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Bob Dylan en busca del tiempo perdido

Bob Dylan, que nunca admite fotógrafos en sus conciertos, en una imagen de archivo
Bob Dylan, que nunca admite fotógrafos en sus conciertos, en una imagen de archivolarazon

No puede decirse que Bob Dylan exagerase cuando decidió bautizar a su gira como «Neverending Tour» en 1988, aunque seguro que entonces alguien levantó una ceja en plan «menos lobos». Pues bien, ya lleva 30 años el joven de 77 con esta apuesta interminable, saltando de ciudad en ciudad, durmiendo en la carretera, saliendo a hacer lo suyo igual ya sea en Málaga o Helsinki, ahorrándose el esfuerzo de saber cómo se dice buenas noches en la lengua local. Cuál es el secreto designio que persigue el americano seguirá siendo una incógnita. Si se trata de un mandato divino o una penitencia es algo que no ha querido especificar nunca el más misántropo de los genios, pero Dylan, cual Sísifo, persiste empujando el tour por el planeta tierra. El año que viene, de nuevo, hará parada en España (un país que solo podemos suponer que le guste, aunque es muy posible que no tenga opinión al respecto) y no de cualquier manera: su promotora habitual en la península ha anunciado ocho citas con el de Minesotta el año que viene: Pamplona, Bilbao, Gijón, Santiago de Compostela, Sevilla, Fuengirola, Murcia y Valencia serán las paradas de su caravana entre abril y mayo. En el último cuarto de siglo, Dylan solo se ha expresado por escrito (parcamente) y mediante sus discos en forma de declaraciones de amor al cancionero estadounidense. Pero no toma la palabra ni siquiera cuando el guión lo exige: recuerden el discurso del Nobel, que envió en audio por si colaba y que finalmente fue leído por Patti Smith en una ceremonia de entrega convertida en ópera bufa y a la que, por supuesto, Dylan no acudió. Para el Nobel no estaba disponible, pero si hay que actuar en Gijón o su equivalente alemán (por ejemplo, Brunswick, adonde va en 2019), allí está puntual. Ha decidido que sus canciones no son tan importantes como lo que se conoce como el «Great American Songbook», el Gran Cancionero Norteamericano, que bebe del jazz y el «rhythm and blues», clásicos previos a la eclosión del rock and roll, al que precisamente él aportó altura lírica e impacto social. Pero eso ya no le interesa. Prefiere los estándares que suenan a blanco y negro y fueron cantados en los años 30 y 40 del siglo pasado por artistas como Frank Sinatra, Louis Armstrong, Bing Crosby, Billie Holiday, Glen Miller, Sarah Vaughan, Judy Garland y Dinah Washington. Este espectáculo, que en Madrid ya ha llevado a lugares como el Palacio de los Deportes o al Auditorio Nacional, pretende ser una «melancólica reivindicación de nostalgias no vividas», según explica su promotora. Una especie de búsqueda del tiempo perdido, o del pasado que le gustaría haber vivido de no haber estado haciendo historia o simplemente un deseo de volver a la infancia. Nadie lo sabe y él no piensa decírnoslo.