemos el mundo categorizado en nuestra mente, ordenado en algo así como cajoncitos que utilizamos para clasificar a la gente. Los psicólogos cognitivos los llaman atajos cognitivos y tienen cierto sentido porque nos ahorran tiempo y esfuerzo. Pero también nos llevan a errores. Decimos: “Si está en contra del aborto, también le gustan los toros y, por lo tanto, es facha, claro”. Cuando alguien no encaja en estos cajoncitos, le penalizamos, porque nos desordena nuestra visión del mundo».
Y continúa Queralt con la segunda reflexión, donde «lo que más nos choca de la respuesta es que un socialista afirme que perdería la vida por la libertad. Y esto es porque, en el diseño de esos cajoncitos en los que ordenamos la realidad que nos rodea, la libertad ha caído del lado de la derecha. Las consecuencias de esto las vemos cada día en la buena disposición de cierta izquierda a la cancelación. Y esto es un error. La libertad ha sido históricamente una de las banderas de la izquierda y es necesario volver a incorporarla al repertorio de aquello por lo que hay que pelear. Porque hay muchas maneras de entender la libertad, como no interferencia o como no dominación, por ejemplo y entre otras. Si cedemos el monopolio de la libertad a la derecha, le estamos cediendo también el monopolio de decidir la manera de definirla».
Para el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, director académico y profesor del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política, haríamos bien en desactivar el poder de estas etiquetas gratuitas que se nos imponen y sugiere tomar como ejemplo para tal fin la actitud de Buda. Cuenta la siguiente e ilustrativa anécdota: «Hablaba Siddharta ante una multitud en una ocasión cuando se le acercó un hombre y trató de incomodarle, pues le habían hablado de la imposibilidad de hacer perder la paciencia a Buda. El hombre lo asumió como un reto y cuando el sabio tras su charla animó a que los presentes le plantearan dudas o comentarios, aquel tipo comenzó a gritarle todo tipo de improperios y groserías, a él y a su familia, a insinuar los extremos más ofensivos imaginables. Buda le observó, bajó la mirada y pronunció en voz baja algunas palabras, repitiéndolas para sí mismo una y otra vez. Tras un buen rato, el hombre que le insultaba se cansó al ver que Siddharta no reaccionaba y se calló. La multitud estaba perpleja, no entendía cómo Buda había logrado no ofenderse ni perder la calma ante los crudelísimos dicterios de aquel individuo. Siddahrta se aproximó a él y le preguntó: “Si le haces un regalo a alguien y este te dice que no lo quiere y te lo devuelve, ¿a quién le pertenece entonces el regalo?”. El hombre, aún tratando de enojar, replicó: “El regalo me pertenecería todavía a mí, claro está, idiota. Qué preguntas más estúpidas haces”. Buda prosiguió entonces: “Y si yo no acepto tus insultos cuando me los lanzas, ¿a quién le pertenecen entonces?”. Cayeron todos en la cuenta entonces de que las palabras que Buda había estado musitando antes para sí mismo habían sido: “No, gracias. No, gracias. No, gracias”».
El método de Buda requiere de cierta práctica, es cierto, pero puede ayudarnos a quitar importancia a la definición que alguien, por maldad o resentimiento, pueda tratar de atribuirnos. Esto conectaría con aquello de Platón de quien te insulta tiene un problema consigo mismo; no lo hagas tuyo, porque no lo es.