teatro
Albert Boadella: "Llevar el beso de Rubiales a juicio entra dentro de la demencia actual"
El director se muestra contrariado ante la vejez: "Ha entrado en mí y me cabrea"; sin embargo, no baja el ritmo y presenta en Madrid "Ella", una obra sobre una violación que protagoniza María Rey-Joly
Celebra Albert Boadella haber llegado a los 81 "sin demasiados problemas de salud" incluso con la espada de Damocles "muy cerca". Se muestra contento de seguir "trabajando". Lo último, 'Ella' (Teatros del Canal, del 26 de febrero al 9 de marzo), una pieza que María Rey-Joly le pidió: "Me gustaría hacer una cosa sobre la violación", le lanzó la soprano. Saltaron todas las alarmas en la mente de Boadella: "¡Es un tema de alto riesgo!" –asegura–, pero aceptó.
Con el tema sobre la mesa, lo que el director catalán tenía claro es que "quería evitar la idea 'woke' del enfrentamiento entre géneros": "Una mujer capaz de reconstruirse sin tener que ajustar cuentas feministas. Es una admiración a la capacidad de reponerse al quebranto, que, para mí, es una de las grandes virtudes de las mujeres".
–Decían que la victoria de Trump significaba la muerte de lo "woke".
–No, no. Lo tenemos encima. Es una cosa desagradable. Estamos metiendo tabús a diestro y siniestro. Es una inducción constante a la cancelación, a la censura. Es como vivir en una ficción, en un mundo falso. Es peor que el nacionalcatolicismo, esa época en la que si te hacías una paja se te caía el mundo encima.
–Y te quedabas ciego...
–Te las hacías con el complejo de que era lo peor que podía existir. Estamos en un momento realmente difícil. En España hemos asumido un mundo que no era el nuestro, el de los puritanos anglosajones.
–¿Volvió a no ver los Premios Goya?
–Por supuesto que no. Luego por internet me entero de lo que ha ocurrido. Es desagradable, pero tengo que decir que detesto mi gremio. Tengo pocos amigos en él. El gremio libre, rebelde, luchador y mamón que conocí ha desaparecido. Ahora todo el mundo dice lo mismo y da por sentadas las mismas cosas. Es estrecho. Se me hace claustrofóbico y he acabado odiándolo. Mis colegas solo dicen tonterías.
–¿Le ha sorprendido que Karla Sofía Gascón haya pasado del todo a la nada?
–A esto hemos llegado. Es la nueva censura. No olvidemos que hace muy pocos años un ministro de Cultura, Uribe, prohibió que Plácido cantara en los teatros del Ministerio. Me parece de tal gravedad que el gremio no hiciera nada... Sus órdenes fueron obedecidas por los directores. Otra cosa es que fuera alguien condenado... Aquí uno se salta la presunción de inocencia sin miramientos y ahí está la esencia de la democracia. Eso demuestra la degradación del gremio. Cincuenta años antes se hubiera armado una...
–Hace justo cincuenta años usted estaba inmerso en una huelga.
–Entonces teníamos la conciencia histórica de que era lo que tocaba hacer. Eso hoy no existe. Y artísticamente es igual: en el fondo, el teatro que vemos hoy no tiene épica, es de tresillo. Son pequeñas historias de parejas.
–Bueno, esta temporada estamos viendo montajes con elencos generosos, aunque parezcan un oasis.
–Sin duda. Y desde el punto de vista artístico y ético tiene su principio en el hecho de que el espectador no pague el precio real del teatro. Con 25 euros por entrada la cosa se complica.
–¿Cuál debería ser el precio?
–50 euros. Con eso la gente del teatro sí se ganaría la vida como cualquier comerciante que tiene que seducir a su auditorio. Evitaríamos esta dependencia de las administraciones y a cambio tendríamos una libertad inmensa. Quizá así la pluralidad del gremio sería mayor. Nos hemos metido en una tela de araña compleja en la que el Estado sale a solucionar los problemas, y eso tiene contrapartidas porque a uno le da diez, a otro cinco y a otro nada; y no se saben muy bien las razones.
–¿Seguro que no sabe las razones?
–[Ríe] Es ahí cuando aparece el complejo de vasallaje: no vas a meterte en complicaciones. Ahora tenemos unos programadores que escogen las obras en función de los consejeros y concejales con los que no quieren tener problemas. Programan cosas que no les metan en apuros. En el fondo, no hay que tocar las narices a la administración de turno. Y artísticamente, el riesgo actual también es menor. Si tienes que seducir al público te vas a espabilar y vas a azuzar el ingenio para que salgan cosas con interés.
–¿Y qué le pasa a usted con el teatro de palabra? Cada vez apuesta más por la lírica.
–Ya con Joglars había mucha música pautada en las escenas. Siempre he sido un músico frustrado. El arte musical es el que más me toca y me emociona. Pero también ahora hago lo que me place, no lo que me toca hacer. Hago lo que disfruto. Estoy en la cuenta atrás de mi vida, queda poco camino... Intento disfrutar y aprovecharlo. Arriesgo. Quizá el espectador quiera que todo sea más real, le gustaría ver al violador o cómo la chica le araña.
