cine
"Parthenope", Sorrentino y su oda a Nápoles: esa bellísima tristeza llamada vivir
Paolo Sorrentino se reencuentra con su ciudad natal para contarnos su ascenso y su caída desde los ojos de la diosa Parthenope que, a fin de cuentas, no deja de ser una de las nuestras
En el cine de Sorrentino hay algo que no se negocia y es esa fe ciega sobre la vida misma. Con "Parthenope" no se queda atrás en esta concepción, la vida es un gesto de valentía pero también de intención y el director napolitano se encarga de remarcarlo en cada gesto, para lo bueno y para lo malo. Tanto en su razón de la poética como en los solemnes excesos ocasionados por la intensidad de la misma. Como decía, en la salud y en la enfermedad. Pero si hay algo que no se le puede achacar a este cineasta es su capacidad de emocionar y conmocionar.
El pasado 29 de noviembre tuvo lugar la apertura de la decimoséptima edición del Festival de Cine Italiano de Madrid. En esta ocasión el foco principal se posaba sobre el recuerdo de Marcello Mastroianni y el centésimo aniversario de su nacimiento. Como cada año su celebración nos acerca a los títulos más reseñables del país ítalo acompañados de personajes involucrados en los mismos. Es por eso que, durante la proyección de esta película, contamos con la presencia de la primera protagonista femenina del cine de Paolo Sorrentino, Celeste Dalla Porta, que concedió una entrevista a LA RAZÓN en la que se explayó sobre sus pareceres con la película, la doble moral de la belleza y su relación con el genio napolitano.
Entremos en materia. "Parthenope" es para Nápoles lo que "La Gran Belleza" supone para La Ciudad Eterna. Un retrato estético y lírico de lo que representa el corazón de la misma, con sus luces y sombras, sus encantos y males. O como dicen repetidamente en la película, de “la ciudad más bella de todas.” Es por eso que, el experimentado cineasta nos adentra en un viaje de no retorno en el que se confrontan continuamente dos conceptos: Parthenope y la verdad.
El noble arte de (sobre)vivir
Corría el año 1950, cuando de entre las aguas cristalinas napolitanas nació una bella criatura que, por orden de sus semejantes, recibió el nombre de la sirena Parthenope, como si de una herencia se tratara. Es entonces cuando arranca su vida, un viaje de ilusión e incertidumbre por los oscuros rincones del ser humano en el que aflora la belleza siempre y cuando la ruindad no se apodere de ella. Entre la inocencia de la adolescencia y la sordidez de la adultez transcurre todo un mundo, uno ajeno al nuestro. Por tanto, a través de lo desconocido, el pasar de los años hace justicia sobre aquellos que han pasado demasiado tiempo deseando. Por eso Parthenope experimenta el amor y el desencuentro. El arte como método de supervivencia. Aquello que no tiene respuesta y huye de la palabra. La emoción de sentir que todavía seguimos vivos en un mundo lleno de cadáveres. Esto es lo que trata de retratar el director de "Il divo" en su última cinta.
Un 31 de mayo de 1970 nació Paolo Sorrentino, un domingo, por supuesto. Para aquel entonces era tarde, la nostalgia ya le había alcanzado. Es por eso que quizás el protagonista de esta historia no sea Parthenope, sino la juventud. Una juventud que no cesa en su incansable afán por estamparse contra sí misma una y otra vez, como si al corazón no le doliera. Porque en la vida hay que perderse, claro, pero también hay que saber medir lo suficiente como para que no comiencen a sonar de fondo los primeros acordes de "Era già tutto previsto" y, sin darte cuenta, Riccardo Cocciante ya te haya partido en dos con su desgarradora voz. Y es que eso es lo que hacen con todos y cada uno de los personajes de esta película, los cuales no paran de vivir a lo grande como para que en su futuro, ahora presente y mañana pasado, no les quede nada más que ese recuerdo de lo que soñaron ser. De lo que soñaron vivir. De lo que pudo haber sido y no fue.
Un último brindis por nuestro recuerdo
Si bien el realizador napolitano conoce de sobra Nápoles es curioso como este se refleja en la protagonista para explorar otro universo de posibilidades, de razones. El de ser mujer. Porque ni la mujer más bella de todas es capaz de huir de la decadencia de su sombra. Ni la deidad con el rostro más angelical es capaz de escapar de los horrores del olimpo en el que habita. Nadie escapa de la mano del hombre. Por lo que de forma literal, aunque con un trasfondo filosófico, a medida que Parthenope se descubre también lo hace Sorrentino. Es todo un sinfín de posibilidades nunca antes reveladas en sus propias carnes. De esta manera, el canto del cisne de este personaje también resulta ser una mirada melancólica al pasado, eludiendo los males sufridos, para celebrar lo conseguido, aunque aquello "no durara mucho". En realidad lo importante no es el qué se pregunta Parthenope sino el por qué. La grandeza de la vida reside en su razón de ser. Aunque esta no sea ninguna.
“Fuimos guapísimos e infelices” recita Stefania Sandrelli una vez llegado ese eclipse crepuscular que aflora cuando se sobrepasa el medio siglo de vida. Es por eso que en un momento determinado de la existencia, el vértigo generado por el porvenir es más incierto en lo vivido que en lo que queda por vivir. Pero si de algo nos habla Parthenope es de esa bellísima tristeza en la que nos resguardamos, en la que vivimos, en la que volamos.