Los estoicos frente a la batalla cultural moderna
Esta filosofía vuelve en las épocas difíciles. Javier Recuenco y Guillermo de Haro explican su influencia en la época de los relatos políticos
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Dos ingenieros escribiendo sobre filosofía podría ser el inicio de algún viejo chiste o de una apuesta. Pero qué va: es todo un hallazgo. Javier G. Recuenco y Guillermo de Haro han alumbrado una pequeña joya que bien podría ser un manual de instrucciones para sobrevivir en estos tiempos líquidos, versión posmoderna y versada de aquella «Guía de supervivencia Zombie», de Mel Brooks, en formato moleskine para la vida moderna. Un detente bala contra los juicios apresurados, las simplificaciones interesadas y las decisiones atolondradas. «Los principios estoicos», nos explican en la introducción de su ya indispensable «El pequeño libro de la filosofía estoica», «se basan en percibir adecuadamente, actuar correctamente y desarrollar la voluntad de aceptar y tolerar lo que sucede». Imagina que todos lo intentásemos.
«Llevábamos un tiempo trabajando en un libro de resolución de problemas complejos», explica Guillermo de Haro, ingeniero en telecomunicaciones, profesor universitario y articulista, «que es una disciplina en la que Javier G. Recuenco es referente en el mundo de habla hispana y que, además, ahora está muy de moda. Esta disciplina bebe de muchas fuentes, entre ellas la toma de decisiones, la falacia y los sesgos. Y le presentamos el proyecto al editor Roger Domingo. Ese planteamiento inicial, por distintos motivos, evoluciona hasta convertirse en “El Pequeño libro de la filosofía estoica”. Nos dimos cuenta de que hay un montón de aspectos de la toma de decisiones que llevamos aplicando y enseñando durante mucho tiempo y que están muy relacionadas con el estoicismo». «Hubo un momento», tercia Javier G. Recuenco, ingeniero y profesor también, experto en personotecnia, «en que pensamos en titularlo Estoicismo para CEOS. Y es que, como cada vez que vuelve el estoicismo, las cosas se están poniendo peliagudas y las decisiones a tomar son cada vez más complicadas. Pero no encajaba demasiado en la colección. Lo que teníamos claro es que el ángulo filosófico estaba ya más que cubierto, y no es nuestra formación. El ángulo de la autoayuda también, y no nos veíamos demasiado en ese registro. Pero vimos que realmente había una posibilidad de utilidad práctica, aplicable además a contextos profesionales».
«Descubrimos entonces», prosigue Guillermo, «que el estoicismo es una disciplina práctica y bastante maleable, que vuelve cíclicamente en determinados momentos adaptándose a las situaciones y necesidades del contexto concreto del momento, pero que hay una base que siempre se mantiene». «La clave –añade De Haro– es que el estoicismo siempre vuelve porque llega un momento en que se necesitan sus herramientas prácticas para enfrentarse a este entorno cíclico. Cuando hablamos de los ciclos nos referimos a los ciclos históricos. Saber que la historia se repite y no poder hacer nada puede llegar a ser desesperante. Y aquí entra el estoicismo».
Para De Haro, cualquier tiempo pasado no fue mejor, solo anterior. «La gran diferencia, y la suerte, de nuestro siglo», dice, «es que al aumentar la esperanza de vida podemos hablar con nuestros mayores, tenemos mucha gente mayor a nuestro alrededor. Y estas personas nos pueden contar, no ya lo que ocurrió que ya nos lo cuentan los libros, sino cómo lo vivieron ellos, cómo se sintieron las personas en ese momento. Esa información es muy valiosa y nos puede ser de mucha utilidad. Yo recomiendo mucho hablar con la gente mayor, porque nos estamos perdiendo sobre todo cómo ellos se sintieron».
La historia ignorada
Y pese a eso, pese a que sabemos que las cosas ya han pasado, se ignoran los ciclos, se ignoran los patrones, se ignora la historia. Parece el adanismo un signo del momento. «Es parte del pack para poder creerse uno el alfa y el omega de la civilización, un niño Dios, el que va a traer el cambio a la humanidad –asegura Javier– pero el estoicismo, tan sobrio, te pone rápidamente en tu sitio».
«En realidad –añade después– los dos grandes problemas que nos encontramos son, la desaparición del hombre de Estado y la irrupción del arte performativo. Del primero, ya no encontramos esa persona que tomaba sus decisiones y anteponía el servicio público, el interés general, a su propio interés personal. Del segundo, ahora todo no interesa tanto en su esencia como en su presencia: son los gestos, es el teatro, la carcamacola… La batalla cultural es completamente performativa y hay quien lo ha entendido perfectamente, como Ayuso, que ha comprendido que esto es performance. Y claro, hay que afrontarla, entendiendo por qué el mundo ahora mismo es puramente performativo». «Por eso hay una tendencia mayor a consumir cada vez contenidos más breves –interviene Guillermo– y sería TikTok el ejemplo más aberrante, una máquina de generar endorfinazos con un algoritmo muy bien pensado que te muestra rápidamente el contenido que más te gusta. Todo esto genera que cada vez estemos menos acostumbrados a poner contexto, a tener perspectiva, a evaluar otras ideas y alternativas, o ir un paso más allá para intentar entender las cosas. Y esta sería entonces otra pieza más en el puzle en el que nos encontramos: Cuando la mayor parte de la gente toma decisiones de esta manera, y una nueva generación viene formada de este modo por el sistema público de educación, es cada vez más complicado entenderse, decidir, convencer, negociar… las herramientas convencionales y tradicionales no sirven. Hay que empezar a incorporar nuevas herramientas para hacerse entender, para trabajar, para negociar, para vender, para informar… Hemos pasado de “El pensador” al “Sentidor”. Se toman decisiones por impulso, y así es más fácil controlar a la gente».
Todo lo contrario de aquello que pretendían los estoicos: «Una de las cosas más importantes de los estoicos –explica De Haro–, y de los filósofos en general, es que intentaban entender el mundo, es decir, poner un marco de referencia, un contexto. Y ahora te levantas una mañana con la noticia de que la iluminación no genera ningún problema si la quitas por la noche, y hace dos o tres años la noticia era que la luz reducía la criminalidad y era imprescindible. Es decir: las sentencias son justas cuando dicen lo que yo quiero, pero los jueces son corruptos cuando no dicen lo que yo quiero. En vez de poner un contexto claro, un marco de referencia, las reglas del juego, y después explicárselas a todo el mundo para que en los grises o en los puntos en los que podamos tener divergencia se pueda debatir y discutir, vivimos instalados en un «todo lo que yo digo está bien y todo lo que dicen los demás, está mal». Esto ha crecido como una bola, para terminar generando una sensación generalizada de desazón, de hartazgo, de impotencia… Salvo que ya estés totalmente polarizado, que estés emocionalmente en ese punto de hooliganismo en el que solo te preocupa que tu equipo gane, y todo vale, todo es justificable». «Se vuelve clave aquello que decía Umberto Eco –apostilla Javier– de los apocalípticos y los integrados. Pero ahora solo hay apocalípticos de un color y de otro. Ahora mismo todo es resignificación, revisionismo, realineamiento, simplificación pop y conseguir que todo encaje acorde a las narrativas que le ayudan a uno a llevar el agua a su molino. Como la del comunismo “cuqui”». Y concluye: «Ojalá te toque vivir tiempos interesantes, reza una maldición china. En eso estamos. Con estoicismo y CPS».