Boadella visita estos días Madrid, pero su hogar está en el Ampurdán, en concreto, en "Fort Boadella", como denomina a su masía "en territorio comanche", puntualiza de un lugar con "doble barrera": el muro y un perímetro de "chumbos" que acaba de completar. ¿No sale de allí? Suelta una carcajada antes de hablar: "Es un sitio precioso y agradable mientras no trates con demasiada gente". Aunque no tarda en quitarle gravedad al asunto afirmando que son "cosas de viejos". Y es que el exjoglar asegura que ya ha "aceptado que la vejez se ha introducido en mí". Se "cabrea". Dice no haber perdido la ilusión, pero sí le mina la moral que "esto se acabe": "¡Joder! La espada de Damocles está muy cerca. La vejez es fantástica si estás en una residencia, no te enteras y solo esperas el día en el que se acabe todo".
–No le veo a usted en una residencia.
–No. Mejor que no. Sería contra mi voluntad.
–¿Qué música se pone para levantar el ánimo?
–Hago mucha bici por el Ampurdán. También doy vueltas a la sala de ensayo y me pongo música, generalmente clásica: Prokófiev, Stravinsky, Britten... Aprovecho los grandes momentos de la música, que está dos siglos atrás, como en la pintura. Ahora, solo la danza es mejor que hace cien años.
–¿Por una cuestión física?
–Hay un gran conocimiento del cuerpo, y un bailarín de hoy puede hacer lo que le dé la gana. Tienen una preparación extraordinaria. Ha evolucionado mucho. Hay espectáculos muy bellos, aunque es verdad que tres cuartas partes son insoportables, horrorosos.
–¿Y el teatro cómo lo ve?
–Recientemente hemos tenido a Peter Brook, que lo ha hecho bien.
–¿Y usted tiene algún montaje que no se salve?
–Me sucedió una cosa extraordinaria, en el 73, con 'Mary d'Ous': tuvo un éxito de la hostia. Fuimos al Festival de Spoleto, a Berlín, hicimos toda Europa... y siempre lo consideré una mierda.
–Y se lo callaba.
–Fui capaz de engatusar a los progres del momento. Fue un éxito. Eso sí, aprendí y la siguiente fue fantástica, 'Àlias Serrallonga'.
–¿Está siguiendo el juicio a Rubiales?
–Me parece un escarnio para la supuesta víctima. Llevar esto a juicio entra dentro de la demencia a la que hemos llegado. Otra cosa sería hablar de agresiones o violaciones, pero llevar un beso forzado o no a juicio público... ¿Quién ha aconsejado a esta chica?Eres enjuiciada por todo el mundo de las formas más variopintas. La propia judicatura no debería aceptar estas cosas para proteger a la posible víctima. Ahí sí que hay teatro: alguien debería cogerlo y reproducirlo desde un sentido ético y realista; lo que representa en relación a la dignidad, la libertad o el pudor.
–¿Cree en la justicia?
–Está demasiado pendiente de la voz pública y de los medios. La justicia se encuentra con que unos insensatos han llegado a legislar.
–¿Y cómo ve a esos políticos?
–En degradación constante. Vemos cosas increíbles, como que un fiscal general del Estado esté imputado por el Tribunal Supremo y siga en el cargo... ¡Hostia! Esto sobrepasa los límites inimaginables. Te da el grado de degradación democrática que tenemos. Ya se acepta cualquier cosa. En este momento, es un prófugo de la justicia el que está dirigiendo parte de la reglamentación del Gobierno. Si esto no es degradación, que baje San Pedro y lo diga.
–¿Qué espera de la nueva era Trump?
–Algo pasará. Ha sucedido que el ciudadano va cabreado como nunca con los políticos, piensa que son un enjambre de sinvergüenzas y corruptos, y no está contento con la organización de la vida: te levantas por la mañana y has trasgredido ocho o diez normas solo por meter la basura donde no es. Trump representa un cabreo fuerte llevado al extremo. Se espera que sea el salvador. Y esta situación da la sensación de que se provoca adrede. La epidemia está desbocada.
–Y esta no se frena con mascarillas.
–En los años 30, en Alemania, a través de la democracia sucedió que la gente estaba cansada de muchas cosas. Tenían su parte de razón, pero se pusieron en manos del diablo.
–¿Trump es el diablo actual?
–No. Es una consecuencia. Es un hombre de negocios, un "cowboy" trolero metido en política.
–¿Y entonces, dónde está el diablo?
–En todas partes. Piensa en Biden, un tío que estaba casi gagá dirigía el país más importante del mundo. Y luego está la infinita burocracia. No puedes hacer nada. La cantidad de papeles y trámites que hay que hacer impide la acción. En el ensayo general de 'Ella', en Orense, no me podía subir al escenario porque no había firmado un papel.
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: del 26 de febrero al 9 de marzo. Cuánto: desde 25 euros.