Libros
Ir de compras, un arte en peligro de extinción
En "Estimada clientela", Mercedes Cebrián propone un ejercicio nostálgico para aprender a valorar la necesidad de mantener el paisaje comercial
Es un ejercicio estratégico, matemático, casi teatral el de pedir cierta cantidad de comida al pescadero y acertar con el posterior número de comensales. Es también, para muchos, una decisión vital la de escoger uno u otro sofá para amueblar el nuevo piso. Es una práctica creativa la de entrar en una mercería y elegir el botón que mejor le va a la chaqueta. Y ni falta que hace hablar de las rebajas o del «black friday», unas jornadas que se viven con una especie de religiosidad consumista aprovechando descuentos para, al fin y al cabo, seguir gastando. Ir de compras no es un quehacer más de nuestras vidas: es un arte.
Requiere de una energía física y mental especiales, y forma parte de la personalidad de cada persona: tanto de la que compra como de la que vende. Se trata, explica Mercedes Cebrián, «de una práctica experiencial, de un ritual», y que teme que esté en peligro de extinción. En una época de pedidos online y del «con tan solo un click puede ser tuyo», la autora madrileña publica «Estimada clientela. Una celebración del arte de ir de compras» (Siruela), obra que subraya la relevancia que la experiencia de ir de compras ha tenido y aún sigue teniendo en nuestras vidas.
"Había repartidores y comercios echando el cierre. Esa será la vida futura y yo no la quiero"
Estas páginas son, explica Cebrián, un ejercicio de nostalgia. «Pero no para quedarse inmovilizado, sino para rescatar algo que está a punto de desaparecer y que pueda servir para el futuro». Explica que fue tras el confinamiento, cuando vio tiendas quebrando y cerrando «y que algo en la ciudad estaba cambiando. Había repartidores y comercios echando el cierre. Esa era la vida futura, y no la quería. Yo prefería ir de tiendas y, por tanto, vivir la ciudad». El resultado de esta inquietud es este libro, en el que, desde su propia experiencia, ha confeccionado «una colección enciclopédica de lugares específicos para la compra y de diversos modelos y formatos, como el gran almacén, el mercadillo de segunda mano... Y de momentos como las Navidades o la compra de souvenirs durante un viaje».
El paisaje de la estabilidad
Para apreciar el arte de ir de compras cabe ser observador. Ver «aquellas tiendas que tienen una misión parecida a los cafés históricos y los bares, que generan una especie de tejido social», define Cebrián. Es el caso, escribe en el libro, del famoso Benetton que hay frente a la Fontana di Trevi. ¿Y a quién no le suena Harrods? También se traslada a la calle Toledo de Madrid, «una de las avenidas alpargatísticas más importantes del planeta Tierra» o, asimismo en la capital, de Barquillo: «Sabía que ahí podías encontrar todo lo que necesitases para instalar una pequeña discoteca en el salón de tu casa». Es esencial, por tanto, esa observación del paisaje comercial que nos rodea, «esencial para nuestra formación como consumidores», escribe la autora, «formación que obtuvimos de modo autodidacta y también por transmisión oral y que, como sabemos, siempre ha estado directa e intrínsecamente vinculada con las singularidades socioeconómicas de cada uno».
Dentro de esta personalidad consumidora que expone Cebrián en el libro no podía faltar una mirada histórica. No sólo apunta internet como un virus que podría acabar con un arte, sino que se traslada al pasado para realzar el ir de compras como algo de valor incluso social y político. Analiza, por ejemplo, cómo era comprar en la Unión Soviética. «Llegué a entrar en tiendas de Varsovia justo antes de que cayera el muro, en abril de 1989. Vi cómo era un país comunista. En la parte de alimentación tenían todo envuelto en el mismo papel de estrata y como una fotocopia para enseñar qué producto era. Eso me recordó a las tiendas a granel, que podríamos interpretar como una imitación perversa de una realidad más pobre», recuerda la escritora.
Algo que, además, contrasta con los grandes almacenes GUM, en la Plaza Roja de Moscú: «Si bien para Lenin eran una muestra de lo que debía ser el ‘‘consumo socialista’’, en este milenio es un centro comercial indistinguible de cualquiera de Occidente y de gran parte de Asia». El paisaje comercial está, por tanto, directamente ligado a la realidad política de un país. «Todo lo que tiene que ver con compras y comercios es estabilidad para la historia y la sociedad de un país. Algo intrínsecamente humano, tan necesario como comer o vivir», realza. Y es cierto que es algo que históricamente se ha relacionado con un grupo social: las mujeres. En el siglo XX, apunta Cebrián, «muchas eran las encargadas de comprar las cosas prácticas del hogar, fuera la comida o un mantel. Se convertían sin querer en una especie de expertas en ciertos productos. Y los varones estaban, mientras, trabajando». Una realidad que servía como vía de escape a todas aquellas que vivían inmersas en la vida doméstica y que, actualmente, «no tiene razón de ser. Sé que hay muchos hombres a los que les gusta ir de compras, aunque siga estando mal visto para algunos por una razón que desconozco».
Ir de compras, por tanto, es más que esas mujeres estilizadas, con las manos abarrotadas de bolsas y dignas de protagonizar alguna portada de «The New Yorker». Es un mundo en el que lo creativo, incluso lo didáctico, está a la orden del día. Tan sólo hay que aprender a apreciar, por ejemplo, el escaparatismo, o los propios rótulos que indican los nombres de los comercios. Explica Cebrián en el libro que hoy estos carteles «están no solo menguando de tamaño, sino que desaparecen gradualmente». Algo que, apunta, forma parte indiscutible del patrimonio gráfico urbano o de nuestro propio imaginario popular. También el cine ha ofrecido bastante simbología en este sentido: no olvidemos el callejón Diagón donde Harry Potter encuentra su varita, o la escena de «Crimen ferpecto», de Álex de la Iglesia, en uno de estos grandes almacenes. Ultramarinos, panaderías, comercios de bisutería, mercadillos de antigüedades... todo forma parte de un bello y valioso ecosistema que queda lejos del oportunismo de comercios con productos de moda. Un arte histórico que se ha desarrollado en la cotidianidad que, concluye Cebrián, «merece la pena al menos saber apreciar que ha existido».
Un privilegio lingüístico
Dentro de la mirada sociológica que propone Mercedes Cebrián al ejercicio de ir de compras destaca lo ligado que está incluso a nuestro lenguaje. «¿Más cositas?», es una frase que todos habremos escuchado en un mercado de abastos. «O si vas a una tienda pequeña de ropa y la persona que atiende, cuando sales del probador, te dice ‘‘ay, eso te favorece mucho’’». Esos gritos de los vendedores ambulantes son también expresiones «que se están perdiendo. Ir a la pescadería y preguntarle al vendedor cómo es mejor cocinarlo es un privilegio que algún día ya no existirá».