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Diviértete como puedas

El aterrizaje en cines de la nueva 'Agárralo como puedas' nos trae recuerdos de un humor que nunca fue del gusto de todos... hasta ahora

El actor Liam Neeson protagoniza la nueva entrega de «Agárralo como puedas» X

La nueva y en cierto modo inesperada entrega de la franquicia «Agárralo como puedas» («The Naked Gun» en el original), con un veterano Lian Neeson riéndose de sí mismo con poses dignas de Buster Keaton, ha sido recibida por crítica y público con, como decían los Monty Python en cierta película artúrica, «alegría y alborozo». Además, ha venido a recordarnos los filmes originales de una serie que comenzó tímidamente siendo televisiva como «Police Squad!» –tan solo durante una temporada de seis episodios emitidos en 1982–, pero que al pasar en 1988 de manos de sus nunca suficientemente alabados creadores, Zucker (David), Abrahams y Zucker (Jerry), a la gran pantalla se convirtió en fenómeno que renovó e incluso superó el éxito de su seminal «Aterriza como puedas» (1980), que lo empezara todo.

Considerada actualmente una de las «mejores comedias de todos los tiempos» (Empire) y una de las «mil mejores películas jamás hechas» (New York Times), desopilante parodia de las series y películas policíacas típicas, sostenida por un Leslie Nielsen, veterano en más de una, tocado por la gracia y más gracioso imposible, «Agárralo como puedas» fue saludada por nuestros críticos en su momento y a lo largo de sus muchas reposiciones como un filme que «perdido el efecto sorpresa (…), sálvese quien pueda»; una «sucesión de chistes hilvanados con un sedal que de puro frágil es prácticamente inexistente», donde solo cuentan «...los gags de tonelaje» que «pese a todo, algunos (no queda otra que reconocerlo) son divertidos» (Luis Martínez, «El País»). Aspectos en los que coincidía «ABC»: «...la ausencia de una trama coherente hace comparables estas producciones a cualquier programa de chistes, con todo lo bueno y (sobre todo) lo malo que eso conlleva».

Su secuela, «Agárralo como puedas 2 ½: El aroma del miedo» (1991), merecería mayor desprecio: «...continuación de la comedia desprotegida de neuronas» (Luis Martínez, El País), «nefasta continuación cortada bajo los mismos patrones que su predecesora. (… ) No pierdan el tiempo» (Fernando Morales, «El País»), mientras que la tercera, «Agárralo como puedas 33 ⅓: El insulto final» (1994), salía algo mejor parada: «Solo por ver la entrega de los Oscar merece la pena ver esta ‘‘floja película’’, que en ‘‘ciertas ocasiones’’ logra divertir» (Fernando Morales, «El País». Las comillas son mías). Tanto estos como otros medios consideraban desde tiempo atrás el degenerado género de la parodia (o spoof) desquiciada como una degradación absoluta de la comedia, cuyo éxito retrataba a su estulto público (entre el que se contaba y cuenta quien esto firma).

Incapaces de apreciar el sofisticado delirio de la comedia pop y popular más directa a la vez que elaborada, basada en un empleo de lo grotesco (en la más ortodoxa definición de Mijaíl Bajtín), lo ridículo y disparatado rayano en los logros más iconoclastas del Dadaísmo, el Surrealismo y el Teatro del Absurdo, pasados por el tamiz del slapstick, la comedia burlesca yiddish y las locas caricaturas animadas de la Warner, habían despreciado antes al primer Woody Allen y al gran Mel Brooks. Era imposible que entendieran el genio de los Zucker y Abrahams. Atrapados en un engañoso e irritante discurso cinéfilo reprochaban a sus películas la inexistencia de argumento, de personajes creíbles, de estructura narrativa… ¡igual podían exigirlo al Buñuel de «Un perro andaluz» o al Kenneth Anger de «Scorpio Rising»!

Curiosamente, añoro esas voces reaccionarias que clamaban indignadas contra el disparate y el mal gusto del descerebrado subgénero «haz lo que sea como puedas y su gemelo el «locademia de lo que sea». Al menos, indicaban claramente en qué posición estaba cada cual. Hoy, cuando la original «Agárralo como puedas» está en la misma lista que «Ciudadano Kane» y la nueva es unánimemente alabada, me revuelvo inquieto... Pues sospecho que ya nada es tan divertido como lo era antes.