Centenario
Cien años de un exquisito banquete, cien años de "La quimera del oro"
La versión reestrenada en el 42 de la película por la que, en palabras del propio Chaplin, quería ser recordado, obtuvo dos nominaciones a los Oscar
De la misma manera que Chaplin nunca se avergonzó de sus orígenes gitanos, revelados en el desarrollo de su etapa adulta tras el recibimiento de una misteriosa carta, su madre, Hanna, procuró que el genio del bigote –escogido por primera vez como parte de su identificable estética para añadir edad sin ocultar su expresión– tampoco lo hiciera de sus orígenes humildes preñados de carestía y hambre con una prolongada estancia en una escuela para pobres del londinense barrio de Lambeth incluida. Siempre con la intención de dotar de misterio y belleza la narración de una miseria terrible, la progenitora intentaba aderezar el relato de las carencias de su infancia con toda clase de inventivas sobre su procedencia, aunque algunas cosas fueran mentira, pero resistiendo a las injusticias de un guion vital crudamente asignado con una gran dignidad.
Por eso, cuando en una de las secuencias más trascendentes y simbólicas de la célebre "La quimera del oro", de la que ahora se cumplen cien años desde su estreno en 1925, Chaplin y el cómico Mack Swain (encargado de dar vida al huésped gigante llamado Mac Kay) se encuentran en una cabaña que, durante una violenta tormenta, ha sido arrastrada al borde de un precipicio y esa alteración del entorno y esa precariedad se trasladan a las relaciones interpersonales después de que Chaplin, generosamente, hierva uno de sus zapatos y se lo ofrezca como un exquisito plato al corpulento Swain; es posible que recordemos con una sonrisa las invenciones que Hanna le contaba y que rebotaban aún en las esquinas de la memoria de Chaplin, así como las influencias del imaginario familiar que tantas veces sirvieron de sustrato creativo para crear obras como esta.
Pese a las limitaciones de un género como el de la comedia muda en el que se enmarca la cinta –nacida del interés suscitado por unas fotos de la llamada "fiebre del oro de Klondike" de 1896, que provocó un fuerte movimiento migratorio en esta región del Yukón canadiense y que era su cuarto largometraje como director–, el tratamiento novedoso que hizo Chaplin del montaje en esta historia de un buscador de oro recién aterrizado en Alaska al que todo le sale mal, la catapultó de manera directa a ser la película por la que más quería ser recordado. El cineasta utilizó asimismo efectos especiales, como miniaturas, y una rudimentaria técnica de doble impresión para conseguir fusionar dos imágenes; además, en la escena en la que la cabaña cuelga sobre un precipicio se utilizaron cables y una basa pivotante para poder balancearla.
Precozmente aventurado en los asuntos del corazón y de la cama, algunas de las sombras y contradicciones que salpican la biografía de Chaplin (ejemplificadas a la perfección durante el rodaje de "La quimera del oro") tienen que ver con las mujeres, varias de ellas menores, con las que se casó y tuvo hijos. De hecho, el rodaje en febrero de 1924 de este filme que obtuvo dos nominaciones a los Oscar tras su reestreno en 1942 (y en cuya versión el beso final ante la cámara del fotógrafo quedó sustituido por una imagen en la que se ve a Chaplin y a Georgia Hale irse juntos de la mano) comenzó con Lita Grey, de quince años, como protagonista femenina.
Pero la actriz y el director, que entonces tenía 35, iniciaron una relación de la que nacerían dos niños. El rodaje se interrumpió debido al primer embarazo de Grey, que fue sustituida por Hale. Con todo, esta comedia genuinamente perfecta y tiernísima cumple cien años, el tiempo ha pasado mejor por ella que por las intrincadas vicisitudes personales de su autor y lo mínimo que merece es ser homenajeada -además de con su regreso a los cines de la mano de A Contracorriente Films- con una improvisada danza de los panecillos. Porque la felicidad, como el talento, es siempre impulso incontrolable.