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Crítica de clásica

Behzod Abduraimov: perfección formal, limitación poética

Sorprendentemente y a pesar de los cálidos aplausos de un auditorio a medio cubrir, el circunspecto pianista no tuvo a bien regalar un bis

El pianista Behzod Abduraimov (izda.)
El pianista Behzod Abduraimov (izda.)La Razón

Obras de Brahms, Czerny, Liszt, Debussy y Stravinski. Piano: Behzod Abduraimov. Ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid, 10-X-2025.

Este pianista uzbeko (1990) ya había tocado para la Fundación Scherzo en un par de ocasiones: en el pequeño ciclo dedicado a los jóvenes y en el de los mayores sustituyendo a Murray Perahia. Ya entonces había mostrado sus valores. El primero una preparación técnica imponente, acrecida con el tiempo, que le permitía y le permite resolver cualquier dificultad de digitación, cualquier problema de ataque, cualquier pasaje por muy dificultoso que se presente.

En el concierto que comentamos esos valores han quedado plasmados de nuevo. La técnica sigue siendo apabullante. A lo largo de la sesión muy pocas notas falló. Es deslumbrante. Como la concentración y seriedad ante el teclado. Abordó en primer lugar las maduras y otoñales cuatro piezas de la op. 119 de Brahms, tan diferentes entre sí. El pianista acertó a exponerlas con un cuidado exquisito en las dinámicas, empezando por el suave pianísimo que abre la primera, Intermezzo. La segunda, un nuevo Intermezzo, fue bien balanceada y agitada en su sección central. El tercer Intermezzo tuvo fue justamente acentuado y el cuarto, la impresionante Rapsodia en Mi bemol mayor, tuvo amplitud y robustez, todas las notas en su sitio, bien que aquí echamos de menos un mayor reposo en los pasajes más líricos y un mejor control de intensidades en los más impactantes, donde se produjeron algunas borrosidades.

Impecables, fulgurantes, soberanas estuvieron en la versión del pianista las epidérmicas pero seductoras Variaciones sobre un tema de Rode op. 33, de Czerny. Fino, elegante, intencionado y clarísimo estuvo el artista, que mostró todo su poderío en la impresionante Sonata-Fantasía después de una lectura del Dante, de Liszt, en la que echamos algo de menos una mayor clarificación y un abandono más cualificado en los pasajes de reposo. Es una obra compleja que nos muestra un mundo proceloso cuajado de cruces, de choques temáticos, de subdivisiones en la que el músico va a inventar lo que hoy conocemos como el procedimiento de la transformación temática. Algo que a la postre acaba consiguiendo con diabólica destreza y que Abduraimov nos mostró solo en parte.

La segunda mitad del concierto exigía asimismo importantes y contrastadas cualidades. La suavidad, irisaciones poéticas de la Suite Bergamasque de Debussy, bien expuesta y calibrada, quedó algo ayuna de proyección lírica, de recogimiento íntimo, aunque se nos explicó con absoluta nitidez y buen sentido. Tampoco eran moco de pavo las exigencias que demandaban los Tres movimientos de Petrushka de Stravinski., que cerraban el concierto. Fue impecable en la exposición del pianista, dominador y clarividente en el juego rítmico y en los cambios dinámicos. Todo habría sido perfecto si hubiéramos apreciado una mayor clarividencia en la administración de colores, una más directa disposición en la aplicación de planos sonoros. Sorprendentemente y a pesar de los cálidos aplausos de un auditorio a medio cubrir, el circunspecto Abduraimov, más serio que el Moisés de Miguel Ángel, no tuvo a bien regalar un bis.