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Antonio Gala: un último sello en el corazón

En la Fundación que lleva su nombre, dedicada a apoyar a los jóvenes creadores desde el año 2002, hay un verso que sirve de lema para esta institución sin ánimo de lucro, perteneciente al “Cantar de los cantares”: “Ponme como un sello sobre tu corazón”

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En la Fundación que lleva su nombre, dedicada a apoyar a los jóvenes creadores desde el año 2002, hay un verso que sirve de lema para esta institución sin ánimo de lucro, perteneciente al “Cantar de los cantares”: “Ponme como un sello sobre tu corazón”. Dicha idea la quiso extender Antonio Gala a los escritores o artistas que acogía allí, en el antiguo Convento del Corpus Christi (del siglo XVII), de Córdoba, “donde durante siglos se levantó la reflexión y el amor más espiritual”, decía él mismo. Lo decía advirtiendo que, cuando a tales creadores le llegue “el éxito, o la mejor plenitud”, obtendrán, así lo expresaba con fuerte anhelo, algo que aseguró que era mejor que la inmortalidad, esto es, “ser recordado, con afecto y respeto, por quienes nos sucedan”.
Él mismo, ahora con su muerte, pero durante toda su vida, logró que los demás lo conocieran y reconocieran, pues forma parte del imaginario literario de varias generaciones de lectores. Con sus bastones, que décadas atrás llevaba, más que por necesidad, por un rasgo de coquetería a lo dandi, y sus elegantes pañuelos en el cuello, su voz dulce y enorme facilidad para hablar en público, Gala fue un seductor nato, capaz de tener un poder de convocatoria sin igual cuando hacía presentaciones de libros, conferencias o se ponía delante de una cámara de televisión. Pero, tras esa imagen que proyectaba, está el escritor, fecundo y polifacético, el que firmó sobre todo obras de teatro, pero que también se dedicó triunfalmente a la novela y la poesía.
Sus inicios letrados eran tan antiguos, que los datos biográficos suyos que todos tenemos al alcance dicen que fue un escritor de lo más precoz, por cuanto a los cinco años escribió un relato corto y a los siete su primera obra teatral. Es más, a los catorce dio ya una ponencia en el Círculo de la Amistad de Córdoba, y un poco después, en 1951, con solamente tres lustros cumplidos, ingresó en la Universidad de Sevilla para estudiar Derecho, a lo que le siguió un par de licenciaturas más en Madrid: en Filosofía y Letras y Ciencias Políticas y Económicas. Se dice, asimismo, que pasó por dificultades económicas y se vio obligado a trabajar como peón de albañil, repartidor de una panadería, hasta que logró un empleo más acorde con sus intereses, como profesor de Filosofía y de Historia del Arte en diversos colegios madrileños, tras lo cual, en 1962, residió un año en Florencia.
Sin embargo, su destino era ser escritor, y desde su etapa universitaria, cuando publicó poemas en diversas revistas. Y su debut no pudo ser mejor, pues por su poemario “Enemigo Íntimo” (1959) recibió un accésit en el Premio Adonáis de Poesía. Desde entonces, los galardones iban a rodear su figura literaria, ya fuera en el género narrativo –en 1963 recibe el premio Las Albinas, por su relato “Solsticio de Verano”– como teatral, con el Premio Nacional Calderón de la Barca por su comedia “Los Verdes Campos del Edén”, que también sería reconocida por el Ciudad de Barcelona en 1965. Y es que todo lo que tocaba Gala lo convertía en oro literario, y la aceptación por parte del público fue abrumadora, más si cabe cuando los medios de comunicación o los famosos acontecimientos editoriales contaron con él de forma continua.
Su poesía lírica se adueñó de su escritura también novelesca, y su teatro, muchas veces de carácter también poético y simbólico, fue también para él una oportunidad de plantear problemas morales y críticos de la sociedad contemporánea. Por otro lado, sería gracias a su faceta como novelista que acabó siendo todo un superventas y un hombre de fama absoluta en España. Así, con su primera novela, “El manuscrito carmesí” (1990), ganó el Premio Planeta, pero tal vez su historia más conocida sea “La pasión turca” (1994), a la cual le seguiría “La regla de tres” (1996). Este trío novelesco presenta el rasgo común de un personaje femenino en busca de la exploración de su erotismo y enseguida fue material jugoso para el cine; de este modo, se hizo una adaptación de “La pasión turca”, dirigida por Vicente Aranda, con Ana Belén como protagonista y que no agradó demasiado al autor.